Tres años después no es lo mismo / Julio César Ponce González

Preparatoria 7

Sí, todo mundo conoce bien la historia: ella dejó caer su larga y rubia cabellera y él subió y la rescató de la grande y terrible torre; después la llevó a vivir a su castillo (el cual, irónicamente, está lleno de torres), se amaron eternamente y fueron felices para siempre… Bueno, pero como resulta que el “para siempre” no existe y el amor eterno dura tres meses, esto fue lo que en realidad sucedió:
     
Corría el año de mil novecientos y cacho, cuando el rumor se extendía por todo el reino, entre los súbditos, las clases altas, las bajas y las más bajas: la Reina se estaba quedando calva. Sí, la que hacía sólo algunos meses salía en la tele haciendo comerciales de Pantene, Miss Clairol y cuanto producto nuevo para el cabello salía, ahora dejaba a su paso guedejas de cabello por todos los pasillos y salones del castillo, bueno, a excepción de las torres, porque les tenía pánico (aún no lo superaba), y es que, sin querer, las sirvientas se lo pisaban, lo que era comprensible, con lo largo que lo tenía dondequiera se le atoraba.
        Hacía dos días, Petra, la encargada de limpiar el salón principal, le había arrancado las últimas tres tiras de cabello con la aspiradora; ese mismo día, salió casi volando del castillo… y de pilón le cobraron la aspiradora. La Reina ya no se animaba siquiera a salir a pasearse por la plaza frontal del castillo, pues nunca faltaba un paparazzi esperando en la entrada para tomarle fotos y venderlas a TV y Novelas o Ventaneando. En la tele comentaban que no había sucedido nada más gracioso desde la caída de Juan Gabriel.
        El Rey, por su parte, ni en sus luces, claro, él tenía sus propios problemas, como la denuncia por secuestro que había interpuesto la Bruja contra él por sacar a la entonces princesa de la torre y llevársela.
        “Joder, mejor le hubiera llevado una serenata y ya, pero no, ai ando de alma caritativa sacando viejas presumidas de torres, y para colmo se está quedando pelona. Qué daría ahorita por haberle hecho caso a la Bella cuando me dijo que metiéramos a la Bestia en un zoológico y nos quedáramos con su castillo y su vajilla que habla; pero en fin, ni modo”, se le oía comentar por todo el castillo.
        La población entera estaba consternada y avergonzada de la calvicie de su reina, algunos incluso estaban pensando en irse a vivir al reino de los ogros que salían en las películas, sí estaban feos, pero al menos allá la reina tenía cabello. Ella, por su parte, ya había comenzado a buscar por todos lados la solución a su problema y fue a dar con una bruja, que ya le parecía conocida, pero la muy maldita sólo le ofrecía manzanas de un color raro. “¡Ni madres!”, pensó,  “así le fue a  Blancanieves”.
        Así pasaron cinco años: la Reina se divorció, el Rey contrajo nupcias en París con el Lobo, la Abuela fue la madrina, la chica de la caperuza roja no asistió porque aún no superaba que la hubieran usado de tapadera, el reino se quedó solo (claro, con la Reina pelona y el Rey gay, era de suponerse) y todos vivieron felices para siempre, incluso ella, quien conoció a una gran amiga (bueno, dizque amiga) que le regaló toda su colección de pelucas, es así como terminó haciendo videos con una tal Lady Gaga.

 

 

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