La primera derrota / Carmen Peire

 

—¡Estás muerto, tienes que caerte! —le gritó, acostumbrado como estaba a salirse con la suya. Para eso le sacaba tres años y lo había soportado desde que nació. Pero el pequeño se enfrentó a él:
      —¡No!, has fallado el tiro.
      —¡Mentira! Así no hay quien juegue, te saltas las reglas.
      Tiró la pistola con rabia y puso los brazos en jarra, mientras pensaba en lo tramposo que se había vuelto su hermano. Antes nunca le contestaba y aceptaba todo lo que él decidía. ¿Por qué ahora no? Él seguía siendo el mayor, aunque el otro hubiera crecido tanto que le había alcanzado.
      —Tienes que morirte, te he pegado un tiro.
      —Pero no me has dado, y yo soy el bueno.
      —Los buenos también mueren.
      —¡Esta vez no!
      —¡Cómo que no! ¡Moco colgante, enano, saco de mierda!
      Fue lo último que dijo. El pequeño, hinchado de furia, se abalanzó hacia él y lo pilló por sorpresa. Se quedó paralizado, sin saber de dónde había sacado tanta fuerza. Le estaba haciendo daño. Intentó desasirse pero no pudo, estaba encima de él, inmovilizándolo, con las manos en el cuello, apenas le dejaba respirar mientras decía:
      —¿Te rindes?, contesta, ¿te rindes?
      Negó con la cabeza y al instante sintió más presión en la garganta. Rendirse ante el pequeño, jamás… Pataleó, sintió que se mareaba, la voz de su hermano cada vez más lejana: ¿Te rindes? Di que sí. Ríndete o morirás de verdad… Ya casi no respiraba. Fue sintiendo que caía en un pozo oscuro, caída libre como en los sueños, brazos y piernas relajados, los ojos repletos de estrellas difuminadas. Le pareció interminable y, justo cuando pensó que llegaba al fondo, otra voz intervino en la lejanía: ¿Estáis locos? ¡Vas a matar a tu hermano! Una luz y una sombra atenuaron las estrellas y la presión fue aliviándose hasta volver a la superficie. Su primera derrota. Tras sucumbir ante el hermano menor, se acabó su tiranía. Ya nada iba a ser igual.

Comparte este texto: