Recuerdo del Paraí­so / Tanja Langer

I’ve come a long way, baby, you don’t know anything about me, if you could know who I am… Mi padre era sacerdote, en Nigeria, a mi padre lo mataron porque creía en Dios. Mi padre tenía un forúnculo en el cuello, si hubiera creído lo suficiente, habría desaparecido, pero matarlo, lo mataron los otros, a los que no les parecía que fuera tan fuerte. Yo tengo que tener más fe que mi padre, y te digo una cosa, Dios me eligió y me envió a tu casa para traerte la fuerza del Espíritu Santo. Tú no sabes qué persona tan valiosa eres, y tus hijos, cuando reconozcas en ti al Espíritu Santo llegará riqueza para todos ustedes. Cuando supe que lo tomabas en serio, this lady is going to help me, y me compraste el abono mensual del transporte, así nada más, sin titubear, para que los controladores de boletos no te pesquen, Hope, me puse en ayuno y deposité toda mi energía en este pequeño trozo de papel para que me recibas en tu casa.

      Hope está sentada en la sala de estar de nuestra casa y habla. Un amigo llamó, hay aquí una mujer, no tiene dónde quedarse durante el invierno, Lampedusa, es ilegal, puedes albergarla, de inmediato respondí que sí. Cuando se mudó —¡wow!, ¡nunca en mi vida había tenido un cuarto para mí sola!—, de pronto se arrodilló frente a mí y me besó la mano. Yo me espanté, la levanté, no en realidad. Puedo decirte Mama, preguntó, y mis hijas se nos quedaron viendo sorprendidas, Hope era una mujer adulta.
      Después de unos días era como si Hope siempre hubiera vivido en nuestro hogar. Ayudaba con las faenas de la casa, se reía con nosotras, por las tardes desaparecía para hacer la limpieza en una escuela. Por supuesto que ese trabajo de afanadora no era legal. La escuela había contratado a una empresa, y ésta había subcontratado a otra. Algún sucio europeo oriental, dijo Hope. Eran cientos los que tenían que formarse para recibir su paga. ¿Que si la escuela lo sabía? ¡Si la escuela lo supiera me quedaría sin trabajo, Mama!
      Hope hablaba su lengua materna, el igbo, inglés, árabe e italiano. Sólo había asistido tres o cuatro años a la escuela. Con un libro para niños empecé a enseñarle alemán, luego encontramos un curso de alemán para ella.
      Los domingos Hope se ponía guapa. Se maquillaba, se vestía con sus mejores cosas e iba a la iglesia. Que si no queríamos ir con ella, preguntaba, y luego preguntaba que cómo era entonces que nos las arreglábamos con la religión. Cuando Amanda tuvo un catarro, Hope le explicó que tan sólo tenía que creer en la fuerza de Dios y al día siguiente estaría sana. Ella misma nunca en su vida se había enfermado. A Marie le propuso enseñarle la manera efectiva de rezar, y luego, de un día para otro, comenzó un ayuno. En primer lugar quería ser igual de esbelta que sus sisters, como les decía a mis hijas; en segundo, encontrar un buen hombre que se casara con ella por amor; y en tercero, un permiso oficial de trabajo. Eran muchos deseos, de modo que era mucho lo que había que ayunar y rezar para que pudieran cumplirse.
      Luego también un sábado salió temprano, muy maquillada y un tanto demasiado elegante. Una amiga está embarazada, dijo, como tiene un contrato yo voy a reemplazarla, es hacer la limpieza en una oficina. Luego iré a la iglesia y haré limpieza ahí, pues eso es mi regalo para Dios.
