Eso va a estallar / Daniel Sada

Allí está, pacífico y guango, contemplando el hundimiento del sol en el mar. Observa con desgana desde la terraza, tendido en la hamaca.

Ojalá que no venga nadie del servicio, alguien que me diga «¿Qué se le ofrece?». De ocurrir la interrupción ¿cómo reaccionar? Si Fulano de Tal decidió acostarse en esa suerte de trampa tropical fue porque deseaba experimentar un encantamiento. Lo que pasa es que se le olvidó ordenarle a los del servicio que no lo molestaran.

Ya está oscureciendo, sin mayor problema. Terminó la pequeña historia del hundimiento… Parsimoniosamente.

La casa playera. Una que —cual si fuera una treta— está alejada de la civilización, o lo que se entienda por eso. Bueno, aquí cabe hacer una enmienda: la casa está a unos setenta kilómetros de La Paz, la capital del estado de Baja California Sur.

Todavía no es hora de dormir. Fulano de Tal no ha comido ni bebido durante seis horas. Abstinencia contra sí. Una disciplina antojadiza, nada más como tanteo y aprendizaje. Y de nuevo lo que se dijo de otro modo: el azar quiere que ningún empleado doméstico venga a la terraza a ver y preguntar qué.

Al contrario, tras abandonar su despatarre en la hamaca, Fulano de Tal busca a su cocinera. El hambre ya es rugiente y ¿dónde aquella, la del sazón? En esos momentos, la susodicha escucha una radionovela hasta allá: en su cuarto blancuzco (hay que gritarle). Pobre, quizás se divierta con angustia.
Lo inverosímil es creíble mientras desemboque en un «hasta aquí» plausible, pero los límites siempre se rompen, aunque sean precisos.

Algo vendrá: una verdad global y laxante. El engorro es saber por dónde habrá de aparecer. Sólo hay un camino angosto de tierra por el que pueden circular vehículos de todo tipo. Es la única conexión terrestre, transitable, digamos, a placer. Por esa vía irregular se va hacia las sociedades y sus variaciones mundanas: ranchos, pueblos, ciudades, gentío, la exageración, la facundia. Y… ¿algo vendrá? Queda, asimismo, el otro nexo: el mar, pero eso sí que es todo un lío. Queda el cielo: otro problema. Quedan los vericuetos: lo improbable, lo ambiguo.

Tal vez un día de éstos se forme una red, una emulsión que capture todo esto que parece ilimitado.

El servicio está conformado por cuatro personas. Una mujer llamada Prisca, que además de lavar y planchar se encarga de la limpieza de la casa, al igual que otra llamada Avelina, misma que es muy ducha para la cocina. La primera tiene 24 años y la otra 25. El dúo restante lo componen dos hombres. Uno es sólo chofer y por tal razón es experto en mecánica automotriz, se llama Fidel. El otro es un milusos: arregla hasta lo imposible, y lo hace muy bien, se llama Néstor Rito. Estos jóvenes tan indispensables ya alcanzaron los 30 años. El chofer es mayor que el milusos por diferencia de nueve días.

Hay fiesta en el cuarto de Avelina. El alboroto (lejano) es estrecho e inofensivo, por lo que no hay ningún desconcierto del patrón (Fulano de Tal), que peca de tranquilo y que no se atreve a gritarle a su cocinera, aun cuando tenga sospechas de lo peor… Prudencia, entonces.

No es difícil apreciar que las cosas se repiten, pero hay ligeros cambios que más bien no importan. La cotidianidad es inconsistente, aun cuando tienda a ser normal, o reiterada.

Pretexto la radionovela. Sólo un ruido estentóreo, engañoso, útil para distraer y desprevenir. Se oyen los gritos de la gente del servicio. ¿Había retaque allá? ¿Sí?

