Soneto anónimo / Antonio Deltoro

Favores recibidos

Soñaba una doncella que dormía
con un galán que amaba tiernamente,
y que él en todo andaba diligente
y descuido ninguno no tenía.

Ella, aunque mal, al fin se resistía,
diciendo: «¿Qué dirá de mi la gente?».
En efecto cumplió con su accidente,
dando los dos remate a su porfía.

El galán la besaba y abrazaba
con más calor que un encendido leño;
lo dulce a derramar no comenzaba,
           
cuando se despertó y le dijo al sueño:
«¿Durar un poco más, qué te costaba,
pues para mí era gusto no pequeño?».

Este delicioso y pícaro soneto lo leí por primera vez hace diez años en una antología de sonetos del Siglo de Oro hecha por José Manuel Blecua. Lo copié en una libreta y me lo aprendí de memoria a fuerza de escribirlo repetidamente. No sabía nada sobre él, salvo que era anónimo y del Siglo de Oro. Le presté la antología a un amigo, más amigo de los libros ajenos que mío, y la perdí para siempre —al amigo debí perderlo con el libro, pero yo soy más amigo de mis amigos que de mis libros. Pero lo que importa ahora es que no perdí el soneto, sino, como dije, lo copié en una libreta, y hace unos días se lo leí a unos amigos a los que no les entusiasmó como a mí; además dudaron de su autenticidad al encontrarlo demasiado moderno. Entre ellos estaba una amiga erudita, divertida y honesta, que después de burlarse de mí y del soneto, se dedicó a buscarlo: lo encontró en Poesía erótica del Siglo de Oro (Crítica), cuyos compiladores son Pierre Alzieu, Robert Jammes e Yvan Lissorgues —ninguno peninsular, a juzgar por los apellidos. El soneto es mi preferido, con mucho, entre los leídos hasta ahora en dicha compilación. Lo encuentro tierno y astuto, y sobre todo tiene este verso: «lo dulce a derramar no comenzaba».
    Principia con otro que pertenece a Las mil y una noches: «Soñaba una doncella que dormía», que desde luego nos lleva muy lejos: a las profundidades de un sueño de una muchacha de hace cuatro siglos. Si no leemos el verso que viene y nos detenemos en éste, pensamos sólo por un momento que la doncella soñaba con que dormía, pero, a partir del segundo verso, nos enteramos de que estaba despierta, en sueños, «con un galán que amaba tiernamente, / y que él en todo andaba diligente / y descuido ninguno no tenía». Quien, como yo, ha oído las cuitas de las mujeres, sabe que el tal galán era un galán de sueño, y por lo tanto volátil; así que cuando «lo dulce a derramar no comenzaba», la doncella «se despertó y dijo al sueño:  «¿Durar un poco más, qué te costaba, / pues para mí era gusto no pequeño?».
    Desde el verso, que no me canso de admirar, «lo dulce a derramar no comenzaba», el soneto es una delicia de finura entrelazada con conocimiento erótico. La doncella le dice con reproche educado y nostálgico al sueño —que recién ha huido, pero que todavía existe, aunque sea como un fantasma, como un fantasma de un sueño— no que se trasforme en vigilia, sino tan sólo que dure un poco más. En este soneto erótico hay «un dulce lamentar», una idealidad casi petrarquista. Quizás parte de la atracción que para mí tiene ese dulce derramar, además de la delicada aliteración, es que me recuerda «el dulce lamentar de dos pastores».
    Pedirle al sueño que fuera realidad suponía atentar contra su doncellez; en cambio, pedirle un poco más era sólo solicitarle seguir soñando; no obstante me quedan, entre otras, dos inquietudes: ¿de dónde sacó una doncella tan discreta tal sabiduría erótica para soñar con un galán tan hábil y esmerado? ¿Lo de «gusto no pequeño» no se refiere también a otra cuestión diferente del gusto? Esto es cosa que no averiguaré: misterios, diríamos hoy, del subconsciente. Pero sigamos con el poema.
«Soñaba una doncella que dormía». Este primer verso tiene algo de cuento y algo de cajita rusa. El soneto es una mezcla curiosa de versos que, aislados del resto, son duros, con otros que fuera del poema son francamente delicados, pero todo el soneto es memorable, más allá de las individualidades, de los versos buenos y malos. Su final, el segundo terceto, es digno de la literatura francesa más cortesana: «cuando se despertó y le dijo al sueño:», que no al galán, «¿Durar un poco más, qué te costaba, / pues para mí era gusto no pequeño?». En contraste, el segundo cuarteto comienza con dos versos dignos de una zarzuela: «Ella, aunque mal, al fin se resistía / diciendo: “¿Qué dirá de mí la gente?” ». Los dos que siguen a éstos corresponden al lenguaje erótico del siglo xvi o al de principios del xvii, y son los que suenan duros a nuestro oído: «En efecto cumplió con su accidente, / dando los dos remate a su porfía». Las palabras porfía y accidente, en el sentido que puede adivinar el malicioso lector, abundan en los poemas recopilados por los célebres hispanistas franceses en la antología donde reencontré el soneto de mi afición, libro que, dicho sea de paso, cuenta con una introducción, unas notas y un apéndice dedicado al vocabulario erótico del Siglo de Oro sabrosísimos y no menos eruditos.
    Para mí, todos estos años, este poema ha sido una delicia, pues me ha permitido asomarme al sueño sensual y delicado de una doncella del Siglo de Oro y a una manera fina, sugerente y graciosa de tocar los asuntos más físicos del amor. Dudo de mis amigos y amigas a los que no les gustó. Parece hecha para ellos esta estrofa del «Jardín de Venus», que leí en la misma antología: «Mas los escrupulosos gruñidores / no quiero ni consiento que las vean, / que no son para necios los amores». Se refiere el poeta a las flores del jardín del amor. En cuanto a la autenticidad temporal del poema, tuve razón (qué contemporáneo sería capaz de tales destrezas lingüísticas y de las otras), y las mil discusiones sobre sus notables ambigüedades y sugerencias nos divirtieron.
    Tengo que confesar que hojeando Poesía erótica del Siglo de Oro, que agrupa solamente poemas anónimos, encontré en otros dos sonetos variaciones empobrecidas del verso «lo dulce a derramar no comenzaba»: en el numerado con la cifra 13: «Adonis, cuando vio llegado el punto / de echar con dulce fin cosas aparte», y en el número 15: «aquel urdir después la dulce trama, / luego despacio, luego más aprisa, / y aquel dalle los besos muy de prisa / al tiempo que lo dulce se derrama». No los transcribo completos porque completos no tienen la delicadeza que me cautivó del soneto del sueño, y no cito otros poemas de realización o irrealización onírica que contiene la citada antología, porque frente a ellos yo mismo me siento, con mis pudibundos amigos, un escrupuloso gruñidor.

 

 

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