Si oyeras aletear al murciélago
cuyos ojos tienen la forma de una herradura.
Si olieras en sus fosas nasales
el perfume de las raíces que brotan bajo estas aguas.
Si vieras cómo tropieza
su delicado cuerpo contra los muros
la ciega embestida de su espanto
contra los filos de una vertiente oscura.
Si vieras abatirse su vuelo bajo el granizo.
Si lo miraras yacer sobre sus membranas
como un dios de cristal fragmentado entre los arbustos
comprenderías el peso de su derrota
y la crueldad de las hebras
con las que forma la noche sus telas y sus alas.