Sin violí­n / Lí­quida / Anna Felder

Sin violín

 Primero la violinista, después la gata.
      No, primero la gata, después la violinista.
      Toca y duerme, duerme y toca. La gata, la violinista, vaya.
      Muda, cerrada, la boca sellada: está tocando, está durmiendo.
      También los ojos cerrados, sorbidos en el pelo, la cabeza inclinada, el violín en mano, que canta. Se quedó dormida de pie sobre el violín delante de los micrófonos; así que el violín continúa el sueño en voz alta, tan alta, celeste y lejana, como profundo es el sueño.
      O somos nosotros los que estamos sentados cómodos, tocando, yo para ti, tú para mí, mientras la violinista duerme para nosotros.
      ¿Respira? Respira.
      Sin violín la gata. Perdido en la noche de los tiempos. O acaso nunca poseído, ideado una mañana olvidadiza, en pensamientos cortos, en un vuelo de ave: un temblor en los bigotes y nada más.
      Mientras el sueño es largo, más largo que siete vidas, medido en música incluso antes del violín: el sueño es a ras de tierra, siempre lo fue, es en la ventana, es encima del regazo, en todos lados.
      Basta entrar ahí con el pelo encima, con las patas acompasadas y las fosas nasales libres, con los audífonos ya puestos, en preludio al concierto: de hecho, el concierto ya empezó desde los orígenes del universo, ahí a ras de tierra sobre la alfombra, sobre los periódicos, sobre la silla, sobre la cama, sobre la ropa usada. Orquesta y solistas en ejecución impecable, fuerte fortísimo hay que modularlo en los audífonos, quince catorce trece, trece por los alientos, la acústica es óptima si orientamos la joroba hacia Levante, no, mejor hacia Poniente, probemos.
      La gata prueba sobre la almohada, la del lado izquierdo, olfatea, ¿o sobre el edredón? Lo intenta de nuevo sobre la almohada derecha, olfatea de nuevo, escucha, lame con seriedad, escucha otra vez, se concentra en el encaje, derecha izquierda, empalma, conjuga masculino femenino en clave de sol, uno dos, a ti y a mí, se obstina sobre ese lugar, mecanismo delantero de patas, entrecierra los ojos, bizca, absorta, ensordecida, ya toda música, toda sueño. Ahí están las trompetas, ahí están los violines, los alientos: la gata amasa y calca en la seda pura los sonidos para saber que ya están reunidos todos en el cojín, tal cual, pobre si no recupera los sonidos compás por compás, un asunto de vida o muerte. Bonitos cojines blancos lavados, o aquí o nunca la gata establecerá residencia, tal vez por siempre con consciencia leonada, aquí caerá entera para adentrarse en el corazón de la música, en el centro del sueño a mil millas de los perros.
      Ahí está adentrada, centrada, despreocupada, ajena, cerrados los ojos en lo frondoso de la seda, cerrado el hocico para cerrar la cola, para no dejar escapar entre bigotes y cola ni un solo legato, ni un solo rubato; en competencia abandonada a cantar para nosotros, libre, solitaria, solista, melena alborotada, mandíbulas inertes, dormida en lugar de nosotros. Apenas si sonríe, apenas si frunce el ceño, el violín a saltitos le cosquillea la mente, escalofrío de ala en fuga, en urgencia de pájaro: por nada en el mundo nuestra gata agarraría al pájaro ni mucho menos le hincaría el diente, revestida como es fin el sueño, de cruda seda limpia: adiós violín, adiós pájaro, queridos perros adiós, nosotros tocamos Mozart Mozart Mozart en perfecta armonía por los siglos de los siglos.
      ¿Respira? Respira.

 

Anónimo encontramos, en el umbral de la casa a primera luz, el abanico aún fresco de bellas plumas lúcidas; mínimo el rojo, sangre laqueada en la raíz.
      Sin violín, sin gata. Nosotros dos mirando.
      —Un regalo para ti —me dices.
      —Para ti —te digo.
      Te miro hablar, me miras hablar. En la boca sin quererlo nos escudriñamos las palabras, las tuyas, las mías, dentro de la garganta las seguimos, cada vez más bajo hasta aspirar en el fondo de ellas la raíz, sí, hasta dentro del alma.
      —¿Por qué te sonrojas?
      —Tú por qué.