      No sabíamos mucho de todo lo que Hope tuvo que pasar en su odisea, su historia llegó despacio y en fragmentos. Su padre, el sacerdote, murió cuando ella tenía trece años de edad. A ella la iban a casar con un hombre viejo, pero se evadió casándose con uno joven, que le propuso que se fueran a Libia, ahí habría trabajo bien remunerado. Después dejó que yo me afanara, dijo. Ella ganaba dinero como trabajadora del hogar y niñera. Una vez contó que el dinero se lo había enviado a su madre y a su hermana; otra vez que él, quien carecía de nombre, no se lo permitía. Nos enseñó fotos: frente a una limusina, con un vestido elegante. Con un grupo de mujeres, ella con un bebé en un brazo. Mío no, dijo. Fotos de Hope en la nieve, en Italia, riendo.
      Otros días contaba Hope que había visto muerte y homicidios. Cuando estalló la guerra en Libia, ella huyó. ¿Y su esposo? Está muerto, dijo, y volteó la mirada hacia un lado. No, ella no le pagó a ningún intermediario de migrantes. Gadafi nos puso en barcos nuevecitos que había comprado expresamente para echarnos de ahí a todos nosotros, los negros. Pero estoy feliz, dijo, de que pude escapar de eso. Dios me ayudó. Dios me cuidó todo el trayecto y me condujo hasta llegar a ti, a la casa de ustedes, Mama.
      A veces mencionaba de pasada que el hombre con el que había estado casada en Libia le había prometido el Paraíso en la Tierra, y después la había golpeado. Ella señaló las cicatrices en su cuello. Dios la había ayudado a soportar todo, pero fue hasta Berlín que tuvo su iluminación, cuando creyó que había llegado su final, oh boy. Él le había abierto el camino al Espíritu Santo, y si no fuéramos tan tontos podríamos ver las riquezas que el Espíritu Santo tiene preparadas también para nosotros. Cuando Hope llegaba en ese estado de ánimo, su hermoso rostro se desencajaba. Marie, que ocupaba el cuarto junto al de ella, se despertaba en la noche porque Hope, exaltada, hablaba por teléfono o rezaba. Ella no sabía leer, pero tenía a Father James. Una vez que estaba de buen humor nos mostró en su smartphone un video en el que Father James sanaba a un tullido, lo cual provocaba un sonoro grito de entusiasmo en la comunidad cuando brincaba de su camilla. Father James era un sacerdote evangélico que explicaba la Biblia a través de mensajes en video y que les sacaba a sus ovejitas donativos espeluznantes por sus milagros. Por medio de una app las mantenía rezando todo el día. Si tú supieras quién soy, Mama, repetía Hope a menudo. Pero cuando yo le preguntaba a qué se refería, ella sólo sacudía la cabeza con un gesto de compasión. Un día de éstos lo entenderás, decía. Cuando una vez Marie cocinó de noche y convidó a Hope, Hope llamó a su «consejero» y le pidió permiso de romper su ayuno. Si tú supieras quién soy, Mama, dijo, oh boy.
      Hope se fue aislando cada vez más, ya no quería comer, ni reír, ni hablar con nosotros. Tengo que rezar, decía, y desaparecía en su cuarto. Por la noche rezaba también, ya que, cuando la familia duerme, dijo, llegan los espíritus malignos, y yo debo protegerlos a ustedes.
      Entre más nos desconcertábamos nosotros, más veleidosa se volvía ella. Cuando emergía nuevamente de sus rezos, se veía profundamente consternada. El Espíritu Santo la abandonó, dijo mi esposo.

