Islas de miel

Araceli Mancilla Zayas

(Tlalnepantla, 1964). El último río (La Maquinucha, 2019) es su libro más reciente.

Islas de miel 

(en Nusfjord)

Escuchas el viento, a las gaviotas
¿alcanzas a ver el alba de un papalote?

Oyes dormir los témpanos y… 
¿alguna especie de chicharra?

Apariciones del frío
Sonidos que en la blancura se graban.

De pronto el silencio se detiene
después de soltar su alud
en la montaña

a su orilla un cementerio de lápidas
sumergidas en la nieve 
pareciera olvidado:

¿quién diría que las pisadas del amor
llegaron hasta él?

Qué distinto y distante
se vuelve entonces ese mundo en blanco.

Siempre hay un templo

 en el centro de las tinieblas.

Noche

Desde la masa impenetrable del bosque
el ocaso incendia el horizonte 
resistiendo la oscuridad

entre sol y tinieblas
la silueta

la cabeza que se mueve apenas
con el rostro negro
insondable

a su izquierda 
estertores de luz en anaranjados
que se cuecen vivos

azul verde que aturde al cielo 
antes de esfumarse

a la derecha 
el panóptico lunar apunta 
hacia un teatro de sombras:

recortada en la batalla
la figura del hombre es 
el centro del abismo.



Digo de los ojos del musgo…
 
               en el rostro de piedra 
     son agua
 
el temblor del verano         
esconde
detrás del abedul 
                             esa tristeza
 
algunos golpes trozan el follaje
 
 
lo sabe el musgo, 
                                pero olvida
 
Digo de los ojos del musgo…
 
                 son de viento amarillo,
siempre
 
a veces,  
       nocturnidad de roble
 
hay recuerdos del musgo 
                             en la corteza 
                  donde nadie lo nota…
 
el musgo, 
                     escondido, 
                       escucha
 
              sus ojos miran lejos, 
                    debajo de las sombras:
                                
el santuario del ciervo
                                    la violeta 
 
                        miran por allá,
              más allá:
                      
              la mano que juega con la brisa
                               el refugio de árboles caídos
                         una nube convirtiéndose en paloma
 
                     
                    en la luz arrasada    
                                 
                           hocicos del tiempo beben
                                 la maleza de sus ojos
                                       
                                       entonces
                                                 ciego, 

                                      el musgo canta.
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