A finales de 2017 tuve que pasar un mes en el hospital de La Haya, en el piso 15.
Durante esa estancia transformé el cuarto de hospital en un taller de grabado clandestino.
Mi intención, en un principio, era hacer grabados de y con los otros enfermos de ese piso, pero finalmente el contacto con ellos fue mínimo.
Fueron los enfermeros y doctores quienes se trasformaron en mis modelos, y poco a poco la relación que teníamos, únicamente médica, cambió.
Los grabados producidos se volvieron una entrada a las historias de vida, una oportunidad de diálogo que no existía antes.
Aun ahora que la enfermedad ha vuelto, regresar al piso 15 es una oportunidad de encontrar amigos.