Hope está sentada a la mesa, yo estoy en la cocina y preparo té. Ella está de mal humor, habla más con ella misma que conmigo. Amaka significa: Dios es hermoso, y Hope quiere decir Esperanza, es el nombre que ella misma eligió, mi verdadero nombre de bautizo, como ella dice. Amaka Hope ama a Dios más que a cualquier cosa, y nos peleamos, nos gritamos mutuamente, ya que Amaka estaba en su cuarto, el mío, o se trataba de Hope, y gritó I am Jesus, yo soy Jesús, yo valgo mucho, te bendigo en el nombre del Señor. Yo intentaba concentrarme en mi trabajo, era imposible. Su clamor subía cada vez más de volumen, I am Jesus.
      Lo grita una y otra vez, incitada por Father James, quien vocifera desde el smartphone, el puño en alto, you are Jesus, I am your proof, yo soy tu evidencia, frente a un escenario iluminado de violeta, en traje de seda blanco, elegante, irresistible, ante un millar de personas, grabado para todos los creyentes que no pueden acudir al encuentro.
      No quiero que grites así, digo, ¡tengo que concentrarme!
      Ella baila por toda la pequeña habitación bajo las vigas del tejado, ausente, con el rostro inaccesible, murmura algo en igbo, forma una cruz con las manos y la extiende contra mí.
      ¡Deja eso!, digo, ¡yo no soy el diablo! ¡Yo te apoyo a ti, pero no a ese mentiroso que te saca el dinero de la bolsa, que te domina noche y día! ¡No quiero oír sus gritos, tengo que trabajar!
      Todo lo que poseo es mi tiempo, dice Hope.
      Ella se voltea girando en su propio eje, yo no sé qué hacer. Su rostro está empolvado de blanco, siempre hace lo mismo para sus sesiones de rezos, se unta la cara con aceite, óleos santos, dice, es una botella de aceite de oliva barato del supermercado, está bendecido, dice Hope, no es lo que tú ves. Se frota con aceite las hermosas manos con sus angostos dedos, luego el rostro, que a continuación empolva.
      Para rezar se quitó su peluca. Había anudado con firmeza su cabello crespo pegado al cuero cabelludo, calándose encima una red para el cabello. Sus ojos son café oscuro, no hay una sonrisa amable en su rostro, desencajado de ira está. El orgasmo terminó, me quedé esperando antes de tocar a su puerta, oía cómo alzaba el volumen, más alto, más alto, I am Jesus, no quería yo irrumpir, a pesar de encontrarme bajo presión. Todo el cuerpo me temblaba. Desde hace días cada vez se pone peor. De noche la luz ya no se apaga, la app la está llamando todo el tiempo a rezar. Ayer, por lo menos, se tomó un té con nosotras, cuando regresó a casa de su trabajo de limpieza. Yo aprendía alemán con ella, me fijaba cómo ponía ella la punta de la lengua entre los labios, cómo escribía con plena concentración las letras en el papel, repitiéndolas. Educación contra superstición, soy una idiota.
      Hope, tengo buenas intenciones hacia ti, ¡pero nos estás volviendo locos!
      Tienes miedo, Mama. ¿De qué tienes miedo? ¿De ti misma? ¿Del Espíritu Santo? Él te amaría, ¡eres tonta al rechazar ese obsequio!
      Father James sigue vociferando, el smartphone está sobre la cama y grita I am Jesus.
      Apaga eso de una buena vez, por favor, digo.
      Ella refunfuña en igbo, bailotea, vacila. Va hasta el smartphone, le baja el volumen.
      Vuelve otra vez a sí misma, cansancio se revela en sus gestos, sus ojos se quedan sin brillo, los labios los deja caer.
      Pero si hoy lo que querías era ir a la escuela, lo intento. Querías aprender, tú me lo dijiste. Y cobrar el dinero de tu trabajo de limpieza.
      Se me queda viendo, y mira a través de mí. Ella reflexiona, yo aguardo.
      Tiempo es lo único que poseo, dice finalmente. Esta mañana me levanté y decidí obsequiarle mi tiempo a Dios. El Espíritu Santo…
      El Espíritu Santo no te va a ayudar a aprender vocablos, ¡eso tienes que hacerlo tú misma!
      Señalo su cuaderno de lecciones que está a medio abrir junto a la cama. De nuevo ella arrastró todos los muebles, desde que vive aquí es por lo menos la quinta vez, y mis cuadros los tapó con telas. Lo único en orden es la Biblia abierta sobre el escritorio. Father James le lee la Biblia a través de la app, y ella lee con él, sigue su interpretación.
      El Espíritu Santo bien me puede ayudar, dice, pues si él lo quiere yo aprendo más rápido de lo que tú jamás hayas aprendido.
      Ella me clava la mirada, y yo a ella.

