(Guadalajara, 1988). Es autor de Un caballo, contestó mi madre (Ediciones-O, 2022).
Como si de un entrañable rodaje se tratara, La novela de las mujeres murciélago, de Patricia Vázquez, nos cuenta la historia de un triángulo amoroso, atravesado por la historia de la lucha libre femenil en México. Desde la primera línea del libro, «Dos mujeres luchan en el ring», la autora nos coloca en el centro del cuadrilátero, donde las protagonistas, Sonia y Patricia, lucharán a pesar de las caídas y sin límite de tiempo por derribar estereotipos.
La sencillez con la que la autora aborda esta escritura corporal y violenta es un acierto, un tono ágil que avanza con liquidez y crea una atmósfera cinematográfica con sus acercamientos a antifaces y leotardos, sus corta-planos de dólares y vodkas tónicos, sus secuencias de sangre, orina y lágrimas en el cuadrilátero y sus cameos de las primeras gladiadoras mexicanas de la historia.
Dos mujeres luchan en el ring dividen gloria y poder en la lona fingen con sus caras cubiertas por sudor y cabellos. El público apuesta en dólares. Ellas cuando el dolor físico las excite desearán no haber simulado.
Patricia reta a Sonia. Sonia improvisa un cuadrilátero. Patricia se enamora. El esposo de Sonia era soldado. Piernas de mujer atraviesan el aire. Lucha: no competir con ningún hombre por atención. El esposo de Sonia era prescindible. Una llave. Una tijera. Un tatuaje de serpiente. Patricia: oscuridad y deseo. Sonia: ráfaga de furia. Las mujeres murciélago contra las momias del patriarcado.
La lucha femenil ha tenido que pelear, arriba y debajo del ring, para ganar batallas de género, morales, legislativas y de censura. En 1954, después de haber conseguido con esfuerzo un espacio en un deporte dominado por varones, el entonces regente del Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu, vetó la lucha femenil por más de treinta años, argumentando que «dicha actividad era movida por el morbo, y, por el contrario, la mujer tenía que ser integrada a actividades que exaltaran su feminidad, como la gimnasia, o aquellas que no amenazaran sus facultades reproductivas como ángeles guardianas del hogar y la nación».
Cuando leo No sólo lavan y cocinan, también luchan dudo de los encabezados de periódicos. En el siglo xx las mujeres se debían a la limpieza y la cocina. ¿Patricia y Sonia lavan su ropa los fines de semana? ¿Limpian la casa? ¿Tienen hijos?
El paralelismo que se tiende es tan natural que funciona como un tirabuzón ejecutado con maestría. Todo se funde aquí, moral y deseo, victoria y derrota, rudas y técnicas, norma y minoría. En tiempos en que la ideología de género es la piedra de toque de incontables proyectos, encontrar uno como éste, con brillo excéntrico y propio, que pone en la misma balanza el tema y el discurso con la estructura y la solvencia lírica, se agradece, se reflexiona y se disfruta.
No hay finales felices, ni siquiera cuando se vence, eso lo sabemos. Sonia era de las rudas. Patricia durmió sola. Surge la pelea. El miedo desde la pedicura. Sonia quería complacer a su marido. El orgullo de Patricia sangra. Estrías. Cicatrices. Todo salió mal. Las mujeres murciélago contra la amenaza constante de su llanto.
Se vieron de noche con hastío. No hablaron de su encuentro en la isla ni los besos al terminar la lucha. Sonia y Patricia se vieron con hastío en el ring de la victoria.
Patricia Vázquez (la autora, que casualmente comparte nombre con la protagonista y apellido con la primera luchadora mexicana de la historia) no esconde nada, se ha quitado la máscara, ese símbolo de hermetismo y simulación, para lanzarse desde la tercera cuerda y escribir un libro sin par, marcado, como las grandes cosas, por secreciones y lentejuelas.