Rodillas en el cuerpo y en la mente: apuntes sobre Carla Faesler

Gustavo Íñiguez

(Valle de Guadalupe, Jalisco, 1984). Es autor de Vocación de animal (Mantis, 2016). 

En su ensayo «re/medio ultra página» (Escribir poesía en México, Bonobos, 2010), Carla Faesler hace énfasis en lo que en ese momento se entendía como poesía experimental en México, y enlista el trabajo de autores que representan el curso de una de las rutas alternas que más le interesan como lectora: Claudia Algara, Myriam Moscona, Mónica de la Torre, Rocío Cerón, entre otros. El contexto y las propuestas, las afirmaciones y las citas, modelan con mucha claridad lo que la autora busca como artista: prácticas alternativas de las manifestaciones poéticas.

Compuse con los ángulos de un árbol,
viejo en su geometría, las falanges
necesarias para las articulaciones
de unas manos precarias, unas piernas
y demás coyunturas que en el cuerpo
del humano se encuentran. Ya tenía
una estructura cuya sola presencia,
alta hasta producir su propia sombra,

llenó la habitación en la que estaba.

«he estado pensando en las rodillas. son unos mecanismos maravillosos. no entiendo por qué no tenemos más rodillas en el cuerpo. y en la mente», escribió en Twitter (el 13 de febrero de 2020). Con ello establece una correspondencia con las palabras de Henri Michaux que eligió como uno de los epígrafes para su libro Anábasis Maqueta (Editorial Diamantina, 2003): «Es en los huevos donde a uno le gustaría encontrar articulaciones». A partir de esta impresión (una insistencia en la reflexión de la escritura conforma el mecanismo interior del poema) y de la idea de la ascensión, el poemario se proyecta hacia una comprensión en la que imaginar y escribir se reúnen como en una articulación que los flexiona y los extiende para que permitan el movimiento y —a manera de apología de la rodilla— consigan la estabilidad. Anábasis Maqueta es, sin duda, uno de los libros coyunturales de la poesía mexicana del siglo xxi.

Un ojo coronado con las más lujosas púas rueda sobre sí mismo sin nunca desplazarse. Con naturalidad se fija, en la espontaneidad advierte, así que lo mejor en cerradura es ser un ojo. Tan cerca, un contorno que se forma y las cosas suceden dentro de una capilla, por eso adentro todo tiene un aire de profanación.

Entre la reflexión —casi mecánica— y las prácticas alternativas que involucran otras manifestaciones artísticas, la autora consigue ampliar el recorrido y en un descenso: Catábasis exvoto (Bonobos, 2010), nos muestra las posibilidades de unión entre el texto y la imagen para que, en la simulación de una nave, alcancemos a recuperar la experiencia que ella misma nos plantea (en entrevista con La Jornada en febrero de 2011): «es un libro que se basta a sí mismo, es una historia, hay narrativa. No son poemas aislados; el ritmo lo marca la exploración de una nave con fechas que no son reales […] eso también lo imaginé como un desfase y una entrada a este mundo mágico de lo irracional y de lo absurdo».

Un hongo se fermenta

Somos nosotros,
soy yo sin poder verme.
El único espejo que conozco
es el visor del casco de su equipo antimotín.

La madre es el motivo central en el poemario Dron (mi madre era un granadero) (Impronta, 2017), y es en ese libro donde el discurso reflexivo de Carla toma un nivel sintético efectivo y contundente. Las imágenes que son visibles desde el discurso amplían esta escritura, la movilizan para que estos diez fragmentos se nos presenten como una narración incontenible: es posible asistir a una panorámica política y social que lleva —en la figura de la madre— el tono de su manifestación: violencia y ternura, horror y calidez.

De primera impresión, parecerían indisolubles la escritura y la figura pública de su autora, que se percibe como una extensión en redes sociales del imaginario de Catábasis exvoto; una imagen que, además, ha llevado a los discursos visuales que ejecuta en videos/averiguaciones en los que su preocupación por la interdisciplina es el centro. La experimentación, por un lado, y la consolidación de una voz original y de amplias resonancias, por el otro, han provocado que mi curiosidad lectora tome el mismo rumbo que propone Faesler: asciendo y desciendo por su trabajo para asistir a una de las formas en que la reflexión instaura la novedad. Cada lectura se renueva por la forma en que fueron dispuestos los dispositivos verbales que detonan el pensamiento.

La búsqueda está en activo y nos permite, a los lectores de Faesler, estar pendientes de los nuevos hallazgos de esta mente con la misma precisión con la que opera la mecánica de una articulación, como bien afirma ella (en un tuit del 11 de marzo pasado): «la poesía escarba en los basureros de la civilización y en las cajas que no hemos desempacado de la última mudanza».

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