Toda crónica es un punto de vista. Hay un pudor que aparta el recorrido del impulso del viaje. Una línea delgada entre los siglos viejo y nuevo. Alguna idea fluctuante de lo que ya se escribe y lo que va a escribirse. O debería decir: de lo que se ha observado y lo que mirará el lector a su retorno. El poema, en cambio, puede ser la miopía o la vista cansada de ese viaje. Incluso la ceguera, si llegamos hasta la negación de un recorrido. Ese punto de vista, ese lugar o el foco desde donde miramos, nos lo ofrece el autor. Y hay que creerle, incluso si nos miente o mira de modo tangencial lo que hemos visto o recordamos de algún viaje anterior. Dependemos de quien hace la crónica al descubrir el mundo. Con el poeta podemos discutirlo, porque formamos parte sustancial del mapa que nos muestra. El cronista alzará polvo en el camino. El poeta se hace polvo en ese mismo camino.
Xel-Ha López Méndez es una joven poeta que escribe lo que parecen crónicas desde este nuevo siglo. División de lo humano y lo que se quisiera ajeno a dicha humanidad, podría ser la dicha solamente. Pero no: en Xel-Ha López existe el desencuentro del hombre con su tiempo. El ahora es un sitio de unos pocos placeres y mucho desencanto. Desencuentros de lo que nos legaran otros poetas, y la arrogancia de algunos poetas más por querer percibir el mismo viejo mundo como si no existiese su pasado. Como si nos bastara con negarlo para que fuera cierto, no para hacerlo real.
Frontera de la animalidad al instante de ocupar lo posible, en esa incomunicación de la palabra el poema que describe ese tránsito es también otro signo, otro modo de ver: un atajo al interior del hombre. Si dicen que al final del recorrido hay un espejo, ¿qué le espera a este siglo que comienza con la palabra nuevo y resulta tan poco interesante? Me aventuro a decir: la interferencia. El diálogo entre lo que sabemos o lo que significa una palabra y su significante muchos años después. Muchos ojos después, si lo miramos desde la perspectiva de que el lugar común o el sentimiento también se han transformado desde el Renacimiento hasta nuestros días. Pero sin olvidar que el hombre es más cambiante, pero rueda por ciclos.
Territorio probable del poema, las crónicas que presenta Xel-Ha López Méndez en Ámbar, Cooperativa Editorial, son hechos que la autora platica sin parsimonia ni erosión personales. Nos los cuenta de manera inorgánica, despojada de los paralelismos que traza el sentimiento. Sin embargo, hay una distensión en otra lírica que tal vez se deriva de la vida de esa misma persona, aunque la realidad exceda sus procesos y máscaras. Desde un país en ruinas, como señala Mónica Nepote en su profuso comentario inicial, Xel-Ha López ha intentado mapear un siglo nuevo y los breves episodios trágicos del mundo hasta asentarlos en la poesía polaca y el Orfanato San José: cuatro puestas en escena o montajes lingüísticos que apuestan por una voz incierta y resistente (para seguir el hilo de Nepote), distante de ese yo que perdió el siglo xx en el rol ofensivo por ser considerados posmodernos. Xel-Ha y sus otras voces (de niña, de novia chamulita, de mujer de barriada, de madre, de ciudad o de muerte). Panorama de voces que se mueven o aquietan en la frontera norte mexicana, o en el sur, con la misma tensión y tratamiento que se exige en el cine: guiones que han de seguirse con mucha precisión e improvisando, porque así es la escritura de Xel-Ha: el cine, este montaje en página de un libro, es un relato hablado (un retrato de múltiples filminas) del viajero que encuentra su lugar cabalgando entre siglos. Encuentra el no lugar en sus poemas.
Al respecto, cito a Fabrizio Andreella (Vidas amuebladas. 12 lentes bifocales para leer la postmodernidad, Taberna Libraria Editores, 2015): «La época del Renacimiento fue la madre de la modernidad en muchos aspectos. En la postmodernidad, una de las herencias se ha consolidado como eje de la estructura mental […] La cultura literaria deja el paso libre a la cultura iconográfica porque la lectura de las imágenes es más propia a las nuevas generaciones que la lectura de las palabras».
