a Gina
If only one’s whole life
Could consist in certain moments…
Anne Carson, The Beauty of the Husband
Y cada cual con sus recuerdos, su dolor, sus cicatrices, cada cual con sus muertos al hombro, los miedos, el niño que fue, su hambre, sus pesadillas colgadas al filo de un amanecer sin luz, cada cual tan soledad tan con nadie tan silencioso, escindido
Dime de qué colores fue el amor, el amor que fue que sería que estuvo siendo, di en qué puño cupo, con qué dedo lo tocamos, qué sílaba encerró su embrujo y cómo, acedo, de buenas a primeras reventó ampolla, fagocitó, cómo empezó a arder haces de leña
Un recuerdo mellado podrece en cualquiera de los abismos donde se abisma la memoria, y más lejos sólo el vacío, ningún corazón se renueva en sus cimientos roído, expuesto, cualquier tiempo es tiempo prescrito, y aunque no fuese sincera tal vez debí pedir perdón
Más artero aún el olvido cava trincheras donde envidioso en la memoria hubo hecho su labor de zapa, no obstante hay ecos que persisten, deseos sin extinguir las voces de su anhelo, anhelo sin propósito, vaga reminiscencia como borde de una herida, ráfaga, imprevista
Y cada uno en el día a día aguarda grave, inquieto, mustio, suspicaz, turbado, ni sabe qué a veces, tantas veces, cuántas dime arrinconamos para mañana la ocasión, el oráculo en desuso, el fuego extinto, la inercia a flor de piel, piel ahíta tejiéndose fugacidad aturullada
«No encontrarás nuevos países / no descubrirás nuevos mares… / Dondequiera que vayas, arribarás a la misma ciudad», se repetía a sí mismo Cavafis acosado por las nimiedades, las despreciables rutinas, triste poeta autoexiliado —como Pessoa y tantos otros— en el destierro de su propia alma; así muchos somos del desasosiego los turbios hijos sin causa, sin razón o lógica: dolientes, nada más
Yo regresé a Ítaca por mi voluntad aunque ahí nadie hubiese llorado mi ausencia, volví por puro cansancio de tejerme esperas, inventarme islas y sirenas, volví para no perderme en recuerdos —los propios y los ajenos— y andar náufrago recogiendo escombro de un barco no abordado
Si me preguntan diré que da lo mismo, y no por amargura huraña o por estar a la vuelta de todas las cosas, simplemente se trata de cansancio, de haberse extenuado el ímpetu, extraviado el coraje; no vine aquí para reencuentros, relecturas, algún debe o haber, saldo, pérdida
Toda locura es relativa y pude permanecer en cualquier parte como si fuese finalmente Ítaca. Hay imágenes que atraviesan los años y por sí mismas se evocan, frescas, vivas, sacras: un atardecer soleado, una mañana de olorosa lluvia; las sombras del amor, los sueños, dondequiera se proyectan y a cualquier hora, sólo la infancia tiene un lugar preciso, un intacto sabor irreductible
Nada ni nadie promete eternidad que por fortuna no existe. Bendito el tiempo y su deterioro, lo que caduca, lo que se olvida, arcilla vil diría el poeta; no se trata sin embargo de pasar inadvertido: de pronto no quiero oír, no quiero saber, prefiero no estar; de pronto da lo mismo, salvo por el cansancio, la opacidad de la Luz, y la boca del estómago
Difícil dar con la palabra justa, escrupulosa, veraz, a fuerza de tanto velo, máscara, sudario, atrofia, ruido, ruido sin tregua, cascarón impropio, demasiadas palabras, y aunque de poco valga protestar me indigno color de uva prieta, me resisto a cambiar de tema, a suavizar mi enojo, a reconciliar mi duelo
Hambre de Luz, sed de ya no-ser, de quebrar el manto de realidad que me asfixia amorfo cristal opaco; maduraron los preparativos de viaje, el desapego radiante centro de nada, ninguna propiedad en mano pues dueños de qué en un mundo de miseria —vivir devasta—, inhóspito paraje
Una miga de pan, un soplo de viento, larga es ya mi porción como una peladura de naranja espiralada pendiente de no sé qué espacio intermedio, una urgencia de partir la habita, un ritmo quebradizo ajeno a la paciencia de estar, una indescifrable desolación antigua huésped perenne de raíces rotas, un árbol que se lleva a cuestas y es morada y es errancia
Se ha consumido mi tiempo a medio camino entre una nada barrida por el viento y una pátina de tristeza —se diría al rojo vivo— que me recubre pétrea con finos trazos de lodo y humo. Cultivé lo transitorio, el asombro, la escritura a mano, leer y releer vigilia insomne, macetas en cada rincón posible, añoranzas de un edén inexistente
Entre la distancia y la lejanía el desencanto como refugio, la intemperie navío, soliloquio metáfora de un universo quebrado, fugitivo que sigue su cauce sin atar cabos; travesía incierta la realidad diluye sus texturas, deshila el cañamazo que une las horas, nada hay nuevo bajo el sol… La soledad no pregunta, es su propia respuesta…