Si tiene algo que celebrar y no cabe en el pellejo de la alegría, antes de regresar a casa para contárselo a sus familiares, llamar por teléfono a sus amigos, o bien si no tiene ni familiares ni amigos y le sirve alguien para abrazar o para que lo abrace a usted y disfrute con usted, acuda a mi padre, en el jardín público. Él siempre está ahí, cerca de la fuente, esperándolo.
Si le ocurrió algo triste, si está desesperado porque perdió su trabajo, si le parece que va a volverse loco porque ella se marchó con otro, y le sirve un abrazo para seguir adelante, acuda a mi padre, él lo está esperando cerca de la fuente grande, la que tiene en medio estatuas de mármol que surten el agua.
Mi padre se llama Giovanni —pero nosotros en casa, y también todos los que lo conocen, lo llamamos Giò— y su trabajo es abrazar a la gente: se queda sentado en el borde de la fuente, redonda como un plato sopero y obra de un gran escultor, esperando a que alguien se acerque para abrazarlo.
Cuando regresa a casa y no está demasiado cansado, me cuenta quiénes son los que acuden a él. Son personas a veces simpáticas, a veces menos; sin embargo, él abraza a todo el mundo.
Cuando los ve llegar con aire satisfecho, mirando a su alrededor con una gran sonrisa, se les acerca y les dice: «Hola, me llamo Giò, ¡me alegro por ti!». Y luego se abrazan, con alegría, y se ríen juntos. A menudo le cuentan por qué están contentos, pero también hay personas que se las dan de misteriosas y no le dicen nada, tan sólo «¡Gracias! ¡Gracias!» —con aquel aire satisfecho de quien es feliz y cree que lo va a ser para siempre.
Trabaja cerca de la fuente porque dice que el agua le proporciona energías positivas que lo recargan; sostiene que su trabajo precisa de muchas fuerzas (esto no lo puedo explicar: por qué abrazar a alguien cuesta tanto), pero yo creo que se pone cerca de aquella fuente porque la conocen todos y así saben dónde encontrarlo. Además, es muy hermosa, la fuente: tiene unas estatuas que parecen personas de verdad que se mueven y se cuentan cosas, y yo pienso que por las noches, cuando no las ve nadie, se mueven de verdad y hablan, pero en cuanto el cielo clarea y alguien podría verlas, vuelven a ponerse inmóviles.