(Guadalajara, 1982). Su libro más reciente es Pistolar (Literatura Random House, 2018).
Una dosis de literatura cuántica para evitar la aburrida costumbre de comenzar a narrar por el principio. Incluso la más televisiva de hacerlo por el desenlace y luego explicar cómo se llegó a él. Lo ideal es comenzar en varios momentos a la vez (mientras más, mejor). Comenzar, si bien no por el final de la historia, sí por un auténtico final: «Ulises esperó a que todos se fueran y en la madrugada descorrió una de las esquinas de la lona, se metió a la alberca y nadó hasta el otro extremo para no poder salir». (Principio de incertidumbre, la nueva novela de Cecilia Magaña, tampoco comienza técnicamente allí. Comienza por el primer verso de un poema de Alejandra Pizarnik: «Pero ¿quién me dará la respuesta jamás usada?». ¿Será que las novelas comienzan por el epígrafe?, ¿o dos páginas después?, en su principio real, cuando: «Marta se sienta en el sillón de hule espuma y aspira el aroma combinado con el del tabaco. Olor a su hermano»).
El departamento de Ulises apestaba a cloro. Estaba justo debajo de la alberca, separado sólo por un bloque de concreto de los azulejos del fondo, formaba parte del club deportivo para el que él trabajaba como técnico. Junto a (prácticamente dentro de) la sala de máquinas que calentaba la misma agua en que se ahogó. Más que departamento parecía un submarino empotrado bajo tierra, donde ahora Marta inicia la investigación de las razones del suicidio de su hermano. (¿«Ahora»? ¿Texto es siempre presente o el pasado en que fue escrito? ¿Vuelve a empezar cada que se abre el libro, igual que una caja de música? ¿Se almacena de la misma manera que un recuerdo, que con el tiempo se nubla como visto bajo agua clorada, deja de funcionar en tanto memoria y se adhiere a las reglas físicas de los sueños?).
Quizás el principio de Principio de incertidumbre esté ubicado antes del epígrafe. Antes incluso de la hoja blanca que colocan después de la portada. Según ha contado la autora durante su presentación virtual, algo tiene que ver quizá con el accidente automovilístico en que falleció su padre, que ocurrió cuando ella estaba en la universidad. Pero ése es un principio que ya no existe, que el texto ha desechado de la misma manera en que un cohete suelta las turbinas que impulsaron su vuelo, o una lagartija renuncia a su cola al ser pisoteada (la ficción hace en esa otra realidad, que precede su propia concepción, las primeras pruebas: las que por seguridad se administran primero en verduras, después en cadáveres y luego en cerdos —quizás en otro orden—, antes de llegar a seres humanos vivos. Pero ésa es sólo la cobardía del texto; el autor no vacila en usarse a sí mismo como sujeto de pruebas). Un libro que, como suele ocurrir, a pesar de haber ganado el Premio Bellas Artes Juan Rulfo 2013, esperó siete años para ser publicado en 2020, bajo el sello de Paraíso Perdido.
Principio de incertidumbre pertenece al noir de los misterios familiares, aunque su fuerza y su originalidad se sustentan sobre todo en la envidiable habilidad técnica e imaginativa de Cecilia Magaña, sintetizada aquí para transformar postulados cuánticos en recursos narrativos de una emocionante historia que a la vez oculta otra, emocional: el irreversible momento de descubrir todo lo que se desconoce de las personas más cercanas.
Con la intención de llenar los considerables huecos que encuentra en los diarios de su hermano, Marta conduce una serie de entrevistas a quienes fueran sus compañeros de universidad diez años antes, cuando Ulises estudiaba Física. Encuentra a todos esos teóricos, tan radicales durante su juventud, transformados en cocineros o profesores de secundaria. Se reúne con ellos en lugares reconocibles para cualquier tapatío: el legendario bar Gato Verde, el Vips de Plaza México, el parque de La Calma. Cada uno de ellos le cuenta una parte (y perspectiva) de lo que sabe que pasó con Ulises. Así se ilustra el principio de incertidumbre de Heisenberg, que entre sus argumentos contempla el llamado fenómeno del observador: la idea de que quien observa modifica el fenómeno observado. (¿Pasará eso también con texto? Aunque no se transforme físicamente, en teoría ocurrirá en los múltiples libros paralelos que se reescriban en las cabezas de cada lector, intervenidos tanto por su personalidad y vivencias como por sus pensamientos azarosos durante la lectura. Especímenes vivos, de los que el soporte físico, ya inerte, es mero contenedor).
El citado verso de Pizarnik que precede la novela es utilizado como referencia a la teoría de los universos paralelos de Everett, que postula que cuando se presenta cualquier decisión, por muy pequeña que sea, se crean otras realidades en las que transcurre lo que hubiera pasado de haber elegido distinto. Como el número de decisiones que toma alguien en el día a día es enorme, una persona muerta en este universo seguirá viva en muchísimos más. Marta se entera de que al parecer Ulises y sus entonces compañeros intentaron aplicar un bizarro modelo para probar esta teoría por medio de una paradoja: un sujeto femenino tiene relaciones con un cadáver. Aunque en esta realidad el hombre está muerto, en otra estará vivo, y si existiera la posibilidad de cruce la mujer podría quedar embarazada. Una caricatura grotesca que funciona como centro del misterio a desentrañar (un reto para cualquier escritor, un acontecimiento extravagante y sórdido que parecería destinado a echar abajo cualquier narración en que aparezca —probablemente haya resultado en engendros y desastres en otros universos paralelos—, pero que en este Principio de incertidumbre tiene resultados muy afortunados gracias a la inteligencia, naturalidad y sentido del absurdo con que fue escrito).
Hay una lectura mucho más literal de las teorías de Heisenberg que sugiere que todo es incierto: cada partícula no tiene una posición y velocidad determinadas, sino muchas a la vez. La más célebre metáfora para comprobar esta idea, la del gato de Schrödinger (encerrado en una caja con veneno, vivo y muerto al mismo tiempo), se aplica también como modelo narrativo en este arriesgado noir, este otro Principio de incertidumbre, ya no de Heisenberg sino de Magaña