Los pitagóricos consideraban el movimiento del cosmos regido por una bipolaridad fundamental. Y al constante alternarse del ser y del no-ser la condición sine quan non para la permanencia de las cosas en la realidad.
El libro Satori, de León Plascencia Ñol, se instala justamente en esta verdad para asumir emociones, descripciones, objetos desde la dimensión de su carencia, desde su sombra; en la cuarteadura, en la fracción. La puesta en movimiento de los poemas de Satori nace del estado de plenitud de lo que existe pero desde su hueco o su silencio, desde la otra cara de su estar en el mundo. Desde esa imposibilidad intrínseca, imperceptible al exterior, sólo perceptible desde el sentir.
Con una clara filiación oriental que viene desde el título y que luego confirma en su «Adenda», las tres estaciones del poemario, «Pentimento», «La Cordillera» y «Satori»,nacen de geografías diferentes:
la primera en Seúl, la segunda en Bogotá y la tercera en la costa de Jalisco. A pesar de la diversidad del paisaje que las hace nacer, hay en las tres partes una tensión donde lo pequeño y lo grande, lo insignificante y lo grandioso oscilan para darnos a los lectores el equilibrio de la escritura, o más bien la armonía de la belleza.
Podemos hablar de dos ejes: sensaciones y recuerdos. Y me atrevo a decir que los textos, tan contenidos en su excelente factura, eluden las proporciones conocidas y se desbarrancan, nos lanzan al vacío y en momentos nos descobijan, porque miran hacia lo ignoto, nos conducen a un trazo inimaginable.
Desde ese punto innombrable aflora y se configura el mundo que León Plascencia crea, desde la posición más correcta como mediación entre la verdad y su negación. Allí es posible ver cómo «a través de la ventana llegan cientos de / luces que podrían ser otra cosa: / una hoja / de bambú, una rama de neeti, una pata / de kkachi. los ojos apresuran lo no cierto. / esta lluvia trae signos aparentes» (p. 22).
La hendidura, el reino que existe «bajo la fractura del árbol», son las realidades que se miran en las páginas de este libro. Pero además el proceso mismo de ser, un proceso ilimitado y continuo pero teleológicamente ordenado. La escritura del poeta busca la trascendencia, busca representar ese estado de iluminación perfecta, de postración hacia el infinito mediante la creación de entidades libres para ser inalcanzables. Los poemas entonces se dilatan de su forma finita y aparente hacia lo oculto que nunca es revelado más que a través de la percepción y de las emociones.
Lejos están la racionalidad y la yuxtaposición, esta vez se trata de un registro diferente en la obra de León. Satori hilvana puntos suspendidos entre la nada para lograr un todo donde reúne sucesiones ilimitadas. Satori es el instante y es la cúspide: la luz impenitente bajo los tejados, el reflejo de la grulla en el lago, la extenuación en los ojos, el rojo ausente de una mañana, la cordillera como hoja de afeitar, la posibilidad y la muchedumbre, los signos dibujados en la arena, el aire cargado de aire.
Satori dibuja lo efímero, captura el momento de tránsito y atrapa el vínculo impronunciable, da cuenta del cruce, y se queda en el intervalo que discurre entre una cosa y la incertidumbre que la rodea. Participa de los extremos, lo que fue y lo que dura en la memoria.
* Satori, de León Plascencia Ñol. Conaculta, Col. Práctica Mortal, México, 2009.