Tan lejos como sea posible / Alon Hilu

Parte A

     Hola, espero que ésta sea la dirección correcta de correo electrónico, el signo de arroba en la nota que Mamá me dio no está muy claro y cubre un poco las siguientes letras y no soy un experto en estos asuntos de internet, que ya me han causado muchos problemas (¡éste es mi cuarto mensaje después de que el resto fuera borrado por los saltos de Simba en el teclado!) y adicionalmente a los problemas con la tecnología también estoy preocupado por las dificultades con las palabras porque me quedo pensando en cuál debe ser el encabezado apropiado (¿Querido Nadav? ¿Nadavi’leh? ¿Nudavi? ¡Cualquier forma inapropiada de saludo debe parecer ridícula a la generación más joven!) y no tengo tiempo de pensar porque el taxi se supone que llegará en cualquier momento: salgo de viaje en unos minutos y no sé si podré conectarme a través de mi laptop o de mi teléfono celular, o sabrá Dios cómo, porque lo que funciona fácil en casa inevitablemente sale mal en el extranjero.

     De cualquier modo, Mamá me encontró por suerte en un evento y me dijo que entrarás al ejército pronto (¡espero que no todavía!, la nota tiene dos semanas y la encontré en mi pasaporte, entre todos los lugares posibles) y que estás un poco inquieto y triste y preocupado por el futuro y puedes necesitar una llamada o algunas palabras de ánimo, y perdona si estoy poniendo cosas por escrito que no debería haber revelado.

     De cualquier modo, aquí estoy escribiéndote, y mientras escribo estoy en conflicto debido a que tengo la idea de que ya te llamé, y tal vez con eso ya te animé diciendo buenas y lindas palabras, y, si es así, acepta mi disculpa por la doble perturbación, o tal vez sólo soñé que ya te contacté. A veces tengo importantes conversaciones mientras duermo y luego no recuerdo que hayan sucedido.

     Si no te he llamado, acepta por favor esta carta con las abundantes palabras de ánimo y apoyo y consuelo que podrías desear recibir con ella, y yo ———

    

     (nueve minutos después)

    

     Perdón, la carta anterior fue enviada por equivocación al calor de la escritura y como no la regresaron asumí que te llegó y que la dirección era la correcta, y desde ahí pude conjeturar que aparentemente nunca te llamé y que es bueno que te escriba este correo electrónico.

     De cualquier modo, una pila grande de apoyo y de ánimo y de consuelo y de todo lo que quieras recibir, y espero que sea bueno el periodo venidero («Ten un servicio fácil», se decía en mis días) y me disculpo por anticipado porque no podré visitarte en el campo militar y no podré enviarte un paquete de galletas cubiertas de chocolate.

     En unas pocas horas estaré lejos de aquí, en el extranjero, y parece que el taxi está pitando abajo para llevarme al aeropuerto, así que todo lo mejor y te mando recuerdos y deseo tu felicidad y alegría, tu cariñoso tío Michael

    

     Tttt

     

     (cuatro días después)

    

     Hola, tío Michael.

     Acabo de encender la computadora de Papá y de pronto encontré tu correo electrónico y no supe si reír o llorar. Es como, cierta agente toma un taxi al aeropuerto Ben-Gurión, despega y vuela lejos de este pozo de mierda, y hay quienes saldrán de la cama mañana, domingo, antes de que el sol siquiera cosquillee en su trasero, se pondrán estas botas negras tan apestosas que parece que te pones un hedor, subirán en el autobús a la Central Bus Station, y luego otro autobús y luego pedirán un aventón hasta el campamento de verano que las películas llaman dos cero de entrenamiento básico.

     No quiero decirle a Mamá porque no entenderá, o se estresará, pero lo que sucede es que la peor cosa imaginable me pasó, todo sobre lo que estaba advertido me estalló en el rostro, todo lo que me preocupaba por meses antes de que entrara en el ejercitó me pasó, y en confianza he deseado morir desde hace algún tiempo, quiero terminarlo y dejar el mundo con una bala en la cabeza, porque en el pelotón de entrenamiento básico al que pertenezco hay un soldado al que abofetean todos, que todos llaman tonto, despistado, de quien todos se burlan y hacen fila para verlo caer —y ese soldado soy yo.