Todo lo demás del mundo es pedante o repipi, incluso insuficiente. Lo bueno es que siempre amenaza con desvanecerse.
Como a unos cincuenta metros de la casa playera se encuentran los dos cuartos blancuzcos de la gente del servicio. En uno duermen Prisca y Avelina y en el otro Fidel y Néstor Rito. Como esta gente es joven, a veces hay cambalache, ¿o no?

Seguir, interrumpir… Lo mejor es regresar a la cocina para ver si en el refrigerador hay algo que sea fácil de… Mmm… Hacerse una torta de jamón con queso y aguacate, también con unas dos o tres rajas de chile jalapeño… Lo óptimo de esta vez… ¡Claro!

Hace unos tres meses Fulano de Tal compró la casa playera. Había robado muchísimo —no importa a quién ni cómo— y tenía que esconderse, aunque, eso sí, el escondite ¿dónde? No podría ser cualquier lugar, así que… vislumbrar la comodidad, una relajación interminable.

Del pasado: nada, ni una pizca de culpa… Para qué los recuerdos inútiles. Para qué las enmiendas, que por ser tardías son débiles.

Sin embargo, aquella mujer, su promesa… La que juró ser fiel. La que vendría para compartir con Fulano de Tal ese aislamiento.

No hay teléfono en la casa playera, ni internet ni celulares… ¿Será mejor?

La sustancia del presente: ¿qué me asalta?, y luego: ¿hacia dónde voy? Cualquier noción de futuro descoyunta, somete y más tarde se hace prescindible.

¿Alguien podría creer que Fulano de Tal llegue a cansarse de sí mismo? Lo que aquí sucede con este señor va en sentido inverso a la desesperanza. ¿Optimismo? No, eso no. Tiene que haber por lo menos mil conceptos no tan contundentes.

Ya toca que se hable con mayor detenimiento acerca de la compra de la casa playera. La operación fue en un tristrás y se efectuó en Los Cabos, Baja California Sur. El dueño: un gringo estrafalario al que, bueno, se veía de inmediato que le encantaba usar cola de caballo y lucir tatuajes en sus brazos musculosos y poco velludos. Casa amueblada, estilo rústico: en serio, ¡parecía y parece ser lo adecuado! Tentación, o, más bien, la estricta oportunidad. Camino hacia lo sabroso.
Dormir ¿cuántas horas? El deseo supremo de Fulano de Tal es ni más ni menos que el de superar las horas de vigilia. O para ser más exactos: dormir casi el triple: unas 18 horas de sueño contra seis horas de lo otro, puesto que para él lo otro (la vigilia) —dicho sea— ya no vale la pena. Aspiración, sí, grandiosa, como de otro mundo y, por ende, demasiado enigmática.

Cierto que Fulano de Tal necesitaba empleados del servicio doméstico, hubiera querido mínimo una docena, pero tenía que actuar con rapidez y sólo consiguió a estos cuatro que, como él, estaban dispuestos a jugársela. Todo alejamiento es sinónimo de valentía.

¿Por qué alejarse hacia el sur de la península de Baja California? ¿Para imaginar que se vive como en una isla? ¿Qué garantía de escondite? ¡Vaya candor!

Lo increíble es que en La Paz había una pequeña agencia de colocación. Bolsa de trabajo (apenas): una oficina, un escritorio, un retrato de alguien importante, y ya. Pues hasta allí acudió Fulano de Tal para especificar lo que necesitaba: y: la repercusión: contrataciones sin contrato, selección al vapor, pues.

La juventud se impone, se impuso.

Entonces lo obvio: la compra de una camioneta último modelo. Luego: viaje de seis ilusos hacia la supuesta felicidad de allá. Aprieto delicioso, durante el traslado brincador, a causa del montón de maletas de los empleados. Los cuerpos se juntaban a fuerzas: roces y aplastes excitantes… Ese agrado.

Pareciera que por lo alejado de la casa playera la camioneta se acercara a un artilugio macabro. El punto, casi inaccesible, bien podría ser sinónimo de la palabra «enemistad».

