Rodeo argumentativo en torno al color rojo

Vonne Lara

(Guadalajara, 1979). Autora del libro álbum Bubu, el capitán de los navegantes inconclusos
(Santi Ediciones, 2019).

La luz se apaga cuando está prendida.

El General

Todo lo que nos han dicho acerca de los colores es mentira. Nada es cierto desde Aristóteles a Newton,[1] desde Goethe al Dr. Atl. Explicaciones sobre la naturaleza de los colores, clasificaciones, círculos cromáticos, teorías del color, psicología del color, colores de la suerte: todo, todo es innecesario para el cometido que aquí nos proponemos.

Es conveniente reconocer los grandes esfuerzos que nuestros antepasados hicieron[2] para descifrar la naturaleza del universo, la vida y todo lo demás. Pese a ello, algunas explicaciones resultan poco menos que risibles, y en algunos casos son hasta cándidas.

La referencia obligada de lo anterior es, claro, Aristóteles,[3] quien aseguraba que los colores básicos eran los de la tierra, el fuego, el agua y el cielo. Esta explicación, aunque falaz, da pie a un importantísimo descubrimiento inesperado[4] que cambia para siempre la historia de la humanidad. Para ello, necesitaremos conocer a fondo la obra del insigne compatriota de Aristóteles, el poeta Homero… aunque bastará con referirnos al estudio realizado por el experto helenista William Ewart Gladstone, quien contó los colores mencionados en las obras homéricas y encontró que aparece el negro doscientas veces, el blanco cien y el rojo sólo quince, mientras que el verde y el amarillo se nombran menos de diez veces. Esto demuestra de forma rotunda que el cielo y el mar no fueron azules sino hasta épocas posteriores a Homero, o bien que los colores del cielo referidos por Aristóteles probablemente se extinguieron.[5]

Sir Isaac Newton caminó por terrenos más sensatos e inventó un prisma que lleva su nombre, con el que observó la refracción de la luz. Sus observaciones fueron tan importantes que llegaron a constituir la base de la óptica moderna. Propuso, y la comunidad científica estuvo de acuerdo,[6] que la luz no es otra cosa que un conjunto de ondas y la frecuencia de cada onda determina los colores que percibimos, esto es, que los objetos iluminados absorben ciertas ondas y reflejan otras, que son las que captan los ojos y el cerebro interpreta como colores, aunque la luz y las ondas sólo son: es decir —y aquí nos metemos en terrenos de la metafísica y la física cuántica—, para que un color exista debemos existir nosotros;[7] por tanto, sin nosotros los colores no son nada, o al menos son libres de nuestras explicaciones, pues los únicos seres en obsesiva búsqueda de sentido de la realidad somos los humanos.[8]

Los alemanes llevan una ventaja arrolladora en la exploración de estos asuntos. Basta mencionar al vienés Ignaz Schiffermüller, quien desarrolló en 1772 el primer círculo cromático correcto con los tres colores primarios: azul, amarillo y rojo carmín. Poco después, Goethe, el reconocido dramaturgo, novelista, poeta y naturalista,[9] puso las bases de la psicología del color.[10] Aseguró, entre muchas otras aportaciones al tema, que los seres humanos pueden verse afectados fisiológicamente por los colores; por tal motivo, algunas personas tienen preferencia por el rojo, otras por el azul,[11] y otras se visten de amarillo.[12] La teoría desarrollada por Goethe no sólo es la base de la colorimetría moderna, sino que es también el fundamento de la protociencia más insigne de la humanidad, la astrología.[13]

Cabe mencionar que hasta ahora sólo nos hemos abocado a los colores pigmento, es decir, los colores en los elementos tangibles que nos rodean y los de las pinturas. No hemos mencionado todo lo que hay detrás de los colores luz.[14] Y «todo» son otros tres colores primarios: rojo, verde y azul. Estos colores luz provienen de una fuente coloreada de luz, y son los que se usan en pantallas y monitores y en fotografía. Éstos, de nueva cuenta, sólo existen porque nuestros ojos son sensibles a esos colores. La ausencia de color en los colores luz es el negro, y la suma de todos ellos es el blanco.[15]

Las células fotorreceptoras que se encuentran en la retina, llamadas conos y bastones, captan las ondas de la luz y nuestro cerebro las interpreta. El asunto se complica porque no todos los humanos percibimos la luz y, por tanto, los colores, de la misma forma. Las mujeres, por ejemplo, somos más sensibles a las variaciones de ondas, por eso tenemos colores llamados añil, índigo, azul celeste, azul almirante y azul eléctrico. También hay personas, como Jorge, que son menos sensibles a las longitudes de onda, y se las denomina daltónicas.[16]

Así pues, y en vista de todo lo que hemos sacado a la luz en esta argumentación, las únicas verdades son:

Que sin luz (y tal vez sin gusto estético) no habría colores.