Lo explicaré mejor: La fe es una piedra, señala Xel-Ha López, y en la siguiente página nos dice: La fotografía es el huracán. En ambos versos de poemas brevísimos (la sección se conforma, asimismo, de sólo tres poemas) se formula la misma contradicción: lo quieto y lo que se mueve. Y ambos son elementos de una postal en Sonora e Indonesia. Esta disposición geográfica dispar es lo de menos: se apela al dinamismo de la vista por encima de la quietud del paisaje. Es un viaje del ojo y, por lo tanto, distante entre el ojo de la mente y el cuerpo del mundo, en los conceptos de Filippo Brunelleschi y Leon Battista Alberti. O, en palabras de Robert Mandrou: «la mirada es un sujeto histórico que se transforma». Xel-Ha López no lo consigue siempre: lo intenta con pulsión, y cuando falla, el tensor está allí y esto lo aplaudo.
Como diría John Ashbery, la nota discordante de alguna parrafada puede volcar el texto a lo poético. La simultaneidad, la oposición en péndulo, es lo que tensa los mejores poemas de este libro. Y hablo de buenos poemas, algo que muy difícilmente encuentro en el postmodernismo. Esta visión de invernadero que ahora tienen algunos poetas (en oposición a la visión de intemperie, en el concepto de Lucien
Febvre) en la que ya no aparecen de manera constante los sentidos del hombre libre que olía, husmeaba, escuchaba, palpaba y aspiraba la naturaleza, no deja de ser intensa, como puede observarse (he aquí un guiño) en el siguiente poema:
En Tijuana hay un cielo que se mueve
un cielo vivo
Las cosas convergen con su pobreza de joya
Bajamos al infierno de las putas
al cielo de las putas
las putas son un cielo vivo /
un cielo que se mueve
Hubo una vez un hombre y un hombre y otro
asomando sus garras de avecita minúscula a través de la barda
tocando la tierra prohibida de los pájaros
¿qué cárcel!
Hay un muro y un hombre y hay pájaros
y un cielo que es espejo de algo
un cielo que son dos cielos
Los pájaros se elevan sobre la muerte azulde los hombres
y un cielo vivo traga la felicidad de todos
tocando sus pies
un cielo vivo es agua de todas partes
Hay de pronto la certeza en la ubicación de un mapa
y la certeza es el límite
una esquina del mundo
Con esta imagen como simulacro de cierta realidad (subjetiva y cambiante) tomamos posesión de un mundo cada vez menos próximo y sí muy separado de la emoción real. No hay experiencia corporal más allá de la vista, pero sentimos el cuerpo del poema y podemos situarnos, con certeza, en una de sus esquinas. Entonces, además de la interferencia, podríamos hablar de distorsión. Para algunos poetas el lenguaje no tiene cuerpo propio y podría prescindirse incluso de la voz como eje del discurso. En Xel-Ha queda claro que el yo no es una persona, pero sí un personaje que aparece de modo intermitente y con ciertas distorsiones del mundo que recorre. No resulta un antiguo cronista que persigue un orden narrativo y cronológico al descubrir los misterios que se van develando con su viaje, sino que mira el siglo como su propia ruina, aun si resulta irónico resaltar en lo blanco / una palabra para decir invierno, que es otro verso breve de la sección (también de tres poemas) llamada «Poesía polaca».
En el lirismo donde cabe la flor que se hace flor / en la mano de un niño, Xel-Ha López Méndez abandona los «ejercicios de ironía» (según Mónica Nepote) y demuestra que está cerca de la poesía de mediados del siglo xx a la que tanto temen o desdeñan sus colegas. Sobre estos valores poéticos, recurro nuevamente a Fabrizio Andreella: «Cuando Nietzsche dijo que Dios había muerto quería decir que la relación entre el hombre y un orden teológico, que va más allá de un código teológico, se había irremediablemente infectado. Para orientarse en un mundo ya sin estrellas, al hombre no le quedaba más que encontrar el astro escondido en su interioridad y volverse el superhombre. El filósofo alemán oteaba la momificación de Dios que el destino técnico, económico y religioso de la civilización occidental estaba favoreciendo y daba una señal de alarma contra la desertificación del pensamiento. Sin embargo, las autoridades eclesiásticas lo interpretaron como un grito blasfemo. Espero que los poetas no caigan en la misma altanera equivocación si digo que la poesía ha muerto detrás de su máscara embalsamada, ya que sus valores (la escucha, el silencio, la calma, el espacio libre, la meditación, la elegancia, el misterio) hoy no son más que una botana ofrecida a los viajeros de business class en el avión de la postmodernidad. A quien frecuenta sin remedio esos valores no le queda de otra que molestar a las azafatas y pedirles unos cacahuates más».
Finalmente, aunque el poema es suelo incierto, exilio, palabra que no está, en su compleja o simple constelación nos hemos encontrado con los otros (sean yo u otros viajeros) y nada más por eso vale la pena intentar la escritura: su ruina o nuevo siglo.