Vida en contra, poco a poco: aunque vida parsimoniosa, mal que bien. Remedio: la asimilación de manías. La felicidad no es más que una mengua llena de dulzura.

Van creciendo las obediencias. Cada quien cumple con un guión cuya práctica diaria no es complicada. Pongamos un caso: el chofer va a La Paz cada tercer día, ¡trae encargos puntuales!, pero está disponible para cualquier asunto urgente y hasta comprometedor. De las labores de los otros empleados usted puede imaginar lo que quiera.

Casa amueblada, se dijo, de acuerdo al gusto de un gringo estrafalario. Digamos que la hamaca ya estaba allí. A saber desde cuánto tiempo atrás ha sido una prolijidad estratégica.

No es exagerado pensar que el cielo atesora algunos tejidos que jamás mostrará, lo mismo la tierra y el mar. ¿Cuántas horas de mecimiento en la hamaca servirán para descubrir lo más oculto?

Fue sorprendente. Cierto día Fulano de Tal durmió doce horas (récord, desde luego) en la hamaca. Pudo haberlo hecho en el gran camastro de su recámara, pero prefirió lo caricioso de la brisa. El castigo fue que lo picaron una docena de zancudos, de ésos que perforan la piel con suavidad, lo que casi ni se siente, sino hasta mucho después ¡Ni modo!: aguante más aguante, al fin. Consecuencia: el triunfo del sueño, más aún porque cuál comida, cuál bebida, durante esas doce horas de extraordinarias revelaciones.

Ah, en la casa no hay aire acondicionado, sólo ventiladores de techo cuyas hélices miden poco más de un metro.

Comer y rascarse; beber y seguir rascándose. El siguiente día fue de completo rascadero. El chofer tuvo la encomienda de ir a La Paz a comprar unos repelentes, los más caros, los más incomparables. Mientras tanto, Fulano de Tal le agarró gusto a las rascazones, sobre todo tras detectar la erisipela de ronchas sin cuenta. Virulencia de abultamientos. Ay. Sí. Muchos ayes, al cabo.

Tiempo hecho a cercén, o mejor dicho: divisiones tras divisiones cuya resulta es el desánimo. A eso es a lo que se expone un Fulano de Tal que anhela experimentar una vida parásita. Y de una vez hablemos de disminuciones, mismas que deberían ser cada vez más redondas y macilentas.

¿Cuántas ideas pueden envolverse con desesperación?

Lo corrupto asedia: mancha efusiva de la memoria. Goteo dilatado. Tregua que semeja un retruco de rayos (lo de ayer, lo de mañana)… Si lo que se identifica como «el pasado» tuvo de pronto un estiramiento, ahora no pasa de ser más que una migaja. Una partícula que cae y nadie la nota. Quizás una brutalidad constreñida a una forma de nudo corredizo.

Y aquella mujer, su promesa. La misma que dijo que encontraría al Fulano de Tal en donde estuviese. ¿En el fin del mundo?, ¿dónde… a ver? El amor molesto. El amor gozoso. Escoger al tanteo lo sexual que escala peldaños frágiles.

Algo debe quebrarse y sonar como si fuera una explosión.

Ni para qué esforzarse en el arte culinario. Fulano de Tal no es pretencioso en el comer, por lo cual ¿tortas?, ¿tacos?, ¿qué más? Algún caldo, alguna ensalada, alguna carnita picosa. Avelina no tiene por qué hacer gala de ingenio al respecto. Así que pasa hartas horas viendo la televisión en su cuarto. En los dos cuartos blancuzcos de allá hay dos televisores, ¡créanlo! Un cálculo que significa mucho. El gringo estrafalario supo a buen tiempo que no podía dejar sin siquiera un placer (¿rancio?) a quienes fueran futuros empleados domésticos.

Sí, Fulano de Tal había matado por lo menos a unas diez personas (retroceso borrascoso), además de robar tres bancos y la caja fuerte de una empresa líder. ¡Corrupto insólito! ¡Modelo de modelos! Tantas habilidades. Tanta capacidad para escabullirse.