     Ya sabía que en cada generación de reclutas hay uno que la lleva duro, que se vuelve disfuncional, que es destrozado, con salpicaduras de espuma en sus labios y con mirada perdida, pero ni en mis peores sueños imaginé que asumiría este jodido papel yo mismo.

     Empezó en la base de reclutamiento, un poco después de que bajamos de los autobuses y nos sentamos en las tiendas, un grupo de graduados del doceavo que de pronto nos encontramos al inicio de la cadena de inducción. No conocía a nadie, no entré al ejército con amigos de la escuela preparatoria porque cuando ellos fueron al entrenamiento básico yo viajé al tour Bergen-Belsen con Papá (insistió en el viaje, que fue una pesadilla en todos los sentidos de la palabra).

     Todos aquellos que entraron conmigo eran vándalos mayores, con brillos y canciones de dolor acerca de familias perdidas por un juego de cartas, y me acobardé en la esquina, tratando de desaparecer, para que no se rieran de mis lentes y mi aspecto de cerebrito.

     Permanecí entero, pero cuando todos fueron por sus uniformes verdes, los pantalones de trabajo, los suéteres, las boinas, y nos cambiamos y nos transformamos súbitamente de graduados de doceavo riendo después de sus exámenes de ingreso al curso de literatura, y de chicos que pegan chicle bajo sus asientos, en jóvenes soldados todos luciendo igual, apestando al olor de la base de inducción, empecé a sentirme perdido, como si todo lo que hubiera logrado hasta hoy en mi vida, todas mis calificaciones sobresalientes, todas las chicas que han coqueteado conmigo, todo el amor de mi madre, todas mis grandes ambiciones, todo eso se desvaneciera con un pinchazo.

     Sólo puedo describir el tiempo que ha pasado desde entonces con una palabra: infierno.

     No porque de verdad hubiera sido arrojado dentro de lava ardiente, y no porque alguien me abriera la cabeza con la culata de un rifle M-16, sino por lo que estoy pasando, cómo el cerebro es masticado y digerido aquí, y por la manera en que comencé a creer lo que dicen de mí, que estoy jodido, que nací sin idea de nada, que éste es mi papel en la vida, y que ahora en el entrenamiento básico estoy por fin perdiendo el patético y ridículo disfraz con el que andaba por la vida, y estoy descubriendo mi verdadero ser.

     Y los abominables bastardos jodidos saben que la pesadilla de alguien despistado como yo es que mi pistola sea robada en medio de la noche, y luego ser juzgado en corte marcial y tener que ir a la cárcel y tener que volver y hacer el entrenamiento básico otra vez y otra, por siempre, en un ciclo interminable sin que cuente como tiempo en el servicio. Ellos saben que eso me asusta más que cualquier cosa y por eso lo hicieron, disfrutan este abuso, roban mi arma personal mientras duermo y luego la esconden bajo el colchón, o peor, en el espacio entre el piso prefabricado y la tierra debajo, y luego cuando estoy a gatas buscando mi pistola, se quedan parados ahí y ríen.

     Me miro y no puedo creer que tuviera una vida anterior, que una vez fui un ser humano, que tuve sentido de mi valía, que la gente me escuchaba, que fui amado. Tengo solamente vagos recuerdos de un ilusorio pasado, que no estoy seguro de que haya sucedido de verdad. Siento que todos mis recuerdos, todo lo que fui, todo lo que soy, ha caído en un hoyo negro dentro de mi alma y se ha ido para siempre, cierro mis ojos y miro dentro y no veo nada, no puedo encontrarme ni el día de hoy ni en el pasado, como si no hubiera nada ahí, sólo miedo y malos pensamientos, no recuerdo siquiera la última vez que te vi, ¿cuándo fue eso?, ¿en el bar-mitzvah de Rotem? ¿O en la boda de la hija de Esther? ¿Estuve ahí, entre la gente, socializando, de verdad sonriendo, riendo, tomando sorbos de vino y diciendo chistes? ¿De verdad sé comportarme como un ser humano? Porque lo que ellos me dicen aquí todo el tiempo es que no pertenezco a la raza humana, que soy una especie de gusano a quien deberían robarle su pistola y a quien ellos le pasarán por encima.