 

Líquida(Casi un epílogo)
Siete letras del alfabeto para Líquida, siete para Signora.
      Solamente dos vocales en común, la i y la a.
      Excluida cualquier otra superposición, a primera vista: sobre todo porque se trata en el primer caso de un adjetivo de desinencia femenina, Líquida; en cambio, en el segundo de un sustantivo, Signora; es decir, se trata de términos diversos que no se sustituyen.
      A lo mucho persiste la correspondencia del género: femenino, sí. Pero aquí nos detenemos.
      Pensándolo más, Liquida podría incluso figurar como forma verbal: indicativo presente, tercera persona singular del verbo liquidar: yo liquido, tú liquidas, él ella liquida. O más bien como el imperativo del mismo verbo, segunda persona del singular: ¡liquida! Naturalmente en todas las acepciones posibles que el verbo liquidar, según el contexto más o menos inocuo, puede asumir.
      ¿Y Signora?
      A ver: aquí se presencia el fatal intercambio de Signora por Líquida. Aquí abolimos fatalmente el término Signora en favor de Líquida.
      Pero procedamos con orden. En vista de que habría un contexto. Lo hay.
      Era un martes normal de marzo: a media mañana, cuando uno baraja el paquete de cartas que el cartero entregó. Y entonces te cae en las manos un sobre estampado y enviado directamente a ti, a mí, obvio, escrito con pluma, sin nombre de remitente al reverso.
      Una caligrafía que no reconoces; nada sorprendente, dado que los sobres de papel escritos a mano en estos días son más que raros, únicos.
      Entonces con el abrecartas ya en la mano, por instinto revisas mejor la dirección, nombre apellido calle localidad: todo exacto en una escritura gruesa, desatada; a menos que no…
      Apenas ahora te das cuenta de una excentricidad: una excentricidad escrita antes del nombre y el apellido, ¿es posible? antes de, supongamos, Caia Sempronia. Ahí donde usualmente escribes o lees «Signora», o incluso «Gentile Signora»: «Gentile Signora Caia Sempronia», etc. etc.
      No, aquí no leo Signora, aquí leo Líquida; repito, Líquida en lugar de Signora.
      Yo me llamo Anna Felder, aquí en el sobre blanco leo Líquida Anna Felder, sin Gentile ni nada, simplemente Líquida y punto; y mi nombre.
      Pausa.
      Me levanto, abro la ventana, veo al perro de los vecinos que me saluda sin ladrar, me reconoce, soy líquida.
      ¿Que si me angustia? O al contrario…
      Cierto, una responsabilidad extra me lo recuerda, endosándome personalmente de repente un atributo inesperado, a mi edad, en la Pascua.
      Líquida. Además, ¿a quién más involucraría en la aventura? No estamos solos en este mundo, las alegrías, dolores y obligaciones se trasmiten, se propagan, se multiplican. Líquida.
      De acuerdo, Gentile podría ahora sonar caduco, descartado de antemano, sí, cargado de historia, pero que ya nunca se da más adelante; lo mismo pasa con el superlativo más moderno, Gentilissima. Pura formalidad.
      ¿Pero Líquida? ¿Que a priori excluye a cualquier superlativo?
      Líquida se impone.
      A partir de hoy, martes, tengo que ser con toda consciencia, sinceramente líquida: sin retórica ni demás, sin superlativo, liquidísima no existe.
      Suponiendo que se quiera utilizar siempre el adjetivo; y no, como ya se dijo, la forma verbal, indicativo o imperativo. Para la cual yo estaría liquidando: ¿a quién? ¿qué cosa para que conste? O tal vez se le conmina a alguien para que me liquide: ¡liquida a Anna Felder! ¿A quién le toca?
      Preguntas y más preguntas.
      Hay quien insinúa, lo sé bien, que muy por debajo, más bien dentro de cada letra de
      L í q u i d a, escrita a mano así a lo largo del sobre, se puede entrever aún la matriz, la palabra S i g n o r a, apenas oculta: con la ese mayúscula recta; la ge rígida que se lee como q; la ene toda hueca similar a la u; la o y la ere fugaces en dos trazos de pasada, indiferentes. Meticulosidades.
      Poco importa. Para mí está escrito Líquida y yo leo Líquida, más bien yo digo en voz alta silabeando: lí-qui-da.
      Es lo que se dice el destino: al y aquí ya estaban impresos poniendo en común en títulos diferenciados dos secuencias de cuentos para este libro.
      Ahora, se titulará Líquida la tercera secuencia, conclusiva: cuanto más que justo de deudas, pagos y dinero toma su inicio. Casualidad.
      Tal secuencia, a sabiendas del sobre escrito con la tinta (contenía los buenos deseos de Felices Pascuas), percibida por esa extravagante señal de mediados de marzo, se propone sugerir el llamado matutino para la colección completa: en toda su —mi— compleja liquidez.

De LIQUIDA (Opera Nuova, 2017)
      Traducción del italiano de Sharbel Pimentel

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