Tanta destreza para hacer amigos y después traicionarlos.

Tanta maña para ser agradable a los demás. Fulano de Tal era como un pulpo al que le nacían a diario más y más tentáculos.

Tanta persuasión… interesantísima.

Oh seductor sin igual.

Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja,

ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…

Pero ya quiere portarse como cualquier gente que se porta bien.
A Fulano de Tal ya le aburre andar matando gente. Ahora se quiere impregnar de algo parecido a la santidad, a fin de ascender al cielo, sin ninguna escala, eso como suposición, desde luego. Ahora bien, lo ecuánime también es ardoroso. Porque eso de ver sangre y luego tiesura, hasta en sueños… Ver nada más un solo gesto en cada cara como si fuese una máscara… mmm… qué obsesión tan baldía…

La cara de la muerte es mustia. Si hay alguna belleza en su expresión definitiva, debe ser demasiado secreta como para que sea digna de contemplarse durante buen rato. Mejor quemarla, mejor las cenizas ¿verdad?

Lo bello a puños. Asir el polvo para dejarlo caer lentamente. Esa tierra final…

Lo malo del bien es que es muy uniforme, no tiene ningún altibajo necesario; en cambio el mal siempre trae como arrufo un enredo y un atareo.

Lo anterior fue clivoso, corrugado, áspero, incitativo, sangriento (a veces), festivo (por lo común), pero ya a estas alturas es asunto nimio, vaguedad, brizna. Lo actual es contrario, es una blancura que hasta cierto punto puede ser caprichosa.

Insistir, insistir para bien o para mal, pero siempre a favor del entretenimiento. ¿Siempre? Tal vez aquí venga a cuento una pregunta simple: ¿qué hacer durante el tiempo de vigilia?

Todavía Fulano de Tal no ha roto el récord del tiempo de sueño, que hasta ahora, se sabe, es de 12 horas. Sin embargo, ahora se presenta una modificación. Este singular corrupto y sin igual asesino quiere estar despierto en la noche. Tanto Prisca como Fidel le han dicho que debe observar el cielo estrellado, que es un espectáculo incomparable.

Sí, sí que lo es, pero…

Los empleados domésticos se han vuelto igual de perezosos que su patrón, mismo que no es nada exigente. Como no hay horarios, pues ya ustedes se pueden imaginar lo que pasa… Más adelante daremos un dato en tal sentido.

Más allá, pero mucho más allá está la prisa, la urgencia sin repercusión, y si la tiene, acá no producen siquiera un destello consecuente. De manera que, digamos, vivir —sobre todo cuando se vive más de la cuenta— es un proceso de olvido… ¿sublime?

Descubrimiento: desde acá se oyen unos gemidos en uno de los cuartos blancuzcos: por lo que… ir, saber… Ese lado, ese revuelo. Bocas abiertas ¿sí? Conforme se va dando el acercamiento cauteloso de Fulano de Tal los jadeos parecen aclararse. Más cuando por el ojo de la cerradura… ¡oh!… lo visto apenas, con timidez: un merequetengue sexual entre los empleados domésticos. Dilucidación bien morbosa, teniendo como muestra un recorte elocuente. Fulano de Tal alcanza a ver que Prisca tiene encima a Néstor Rito. Están encuerados y ufanos.

Volcán de placeres que ha sido fruto ¿de la ociosidad? O es que a lo mejor hay un querer que de verdad ha nacido.

Retirada penosa de Fulano de Tal (con el debido tiento… que no se oiga ningún paso de sus botas), por respeto…

¿Qué pasa con el señor? No hace nada. Duerme todo el día y por las noches ¡¿qué?! ¿Estará enfermo? No, eso no, porque no ha ordenado que se le compren medicinas ni que se le lleve al hospital, el de La Paz. Abulia. Obsesión. Lasitud. Preguntas, conjeturas, de los empleados, que en las dos últimas semanas se han vuelto muy sexuales.