Tomamos el té juntas, poco a poco se tranquiliza, se vuelve amable. Por favor, Mama, dice, no me corras de aquí. Por favor déjame vivir mi fe, verás que rezaré con poco ruido.
      Yo no sé qué pensar.

Poco después acudo con Hope a una organización que ayuda a mujeres necesitadas y les brinda apoyo jurídico y psicológico. Llueve, día de invierno berlinés, gris y húmedo. Quedamos de vernos en la estación del tren rápido de Neukölln, Hope conoce bien la ciudad, los nombres de calles y de estaciones del metro se los graba fotográficamente, a ver, Mama, dice, ¡yo te muestro el camino! Mama, tú escribes tus historias, dice también, pero yo, yo conozco la vida. También sé mejor cómo se limpia, tienes que usar mucho más líquido limpiador, sólo deja que yo lo haga, tú tienes tus labores, yo las mías. Corremos a través de la lluvia invernal, damos vuelta en una calle secundaria, ahí donde Neukölln casi parece un pueblo, al final de la calle una iglesia de ladrillos, poco antes ahí es.

Svenja, a la mitad de sus treintas, cabello rubio rojizo entrelazado para formar una gruesa trenza, suéter verde tejido a mano, un colorido collar de esferas de madera haciendo juego, nos recibe en una pequeña oficina. Cruz en la pared, un plano de África, en la ventana plantas de interior. Nos ofrece un vaso de agua. Hope se sienta rígidamente en el sofá. Afuera brincoteaba todavía, platicaba y reía conmigo. A la consejera no le concede ni una sola vez la mirada. Svenja habla en inglés con nosotras. Pacientemente y en un tono amable nos cuenta de la fundadora de su asociación, quien, después de una visita a Namibia, unos treinta años atrás, tomó la decisión de ayudar a mujeres.
      «Al principio, lo que ella quería sobre todo», dice Svenja, «era que se rebelaran contra la ablación del clítoris; luego debían aprender a leer y escribir, luego a hacerse cargo de ellas mismas y a saber cómo atenderse médicamente, y, por último, a enseñar a sus hijos. A la fecha, la organización dispone de una red extensa. Las mujeres que acuden aquí provienen de Ghana, Kenia, Níger y… especially Nigeria».
      Hope asiente, no dice una palabra, su rostro adopta la expresión que yo ya conozco, sus ojos se vuelven impenetrables, la cara alegre, casi infantil, se cierra, la boca se le pone dura. Ella cruza los brazos contra su pecho, se queda mirando fijamente la mesa. Pienso en nuestro primer encuentro, en la estación de tren del Zoológico, con cuánta alegría llegó, para diez minutos después en el café revolver su taza con una mueca de disgusto, hasta que su amiga dijo vamos, tienes que contarle un poco a la lady, la lady te quiere ayudar. Y luego el asunto con la radio, cuando una periodista oyó, de un amigo, que habíamos recibido a una refugiada, apenas comenzaba en la ciudad eso de que refugiados fueran alojados por particulares, la periodista quería hacer algo con ese motivo, y Hope exclamó, yeah, me on the radio, maravilloso, no obstante dos días después me espetó que ella finalmente no compartiría sus lágrimas con salvajes extraños, son demasiado valiosas para mí, too precious, ella ya estaba harta, su historia personal no habría de servir de modelo para el afán sensacionalista de otros, etcétera.
      Svenja no permite que la saquen de su tranquilidad. Con el mismo tono amable de voz, que sigue inalterado, enfatiza que su propósito es ayudar a las mujeres por su propio bien, que detrás no se oculta ninguna intención, ninguna expectativa. Después de algunos informes generales acerca de la organización, cuyas colaboradoras ofrecen también comunidades de trabajo para actividades culturales y cursos de computación, y acompañan a las mujeres ante las autoridades en todo tipo de cuestiones legales, empieza a comentar entonces acerca de las mujeres nigerianas. Hope actúa aburrida.
      «Algunas de ellas», dice, y se esmera en que suene incidental, «escaparon de Italia a Alemania, buscando desaparecer aquí para evadirse de la prostitución forzada. Justo a estas mujeres nuestra organización les ofrece protección y apoyo».
      Yo registro cómo Hope se endereza ligeramente. Ojalá no se marche ahora mismo. Oigo la voz de Svenja como desde lejos, de tan concentrada que estoy en Hope. No muestra ninguna emoción, sin embargo percibo cómo algo en su atención cambia. De pronto me estremece la imagen de lo mucho que Hope se maquilla y cómo se viste el fin de semana cuando se va a su trabajo de limpieza.