Que sin conos y bastones los colores serían opacos.

Que sin los humanos no habría colores.

Que si no hubiera daltónicos habría más tonos verdes.

Que mi color favorito es el rojo.


[1] Debemos tomar en cuenta que esta aseveración es sólo una licencia literaria, pues las primeras frases de un ensayo deben ser contundentes, escandalosas y hasta pueden ser mentiras —mentiras que la autora matizará, o no, de forma sutil o tajante—. Todos sabemos —incluso los escritores— que es conveniente que Newton no se haya equivocado en sus teorías; de lo contrario, el universo entero correría grave peligro, pues no habría estudios en los cuales fuera posible sustentar su existencia. O bien, algo aun más penoso, tendríamos que explicarnos todo de nuevo.

[2] Occidentales, por supuesto, ¿existe otro conocimiento relevante para la humanidad?

[3] Filósofo tan manido por los científicos, a pesar de que la referencia sólo sirve para decir que lo que creía el estagirita ya no está vigente.

[4] Los mayores descubrimientos científicos se han hecho de esta manera. Como cuando Alexander Fleming descubrió la penicilina al dejar una tortilla, seguramente de su desayuno, cerca de unas placas de Petri en las que cultivaba estafilococos. Es por eso que, en honor de Fleming, en la escuela primaria emulamos su descubrimiento en la conocida actividad de observar y documentar cómo le salen hongos a una tortilla
de maíz.

[5] Tal como sucedió con Platón, quien decía que los colores básicos eran el blanco, el negro, el rojo y el brillante.

[6] Es lo que se conoce como consenso científico. Para una explicación orientada a ciudadanos de a pie, podría decirse que estos consensos son como el meme del momento: todos lo aceptan, son felices con él, lo replican, lo creen la última evidencia del ingenio humano, hasta que llega otro mejor y olvidamos el anterior, o incluso nos avergonzamos de él.

[7] Paradoja en el mismo tenor de la muy conocida «paradoja del árbol caído»: «Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?», atribuida y desatribuida al filósofo irlandés George Berkeley.

[8] Por tal motivo también inventamos el tiempo, nombramos las constelaciones, fabricamos los mitos arquetípicos y en música obligamos al quinto grado menor a volverse mayor por medio de la escala armónica —robada a los moros que expulsó de sus tierras nuestra Madre Patria—, a fin de que no se caiga a pedazos toda la música occidental.

[9] Autor que ha trascendido como uno de los más importantes de la historia de la literatura en gran medida por Doctor Fausto, su obra culmen, que ha sido ampliamente estudiada y analizada por los académicos becarios de literatura, aunque escasamente leída por el resto de la humanidad.

[10] Teoría sumamente popular utilizada por la mercadotecnia, los diseñadores gráficos, los diseñadores de interiores y los sacerdotes católicos. Sin embargo, cabe mencionar que cuando una persona dice «Me gusta» se invalidan esta teoría y todos los tratados de estética del mundo. Otra línea de investigación sugiere que el gusto, y no la luz, es el origen de los colores: lo sostiene la frase popular: «Para gustos se hicieron los colores».

[11] Solamente la población poshelénica, como bien lo indicamos líneas arriba.

[12] La sabiduría popular explica mejor por qué existe la costumbre osada de vestir de amarillo, aunque sólo cuando lo hacen las mujeres, como sucede con todo lo que la sabiduría popular reprueba: «La que de amarillo se viste de sinvergüenza se pasa».

[13] Conocimiento antiguo que, además de predecir el destino de las personas según la posición de los astros a la hora de su nacimiento, también ha sido pieza clave para la subsistencia de periódicos y revistas desde la época de las antiguas culturas mesopotámicas.

[14] Aunque todos los colores son efectos de la luz, la clasificación de «colores luz» a la que nos referimos aquí es más bien otra clase de luz (aunque es la misma).

[15] Por el contrario, en los colores pigmento la ausencia de color es blanco y la suma de ellos es o debería ser negro (el horrible tono que se consigue al mezclar témperas se conoce en el mundo artístico como no-color).

[16] Pero, ¡ojo! —ojo a la referencia al ojo—, no les gustan las bromas de daltónicos, como: «“¿Qué le dijo el empleado daltónico al jefe daltónico?”. Respuesta: “Estoy esperando a que me dé luz verde”».

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