Los recuerdos son cada vez más fragmentarios. Matar, ver a la gente morir (un pecado más: la curiosidad), o no verla, porque si no… Un torbellino que jamás halla trabas, y se ensucia, enmierda, y sigue peor, peor, si se le trae a la memoria.

A veces Fulano de Tal camina por la orilla de la playa. Rareza, después de todo lo que se ha dicho sobre él… ¡Veámoslo!, recoge piedras, guijarros, algún cuarzo, alguna concha. Testigos voladores: las gaviotas y los pelícanos.
Villanía que ataca: el viento; el calor, tal vez.

Digamos que los empleados hacen su trabajo sin recibir órdenes. Avelina inventa sus menús. Prisca barre y trapea sin tanta urgencia. Néstor Rito arma y desarma zapas, además de podar plantas: son tareas casi inútiles. Ciertos días se va a pescar. ¡Qué loco! Fidel va a La Paz a cambiar cheques y comprar abarrotes. Como se ve, a Fulano de Tal apenas lo molestan con frases cortas.

Sería un milagro que aquella mujer maravillosa llegara por el monte o por el mar el día menos pensado. Cuando se vive lejos del mundanal ruido las creencias se dislocan, de otra manera el escepticismo, que es tan lineal, sería una impostura arrolladora.

Millones de pesos depositados en el banco. Una cantidad incomprensible. Fulano de Tal sobornó (pacto fácil) a autoridades gubernamentales y bancarias. Inversión tan cínica como fructífera. Sea que la perversión se ramificó y aún es imparable. Portarse lo más mal que se pueda se ha convertido en una profesión… ¡rentable!

La película de una vida sui géneris, acaso virtuosa: la propensión hacia la maldad suprema. Oh deseo, que encuentra molde. Y he aquí esta filosofía: si uno mata a una persona es asesino, pero si uno mata a cien personas es héroe. Si uno roba mil pesos es ladrón, pero si uno roba millones de pesos es un zorro ejemplar. El mundo pide exageraciones. Ésa es la noción radiante del éxito.

Es común que los corruptos se asocien: secta con valladares por doquier, sin embargo, ¿cómo fue que Fulano de Tal logró escabullirse? Su independencia, su astucia, su duración. ¡Ojo!: un asesino, amén de corrupto, autosuficiente ¿cómo?

Últimos días. La holganza es un remate.

Por más que los empleados descubren objetos insólitos en la casa playera, no han encontrado armas, ni blancas ni de fuego. Tampoco dinero en efectivo, lo cual es lamentable. La circunstancia del aislamiento que están viviendo esas cinco personas se ha vuelto demasiado superficial, también ya es expansiva y pareja.

No es raro que de vez en cuando el mar y la tierra sean fétidos. Pareciera que un milagro ocurrirá… O un despojo, o una solemnidad, o un extracto de algo totalmente desconocido. Estoy aburrido. Quisiera acostarme con Prisca. Cogérmela hasta el hartazgo. Ella es la más joven de mis dos empleadas… Bueno, con que nos demos unos cuantos besos en la boca y, ¡claro!, un buen abrazo, creo que será suficiente.

¡Qué conformista! Pero es que sólo hay que imaginar que Fulano de Tal ya no quiere tener la más ínfima ilusión de nada.

Otra vez los gemidos allá. Ir, saber… Mejor no. La imaginación es poderosa y suele confundir al más ducho. De modo que Fulano de Tal ya puede imaginar la maraña de cuatro cuerpos encuerados. Es como una molienda de gente exitosa.

Prisca no es bonita, pero es joven… ¡y puta!

Purificarse es como desmandarse. Se necesita mucho nervio para alcanzar la más entera limpieza. Los antojos cunden. Preferible es dormir lo más posible a sabiendas que el cuerpo está amenazado por mil alteraciones.

El miedo exagera y es inverso. El miedo es gemelo del sueño. Lo
indeseable se clarifica y llega a gustar. No se puede vivir tan prevenidamente.