     Y lo peor y más horrible de todo es que la situación se pone más asquerosa cada día. Porque no sólo están estos cabrones neandertales acosándome, sino que también están los chicos comunes, aquellos que pudieron haber sido mis mejores amigos en otro tiempo, están también contaminados por esta suciedad y se unen al círculo de burlas, en medio de una gran sensación de alivio de que soy yo y no ellos, de que el papel de muchacho apaleado está representado exitosamente por este soldado flaco, con lentes, y por eso ellos saldrán ilesos.

     Y la vaca gorda de la sargento, cuyo trasero podría llenar tres asientos en el autobús, ella está con ellos, y cada inspección, cada sesión de tiro, cada llamada a emergencia, es una oportunidad para que observe cómo responderá el chico despistado, qué olvidará esta vez, cómo caerá con sus agujetas, disparará directamente al costal de arena y no a la figura del blanco, cómo tirará la granada de prueba como una niña en vez de lanzarla apropiadamente.

     Y por encima de todo estoy decepcionado de mí, porque aunque me jure cada mañana que volveré a la senda en la que estaba, el viejo y buen Nadav que obtuvo un 98 en el examen de admisión en Francés, Nadav, el que es amado por su Mamá y su Abuela, Nadav de quien sus dibujos y caricaturas cuelgan en la oficina de Papá, a pesar de tener remanentes de recuerdos de otra realidad, o de mejores tiempos en los que me sentía amado y deseado, a pesar de todo eso, mi nueva y odiada persona se impone, como un demonio que no puedo exorcizar, y las miradas de diversión y escarnio de todo el pelotón me han sepultado.

     Ahora estoy en el primer tercio del entrenamiento básico y apenas logro superarlo. No tengo un solo momento de calma en el que pueda descargarme con alguien aquí acerca de lo que estoy atravesando, justo lo opuesto: todos están vigilándome como halcones a la espera de poder reportar otra metida de pata del idiota de Jerusalén, o para unirse a la descarga de bofetadas recibidas sólo por diversión y ante las que, generalmente, me paralizo lleno de temor, como un venado ante las luces de los faros, pero en mi caso el final no está nada cerca, está aún muy lejos —y puedo esperar muchas más horas de dolor y sufrimiento, y no sé si tendré la fuerza emocional para soportarlas.

     Tío Michael, estoy escribiéndote esta carta sin leerla, sólo desde el corazón, sin censura, pero siento que he vertido mucha mierda sobre ti y perdóname por eso. No es lo que quería. Sólo salió de esa forma, al calor del momento, tanto que estoy seguro que me arrepentiré al minuto de haberte mandado este correo electrónico. Pero no hay nadie con quien hablar de estas cosas. Mis padres no entenderán, y no tengo todavía una novia en cuyo pecho pueda descansar mi cabeza y estallar en llanto. Por supuesto no diré nada a mis amigos. Eso es lo que necesito, nunca me dejarían vivir con ello.

     Como sea, estaré bien. Al final todos morimos y el sufrimiento se va, así como el sol se posa en la tumba del mar, y todo lo que ha ocurrido en el día es arrojado a la basura y se va para siempre.

     Y por favor, no digas nada de lo que dije a Mamá, se moriría de temor y pena, la conoces.

    

     Nadav

    

     P. D.: ¿A dónde viajas?

    

     Traducción de Luis Alberto Arellano,

     a partir de la traducción del hebreo al inglés de Joel Greenberg

 

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