Réndulas y reduvios / Juan Domingo Argüelles

para Rosy y Claudina, en Villahermosa
para Gilberto Prado García y Carmen Silerio, también allá

 

Inventora de las réndulas (enigmáticas marcas
que dejaban los sueños al despertar),
mi hija, pequeña, vivió empavorecida
por el reduvio, monstruo más que de sueños
de pesadillas. «Fíjate bien dónde metes la mano.
Puede haber un reduvio», le decía su madre.
Y ella que no sabía del mal de Chagas,
ni por supuesto de Chagas mismo,
ni del Trypanosoma cruzi ni la vinchuca,
temía ser picada por el reduvio «enmascarado»
y caer, sin remedio, en el mal del sueño
que la mosca Tse-tse le deparaba.
Más que del mal del sueño, enfermaba
del mal de imaginar sus sueños
poblados de reduvios y otros insectos.
Ella aún no sabía que mis sueños,
los míos, no tenían que ver con los insectos,
sino con carcinomas. «Si no cuidas tu piel,
te saldrá un carcinoma», me advertía
la misma voz que hablaba del reduvio.
Mi hija no temió a los carcinomas.
Sólo el reduvio fue su pesadilla.
Yo todavía hoy, al despertarme,
veo en mi piel las huellas de los sueños,
las réndulas rojizas o francamente púrpuras,
que no son picaduras del reduvio,
sino tal vez avisos del feroz carcinoma.

 

 

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