En los últimos días los empleados platican demasiado. Ríen, reflexionan, hacen ademanes en la cocina, en las recámaras, en sus cuartos blancuzcos, en el jardín trasero, casi todas las tardes en la orilla del mar.

Fulano de Tal tiene flojera de ordenar que si aquellos van para allá o que si vienen para acá, nomás por henchirse muy a las vivas, a bien de saberse un mandón peculiar.

Llovió. Sopló demasiado aire. Furia mayúscula. El oleaje fue una exhibición quizás ostentosa. También el mar está lleno de monstruos.

Es craso el desamparo. La lejanía, y más aún el aislamiento, es algo que se escurre sin acentuar nada, siquiera una grisura.

Como Fulano de Tal se ha olvidado de sus empleados (qué le van a preocupar sus continuos cuchicheos), con mayor frecuencia el chofer se ausenta de la casa playera. Tarda en volver. A veces regresa hasta el día siguiente.

Lo que pueda suceder, ya cuenta con un preámbulo absolutamente aparatoso.

La armonía cotidiana es como una plasta resbaladiza. Inutilidad culminante que se pega sin querer. Lastre. Distensión dada al fastidio.

Traigamos a cuento el recuerdo de aquella llegada. Detrás de la camioneta del gringo estrafalario, iba la del Fulano de Tal, que esa vez, cual debe, viajaba con el retaque de todos sus empleados. En pleno mediodía se suscitó la muestra de la adquisición, un deslumbramiento que no puede narrarse con lujo de detalles. El ex dueño, orondo y alto, como es de suponerse, avanzaba por la casa sabiéndose un dechado de informaciones esenciales. Ustedes vivir cómodos aquí. El inmueble cuenta con servicios como drenaje, electricidad, gas y agua potable. En lo relativo al gas, bueno, había que traer tanques de una ciudad llamada «Constitución» (fea, muy fea), pero más cercana que La Paz. Para qué preguntar acerca de cómo era eso de que la casa playera contara con los servicios referidos considerando el supuesto aislamiento. Acierto inusitado, o en realidad no era tanta esa sensación de lejanía. Mentira, a fin de cuentas. Si tener problemas con agua y luz, ir a Constitución. Preguntar en Palacio de Gobierno por gente que trabajar en solución de agua y luz. Temor tal contacto: Fulano de Tal pensó que ¡nunca! Entonces, cualquier desperfecto ¡ni modo!, pues a ver cómo lo arreglaban. Porque tratos con el Gobierno ¡qué horror!

Hasta ahora no ha habido nada irregular.

Sin embargo, los grados de inseguridad, las dudas. Cómo no pensar en que cualquier día…
Desentenderse, a conveniencia.

Alguna vez a Fulano de Tal se le antojó ir a la ciudad, tenía ganas de un descarrío, pero… No, no podía. La casa playera se transformó en una cárcel… benigna, hermosa, aunque…

Tanto demérito.

Tanta hipótesis restrictiva.

Llegó el día del trasunto acelerado, mismo que culminó en cosa de diez minutos. Es que —como si se tratara de un juego de niños— el chofer huyó en la camioneta llevándose a los tres empleados domésticos. ¡Vaya trisca!, parecía redonda la desaparición. Lo planeado desde dos semanas antes por los cuatro tenía que derivar en la divergencia de destinos: ¿sí?: cuando llegaran a una localidad equis, conocida por ellos al dedillo. O ya había un acuerdo muy remachado con personas del Gobierno ¡¿sepa?!… o ¿con quiénes?, o cuál propagación definitiva.

Fulano de Tal, tendido en la hamaca, contemplando el hundimiento del sol en el mar. Dicho espectáculo ahora era más suyo que nunca.

