La poeta y escritora nicaragüense-salvadoreña Claribel Alegría, a sus 84 años, pareciera haber cumplido el destino que las letras le marcaron desde muy joven: andar con los libros, primero, y con sus autores, después; o al revés. ¿Pero cómo le hace uno para pasar tres noches con Julio Cortázar, durmiendo en colchones de agujas de pino y con las botas puestas, allá en la población de Bismona, Nicaragua, cerca de la frontera con Honduras, donde los sandinistas eran alentados con el canto de la trovadora Norma Helena Gadea? ¿O cómo le hace uno para compartir un café en la Ciudad de México con Juan Rulfo y escuchar sus angustiosas dudas sobre si la calidad de sus textos era suficiente para justificar su publicación? De acuerdo, Claribel Alegría pasó por reuniones donde los escritores amigos de los escritores amigos se dispensaban diálogos lisonjeros («Tertulias desbordantes de inteligencia y humor»), pero también intimó con Robert Graves al acompañarlo en sus caminatas por una playa de Mallorca, escuchándolo hablar sobre su musa, esa diosa blanca, la Luna.
Estas amistades y experiencias son denominadas por Claribel como la Mágica Tribu, lo que da título a su último libro. Cada fragmento dedicado a un amigo escritor, diez en total, no devela del todo los códigos de comportamiento y pertenencia a ese selecto grupo; porque están esas tertulias y esos momentos íntimos, porque se adivinan relaciones más políticas o más familiares. Son anécdotas que ofrecen información que va de la generalidad de las estampitas biográficas escolares a la exclusividad de un trato entrañable.
Lo evidente es que esas relaciones surgieron o sobrevivieron mediante la comunicación epistolar, por lo que la inclusión de un amplio apéndice (poco más de una tercera parte del libro) con cartas y postales da una idea más clara de la naturaleza de esta tribu. En las líneas hay abrazos, buenos deseos y cariños, separados por el tiempo y la distancia. No podría haber sido de otra forma: la propia ruta de Claribel es sinuosa y de difícil seguimiento, pues comenzó en Nicaragua, pronto siguió hacia El Salvador, Estados Unidos, México, Chile, Uruguay, Argentina, Francia, España y de vuelta a Nicaragua, donde reside actualmente.
Está incluso el caso de Roque Dalton, a quien Claribel no conoció en persona, sólo coincidieron en el pensamiento y la escritura, y algo más, porque cuenta Claribel que, al enterarse de la muerte de Dalton, fue corriendo a leer un fragmento de uno de sus libros, a manera de homenaje, y se topó con el poema «Alta hora de la noche», que dice: «No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto: / desde la oscura tierra vendría por tu voz».
Claribel incluye en cada fragmento parte de la obra del amigo escritor, según una intención que explica así: «Me he limitado a contar mi experiencia individual con cada uno de ellos y a tratar de trascender la anécdota».
En el libro se pueden adivinar sólo algunos códigos de pertenencia a esta tribu. La autora supo que dedicaría su vida a la literatura a los 12 años, cuando leyó Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke; pero antes, a los seis años, ya había sido bautizada por José Vasconcelos, en una visita que éste hizo a casa de sus padres. Serás poeta y te llamarás Claribel Alegría, y no Clara Isabel, como te han puesto, sentenció. Añadidas a esa convicción, que la llevó a Estados Unidos a estudiar literatura y la hizo enviar una carta de admiración a Juan Ramón Jiménez al saber que vivía en el país, vinieron respuestas que no pudieron ser más favorables. «Escríbeme largo y cuéntame de tu vida y escribe versos y prosa y mándamelo todo. Me parece que vamos a ser buenos amigos. Eres sencilla y eso me encanta», respondió el Nobel español. Con esa franqueza, Juan Ramón se convirtió en el mentor de Claribel y la ayudó a ordenar sus lecturas de juventud.
Todo parecía cuestión de tiempo. Por ejemplo, Claribel tuvo contacto con Cortázar por primera vez en una carta de agradecimiento de éste por su inclusión en una antología que preparó la poeta, en 1951. Diez años después, cuando Claribel fue a vivir a Francia, la relación se estrechó.
Tal vez sin proponérselo, Claribel también es franca en esta recopilación de encuentros, nombres, fechas, viajes y conversaciones que, aun siendo de diferentes tonos, terminan, al final de cada fragmento, por describir la muerte de sus amigos escritores. Es una tribu muerta, y ha sido al final de su ruta cuando se ha erigido como la portavoz de lo sucedido a aquella tribu, que incluyó además a Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Salarrué y José Coronel Urtecho.
Su voz está viva también en internet, donde es posible encontrar los programas de radio en los que ella habla de estos mismos amigos escritores, y que dieron origen al libro en el año 2000: http://odeo.com/channel/249083/view