Rosario Castellanos / Antonio Deltoro

No creo que haya puesta en escena mejor del carácter ceremonioso del mexicano, a un tiempo patética, dramática y humorística, que ésta de Rosario Castellanos provocada por un verso de Miguel Hernández:

Diálogo con los hombres más honrados

«Me quiero despedir de tanta pena»
igual que tú, Miguel, pero soy mexicana
y en mi país tenemos ritos, costumbres,
[modos.

Si la pena me dice que se va, me desvivo
por ser hospitalaria.
¿Se le ofrece un café? ¿Una copita?
Que se quede otro rato.
Aún no es tarde y afuera hace mal
[tiempo
y hay tanto de qué hablar todavía.
[Hablaremos.

Alguna vez se va a poner de pie,
a pesar de mis súplicas,
y llegaremos juntas a la puerta
y la abriremos y, a los cuatro vientos,
como aquí suele hacerse, seguiremos
[charlando.

Y temo que mi adiós —si es que hay
[adiós—
se confunda con una bienvenida:
la que preparo ya para la muerte.

En este poema, que bien podría llamarse «Cortesía mexicana», se despliega una ironía aderezada con buena educación que, en un ritual de modales, acoge hasta a la propia muerte. La pena, un sentimiento, se vuelve, como la cuaresma para Doña Cuaresma, en El libro del buen amor del Arcipreste de Hita, un personaje al que se le recibe y se atiende.
Aunque murió joven y anunció su muerte en diversos poemas, Rosario Castellanos fue muy activa en diferentes géneros: la poesía, la novela, el cuento, el ensayo. En lo que a la poesía se refiere, en las sucesivas etapas de su vida hizo poemas muy alejados de tono e intención, pero
en todos está presente la conciencia adolorida de una mujer que sabe latín y también de las cosas, cotidianas y trágicas, que saben las mujeres que no saben latín.
Todos sus poemas, desde los primeros, de raigambre chiapaneca y rural, hasta los más urbanos y nacionales, muestran que su autora, quizás porque era tímida y mujer, aprendió las letras muy bien para mejor decir sus verdades: sin pasarse de los márgenes y respetando las formas, pero expresando de manera tan justa como aguda su condición femenina y los refinamientos de las hipocresías y de las crueldades características de nuestra vida particular y pública.
Rosario Castellanos pudo ser lo mismo la cronista irónica y cruel de nuestra telenovela nacional, contarnos la prehistoria de la Malinche antes de Cortés, tornándola un personaje de tragedia griega, una mezcla de Ifigenia y de Electra, como hacer versos como éstos, tan educados que hasta parecen anónimos:

Lavanderas del Grijalva

Pañuelo del adiós,
camisa de la boda,
en el río, entre peces
jugando con las olas.

Como un recién nacido
bautizado, esta ropa
ostenta su blancura
total y milagrosa.

Mujeres de la espuma
y el ademán que limpia,
halladme un río hermoso
para lavar mis días.

Este poema de juventud esconde ya la culpa, el pudor y el dolor característicos de la poeta chiapaneca. Les pide a las lavanderas del Grijalva, múltiplemente expertas en el sufrimiento, por ser mujeres e indígenas, como en la espuma y el ademán, por su condición de lavanderas, un río hermoso para lavar sus días; días que, no obstante su juventud, necesitan ser lavados por tales lavanderas. Desde sus primeros hasta sus últimos poemas, Rosario Castellanos nos incluye a todos y todas, hace su biografía y nos hace sus semejantes y cómplices, porque fue capaz de enfrentar con cortesía tanto sus propias vísceras como las de nuestra tierra.

 

 

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