Día al garete que se convirtió en un decurso inusitado, debido a que el señor había roto el récord de su período de sueño (ruptura de sobra): 19 horas continuas: allí: en la guala. Había empezado su transposición a las 11 de la noche del día anterior y terminó a las 18 horas del día siguiente: ¡créanlo!, porque se despertó y, tras mirar su reloj ¡¡¡¿¿¿qué???!!!: su fiesta fue una mezcla de apitos y buena cantidad de brincos leves.

La demasiada somnolencia es un estuche de sorpresas.

Empecemos por lo más inequívoco: la ausencia de aquellos entes tan libérrimos; pero antes de cualquier chasco, Fulano de Tal optó por acercarse a los dos cuartos blancuzcos. Al llegar encontró pura oscuridad o pura inexpresión: ergo: ningún gemido placentero o siquiera sibarita. Entonces, como si ordenara algo trascendental, gritó con gran potencia, ¡y nada!

Han de haber ido a una fiesta. No dudo que regresen muy de madrugada.

Despierto, vigilante, solo. Su escozor iba creciendo.

Seleccionar un método de vida que empezara en la noche. ¡Tip!: el ruido cadencioso de la marea.

Es necesario decir que luego de 24 horas de soledad aún Fulano de Tal fue optimista. No se dobló. Creyó con presunción que si los empleados se habían ausentado era porque vendrían con una muy agradable sorpresa. Luego de 48 horas ya no fue tan ingenuo: fue atiborrándose de horror. Mientras tanto comía tortas de jamón, mortadela y queso manchego. Hartazgo acuciante.

Caída en cuenta: su vida había sido rumbosa. Una pésima obra de teatro.

Luego de cuatro días de inopia, o más bien, de soledad macabra devino el convencimiento más desamparado: ¡se está acabando todo! Hombre sin empleados, sin camioneta, ya casi sin comida. Y las tres últimas opciones: ¿caminar por el desierto sudcaliforniano?, ¿o quedarse en la casa?, ¿o ahogarse en el mar?

Caminar por el desierto. Entregarse a las autoridades, ahora sí que con todo el peso de la culpa, ya sin ningún soborno, ni mínimo. Vencerse por completo.

Lo vislumbrado desde que vio por primera vez, tendido en aquella hamaca, el hundimiento del sol en el mar.

Y se dirigió a la playa y trató de avanzar sobre las aguas. ¡Dale!, y cuando las olas bañaron por completo su cuello…

¡No!, ¡ahora no! Después… Sé que mañana estaré más preparado… La muerte debía ser tierna y quizás acompasada.

Preferible aventurarse… El sol y el desierto… Esos plomos… Un avance de ¿cuarenta kilómetros?… Si la retirada a pie la hiciera por la noche de todos modos el día llegaría y a saber si Fulano de Tal aún conservaba la suficiente fuerza para seguir.
Hay que considerar que estos pensamientos de inmolación los tuvo cuando el hambre, que es un monstruo todoterreno, ya se había apoderado de él.

Los subterfugios de la supervivencia. Meros destellos.

Quedarse en la casa, tendido en la hamaca. Dormido, a expensas de la inanición. Tal posibilidad tenía la garantía de la aparición de alguien.

Morir soñando (je).

Decisión: la inmovilidad, como lucha, y con gotas (casi irreales) de aguardo y anhelo.

Una palanca apócrifa, ¿cuál?

Un acopio de perversiones que se diluyen.

Una aparición que no es.

De pronto unos ruidos. Unos derrapes. Unos cuasirrechinidos de llantas.

Levantarse… complicadamente. Ir a ver el redor de atrás. Dispersión. Amenaza terrena, por fortuna.

Espectáculo metálico. La extrapolación de un solo color.

¿Rebrillo azul agresivo?

Unas diez patrullas rodeaban la casa y una voz estentórea ordenó: «¡Entrégate… no tienes escapatoria!». Tuvo que hacerlo. Fulano de Tal estaba indefenso.

Se lo llevarían a una cárcel: ¡qué suerte! Viviría largo tiempo allí, ¿con boato?

¡Qué privilegio!

 

 

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