«Como la eternidad, con sus mismos numerosos e inasibles materiales, Olga Orozco edifica, o reedifica, su universo lírico, su espesa y multiforme experiencia de vida. La vida y la muerte se acompañan, ninguna edad adelanta el paso sin la sombra de la otra. Se miran, se toca, se aman…». Así comienza el ensayo que José Javier Villarreal le dedica a la ganadora del Premio Juan Rulfo 1998 en la compilación de José Brú titulada Acercamientos a Olga Orozco (Universidad de Guadalajara, 1998), con el cual la udeg celebraba a la argentina. Como si no bastara este volver a ella, a ese Museo salvaje que legó a sus lectores, veinte años más tarde aparece Diario de lo deshabitado (Universidad Autónoma de Aguascalientes), libro con el que Patricia Ortiz Lozano se acerca a Los juegos peligrosos de Olga Orozco para recomenzar, no desde cero, a «Nombrar a la enemiga», «Nombrar al desterrado», «El humo y el olvido» y entablar una «Falsa conversación con Olga Orozco sobre el fracaso del amor». Cuatro apartados y una advertencia al inicio:
La palabra será daga
silencio y furia en el cuaderno.
Diré el dolor sin ocultarlo
para que se haga humo
y me abandone.
Pero «las palabras no sirven sólo para comunicarnos con el otro, sino también para abolirlo. Una pasión será tanto más enérgica cuantas más resistencias tenga que vencer. Las pasiones secretas y las pasiones crueles son las más fuertes. Su otro nombre es destrucción», nos dice Octavio Paz en La llama doble (Seix Barral, 2001). Justamente el tratamiento discursivo del poemario de Patricia Ortiz apunta al aniquilamiento de esa sombra que En el revés del cielo de la Orozcopodría ser ella misma. Espejo al que la autora de Aguascalientes ha convocado en sus cuatro libros anteriores: Sitio sin sombra, Casa de lluvia, El otro mar y Memoria de la huida se hermanan, sin problema, con los que ya he citado de Olga Orozco. En esos títulos está implícita ya la búsqueda de la expiación del gozo y de la culpa, cartas de la baraja que estaban muy presentes en muchas mujeres latinoamericanas en el siglo pasado.
He citado bastante a la poeta pampera, porque mucho la cita la autora que reseño. Los elementos de vacío y de aniquilación con los que Patricia Ortiz encara el reto de desaparecer a su enemiga tienen múltiples tonos: «Te nombro y te destruyo», dice el 22 de julio. «No puedes exhalar una palabra», señala el 14 de agosto. «Yo soy la voz, yo digo la palabra…», consigna el 28 de septiembre. «No tienes revés», apunta el 5 de noviembre. «Que no haya nadie para levantar los restos», sentencia el 7 de noviembre. «Ahora estamos vacíos», declara el 9 de noviembre. El diario culmina el 10 de noviembre, luego de que los tres últimos días se precipitan con rabia fulminante. Frases como Relámpagos de lo invisible (Orozco) que Patricia Ortiz coloca en una y otra cara del silencio. Siete espacios de anotación que son, a fin de cuentas, una cifra cabalística, como las que gustaban a la alquímica.
La bitácora del segundo apartado comienza: «La última noche (un día de junio)» y acaba con el año: «31 de diciembre». Quince poemas espaciados en temporalidad y cuyo tratamiento sensorial es inmediato: todos los sentidos están presentes «Y no es ojo por ojo / es una mirada infinita…» la que muestra esta casa deshabitada: cuerpo abierto, travesía inacabada en la cual los amantes no tienen asidero. Los últimos momentos de esta sección muestran la contundencia heredada de esa boca y ese mundo de Orozco que siempre están presentes en el diario. Y entonces, al leer «La sed se ha detenido / y el agua no eres tú» comprendemos que se despide al hombre, al desterrado, porque acabó la guerra.
La tercera sección, como la del principio, también consigna siete días: «Sin fecha», 7, 10 y 13 de enero, 3 y 6 de febrero, y nuevamente «Sin fecha». En este espacio quiere habitar, con ecos de las secciones anteriores, la nueva voz, la otra, pero le falta el fuego. «El humo y el olvido» no resultan elementos de magia o desencanto. A cambio, se muestra la recapitulación. Supongo que después de abrir sus cartas, y de apostar en serio, a Patricia le faltó oscuridad para enfrentarse a lo que ya no obtuvo de Olga Orozco y no nombró completo en el destierro. Ni el humo ni el olvido se quedan en las líneas de la mano. Ni una piedra, como dijera Orozco en varias entrevistas; piedras como amuleto para escribir sus poemas. A Patricia no le faltaron piedras: le faltó un corazón, aunque fuera en migajas, que guiara este trayecto. Un fragmento del poema de David Shaddock titulado «En este lugar donde algo está perdiendo vidas» nos da mejores pistas:
Quiero cortar este diálogo
con un Dios que no puedo asegurar que exista
e ir hacia esa luz.
Pero no puedo. Dentro de mi pecho
hay un puño que aprieta la oscuridad…
Al mencionar este poema en su ensayo «Afinidades electivas», incluido en Poesía versal (Vaso Roto, 2017), Denise Levertov comenta que «La fe, para ser seria, ha de ir acompañada de la duda…». La magia que poseen muchos de los versos de Patricia Ortiz, y que la emparientan con la autora de Eclipses y fulgores, es precisamente que nos muestra sus grietas: las carencias de lo que estuvo firme, el paso de los años (o los días) en lo que era una casa antes de convertirla, a golpes de amor y desamor, en una ruina. El discurso de Patricia Ortiz Lozano, al contrario del extenso, pampero, inacabable discurso de Olga Orozco, se concentra en unas pocas líneas. En esa contracción de sus impulsos el latido es más brusco. Debiera ser incierto. Si algo se está perdiendo, el otro y una misma, cuántos golpes tan fuertes, no lo sé, deberían mostrar sus cicatrices. No olvidemos que hay humo en este diálogo porque, aunque el combustible es de Olga Orozco, Patricia Ortiz Lozano encendió el fósforo.
Para habitar lo diario, ese lugar donde algo está perdiendo vidas, la oración hace un puente, pero es la peregrinación la que logra llegar al objetivo. Y no hablo de cuestiones religiosas. Patricia Ortiz lo acota en el epígrafe de Orozco que abre su «Falsa conversación…»: «El amor se cumple por sí solo y no necesita ninguna derivación ni en la palabra ni en la escritura. Todas las palabras y toda la escritura están dentro del amor». En realidad, no hay una conversación sino una larga carta en seis estadios. De nuevo, esa otra cara de lo que aquí se dice se conforma con varias negaciones y, qué bueno, incertidumbres. En ellas, sin embargo, reside la esperanza. Se llega hasta el jardín (¿el Paraíso?) sin hombre alguno. Se conquista con piedras. Ha ganado la fe.
Cuando ya sin palabras nada puede nombrar, Patricia Ortiz Lozano abandona la voz de Olga Orozco y se queda poeta, desterrada, sola astilla en su cuerpo. Y sin poder decir, sin el poder que le dio la palabra, la siguiente enemiga por nombrar es ella misma.
l Diario de lo deshabitado, de Patricia Ortiz Lozano. Universidad Autónoma de Aguascalientes, Aguascalientes, 2018.