Raúl Padilla, el librero

Verónica Mendoza

(Tijuana, 1977). Es directora de la Librería Carlos Fuentes de la UdeG.

«Yo fui librero», le escuché decir a Raúl Padilla varias veces, en distintos contextos, diversos tonos y ante diferentes públicos, pero siempre con el mismo orgullo y entusiasmo. Desde hace más de veinte años, una parte de mi vida pertenece a este mundo de los libros, las librerías, las editoriales y de todos aquellos que trabajamos convencidos de que esta industria es valiosa, y conozco la inquietud constante de los libreros sobre una profesión considerada por algunos, a veces, tediosa y poco rentable, pero en la misma proporción llena de historias de éxito cargadas de romanticismo, lucha y humanidad. Creo que Raúl fue presa de lo primero y lo segundo; entendió el valor del libro, un objeto que proporciona placer al mismo tiempo que nutre y transforma, pero muy pronto avizoró algo mucho más allá del espacio y el ámbito de la librería. Es así como este gran gestor cultural disfrutó de El Quijote, ese pequeño rincón en el centro de Guadalajara, una librería creada por él y sus hermanos en los años setenta, que fue, en sus palabras, «la mejor y la más maravillosa experiencia cultural y empresarial que tuve, pero principalmente fue el lugar en donde se incubó la idea de una gran feria del libro como un instrumento promotor de la difusión de la lectura». A través de sus recuerdos puedo imaginar a ese joven emprendedor cargado de energía, de firmes ideales y sin límites visibles, tejiendo ideas y redes de personas que compartirían su sueño.

Durante mi paso por la FIL Guadalajara tuve claro, por todo lo que hicimos, que para Raúl lo más importante era crear; nos impulsaba a hacer cosas de la nada, como actos de magia. Fueron dieciséis años en los que nuestros proyectos siempre estuvieron cargados de imaginación, rigor y pasión por sacar adelante una minuciosa agenda de trabajo que marcara una diferencia para el mundo del libro. La primera vez que tuvimos una charla más cercana fue justo cuando me fui de la Feria. Hablamos de muchas cosas, se interesó no sólo por saber por qué quería cambiar de rumbo sino a dónde iría, aprecié su interés y recuerdo con gratitud cómo enumeró, una a una, las cosas que habíamos creado en la FIL y que él había notado y apreciaba. Sin imaginar que a partir de ese día vendrían más creaciones por compartir.

Como presidente del Fideicomiso del Centro Cultural, Raúl impulsó la creación de una librería que desde antes de existir ya tenía nombre debido a la gran amistad, respeto y admiración que sentía por Carlos Fuentes. Quería un espacio único que brindara un servicio de alta calidad y acercara los libros tanto a la comunidad universitaria como a la sociedad. Un lugar generoso, en una ubicación privilegiada —dentro de la Biblioteca Pública del Estado Juan José Arreola—, se dispuso para ser remodelado y recibir este océano de letras y libros que hoy dan vida a la Librería Carlos Fuentes.

Fue justo en la presentación del proyecto de la Carlos Fuentes cuando escuché, por primera vez, sobre El Quijote. Antes de iniciar una serie de comentarios sobre la propuesta, Raúl me advirtió que él había sido librero y que sabía bien lo que significaba echar a andar y sostener un proyecto como éste. Y sí que lo sabía: no dejó un cabo suelto. Enlistó puntualmente todos los aspectos que se debían considerar, sin errar y sin titubear. Yo desconocía esa etapa profesional de Raúl y me causó una gran admiración su conocimiento, a la vez que una sensación de nerviosismo. Atesoro esos momentos en los que pude ver cómo él escuchaba y analizaba cada idea presentada casi tan rápido como estructuraba las que venían a su mente. Era necesario volcar toda la atención posible. Había que estar serena, preparada para brindar respuestas, dar argumentos, pero también para compartir de manera auténtica el entusiasmo y los propios sueños sobre el proyecto. Un compromiso que, creo, siempre apreció. Quizás en ese momento el Quijote rondaba en el ambiente con su porte, su espada y sus libros listos para cualquier afrenta. Al igual que en esta obra de Cervantes, dos elementos coexistían siempre en el ánimo de Raúl como motores para que la magia sucediera: el realismo y el idealismo. «Si vamos a tener esta librería, adelante», dijo, y así comenzó la historia de su último proyecto librero.

Jorge Carrión, en su ensayo Librerías, refiriéndose a la diferencia entre la librería y la biblioteca, dice: «La biblioteca está siempre un paso por atrás: mirando hacia el pasado. La librería, en cambio, está atada al nervio del presente, sufre con él pero también se excita con su adicción a los cambios». Raúl creó bibliotecas y librerías, tenía una fascinación por la historia y una prisa constante hacia el futuro.

Dos veces más lo oí mencionar su origen librero. Una, durante la fiesta que ofrecemos cada año el primer domingo de la FIL en la librería, en donde expresó su emoción de tener en el salón de la planta baja a Irene Vallejo —quien acababa de realizar el diálogo de apertura del Foro Internacional de Libreros y firmaba libros sin parar—. Habló de lo feliz que lo hacía ver la librería viva y cumpliendo el papel para el que había sido creada: ser un gran centro cultural, que es uno de los compromisos que refrendamos mes a mes con las diferentes actividades que realizamos, entre ellas la visita de autores nacionales e internacionales de primer nivel. La última vez fue a principios de este año en el discurso que brindó en la apertura de la Librería Sándor Márai, en Chihuahua. Se refirió, entonces, a las dificultades cotidianas, a la falta de librerías en México, a la ausencia de compromiso de los gobiernos por la lectura, y celebró la iniciativa y resistencia de Javier, su amigo, librero y dueño de la Sándor Márai, y le mostró su cariño, recordándonos así a todos que hablaba desde su propia experiencia, «porque yo fui librero», nos dijo. El Quijote encontraría su lugar en la vida profesional de Raúl, que nunca olvidó sus días entre libros

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