      «Muchas son conjuradas por medio de un yuyu», continúa Svenja, «y tarda un buen rato hasta poderlas convencer de que también es posible volver a estar libres de eso».
      «¿Qué es», pregunto, «un yuyu?». Tan sólo tengo una vaga noción al respecto.
      «Yo sé lo que es un yuyu», dice Hope enérgicamente, «yo lo sé, you better believe it», dice, «oh boy, no es una cosa divertida, Mama».
      «Un yuyu es un objeto mágico, un fetiche, un amuleto», explica Svenja, «algo que está para sellar la validez de un contrato, y con lo cual son conjuradas las mujeres que son obligadas a la prostitución». Marca un par de comillas en el aire al pronunciar la palabra «conjuradas». «Antes de ser traídas a Europa, donde se les promete el Paraíso en la Tierra, se les exige que juren ante un yuyu que para esa negociación trabajarán para cubrir el pago de sus traficantes, o», aquí vuelve a trazar las comillas en el aire, «sus “intermediarios”. Un hechicero efectúa la ceremonia. A menudo es el cabello de uno de los integrantes, a veces incluso el de un muerto, lo que tienen que comer, o el cabello del propio intermediario. De este modo, ya no pueden librarse de él».
      «Pero eso es espantoso», digo sin pensar. Me siento mareada.
      Svenja espera un momento, observa a Hope. Hope baja la mirada, pero ve a Svenja en diagonal hacia arriba.
      «Cuando las mujeres llegan entonces a Europa», dice Svenja, con la misma suave voz inmutable, «por un corto tiempo se les hace trabajar como auxiliares de limpieza o como sirvientas. Pero entonces se les inventa una enorme presión para que retribuyan el dinero más pronto. Se les dice que así es muy poco lo que están ganando, que sólo trabajando como prostitutas podrían ganar el suficiente dinero para terminar de pagar su culpa y sus deudas. El dinero lo envían entonces las mujeres a Nigeria, es un método altamente refinado que hace casi imposible rastrear a quienes están detrás. No tienen cuentas bancarias, todo se realiza mediante acarreo de efectivo, Western Union o Money Transfer. Para enmascarar aún más el negocio, en Italia son entregadas por sus “intermediarios” a las llamadas madames».
      «Madames», murmuro y miro de reojo a Hope.
      «Exprostitutas que se insertan en el negocio y las controlan. Por eso todo el sistema se llama “madame”, o “madama”».
      Ira, repugnancia y una infinita compasión se encienden en mi ser; salir rápido al aire, rápido a mi antigua vida berlinesa, lejos de todas esas imágenes que en este momento se forjan ante mí.
      «¿Y tienen que comer cabellos de muertos?», repito.
      «Sí», dice Svenja. Y Hope asiente, «yes, Mama, yes, they do». Mece la cabeza con seriedad de un lado al otro.
      «¿Cuánto cuesta comprarse la libertad? ¿Cuál es el precio?».
      Pocos días atrás había llegado conmigo para pedirme el sobre con el dinero que Vera había juntado para ella en su curso de yoga, para ropa, útiles escolares, cosas así que ella necesita, y que a petición de Hope yo había guardado. Mama, dame por favor el dinero, a mi hermana le urge, fue lo que dijo. Pero aquí, en esta sencilla oficina con la cruz de madera en la pared, dudo que esa hermana exista. Que se lo haya enviado a su hermana, rezo, fuera por completo de toda lógica. Le rezo a mi querido Dios ateo, por favor, le suplico, una reliquia de mi infancia católica, que ella esté libre de todo esto.
      «De treinta a cuarenta mil dólares», dice Svenja.
      «¡Qué!», exclamo, «¿tanto?».
      «Oh, no», dice Hope, «ahora se ha vuelto más caro, ¡más bien setenta mil!».

Hacia adelante siempre, jamás hacia atrás. No te hagas ilusiones, Mama, dice Hope, aunque me encuentre en una cloaca, soy rica. En el sueño Hope está conmigo en un cuarto, parece como un hospital. En el techo aparece un signo de color rojo. Hope se tapa los oídos, alguien ordena: tienes que decir 6-6-6, un signo mágico; incrédula, digo 6-6-6, entonces el signo rojo estalla frente a nuestros ojos, se desintegra, y yo despierto. El Paraíso es algo de lo que nos acordamos, que nunca existió así. El padre de Hope era un hombre alto y delgado, vi una foto de él, con el forúnculo.

Traducción del alemán de Gonzalo Vélez

 

 

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