Premio FIL 2014 / Claudio Magris regresa a México / Héctor Orestes Aguilar

Claudio Magris —nacido en el puerto de Trieste en 1939, el mismo año que José Emilio Pacheco—, vino por primera vez a nuestro país en 1982, invitado por la Facultad de Ciencias Políticas de la unam a un homenaje a Elias Canetti en el que participaron, además, Juan García Ponce, José María Pérez Gay, Héctor Aguilar Camín y Federico Reyes Heroles; un encuentro que sería recordado durante largo tiempo por unos cuantos debido a la alta calidad y la lucidez de sus intervenciones. Resulta inútil buscar en la prensa cultural mexicana un registro de aquella visita de Magris: pasó completamente inadvertida, al grado de que, varios años más tarde, Pérez Gay contaba que uno de los participantes de aquella mesa le había hablado por teléfono, maravillado, contándole que The New York Times Book Review acababa de publicar una reseña deslumbrante sobre la traducción al inglés de un libro que iba a interesarle mucho a él, a Pérez Gay: una obra debida a un autor italiano dedicada a ensayar y narrar sobre las culturas literarias centroeuropeas, El Danubio. José María se limitó a contestar que sí, que ya conocía aquel libro, y a decirle a su entusiasta interlocutor: «Por cierto, el autor de ese libro estuvo junto a ti, en el ochenta y dos, en la misma mesa y en el homenaje de Ciencias Políticas a Canetti».
     Durante aquella visita, Claudio Magris le cobró aprecio a la persona y a la obra de Juan García Ponce, por quien nunca dejó de preguntar hasta la muerte del autor de Crónica de la intervención. Magris había viajado con su esposa, la escritora Marisa Madieri, y en México ya lo esperaba la ensayista Esther Cohen, doctora en Filosofía por la unam, especialista en Semiótica por la Universidad de Bolonia, alumna de Umberto Eco y buena conocedora del ambiente académico italiano de aquella época, amén de traductora de Gianni Vattimo, Enzo Traverso y el propio Eco. La doctora Cohen resultó una espléndida y cálida guía, e incluso convidó a los Magris-Madieri a una ocasión muy especial, una boda mexicana. El testimonio más entrañable de Magris de su primera visita mexicana lo constituye, por supuesto, «Noteentiendo», el sexto segmento del primer capítulo de El Danubio, donde da cuenta de un recorrido por el Museo de la Ciudad de México y del momento en que confronta un complejo cuadro de castas de la Nueva España rematado con una mezcla étnica tan barroca, tan insólita, que la misma taxonomía colonial no encontró su cifra.
     El nombre de Magris se volvería moneda corriente entre los lectores mexicanos apenas seis años después, cuando, a mediados de 1988, la editorial Anagrama de Barcelona comenzó a distribuir en México su traducción de El Danubio debida a Joaquín Jordá. Una afortunada coincidencia hizo que la Revista de la Universidad, de la cual yo era editor, dedicara su número 447, de abril de ese mismo año, a examinar la cultura moderna del imperio austrohúngaro en un número especial titulado «Viena, un laboratorio para el fin de los tiempos», con la primera traducción local de un ensayo de Magris, «Emperador pese a todo», debida a un servidor.
     Los más de veinticinco años que nos separan de aquel primer momento en que los lectores mexicanos comenzaron a familiarizarse con una de las obras fundamentales de la literatura europea de la segunda mitad del siglo xx y de principios del xxi, han servido para ahondar en el conocimiento de —pero también en la admiración hacia— un autor que, como muy pocos, ha realizado aportaciones cruciales para diversos campos literarios y periodísticos.
     Claudio Magris dista mucho de ser un solitario en la sociedad literaria. En un ambiente tan diverso y competitivo, potencia internacional en el estudio de las letras modernas y la literatura comparada, el estudio de las letras germánicas, el ensayo y la reflexión filosófica, representada por autores como Umberto Eco, Omar Calabrese, Pietro Citati, Raffaele La Capria, Enzo Bettiza, Massimo Cacciari y Roberto Calasso, para mencionar sólo a los más conocidos fuera de las fronteras de la península, la voz del escritor triestino se distingue, sin embargo, por la universalidad de su alcance y la perdurabilidad de la mayor parte de su obra.    
     Sus hallazgos no son pocos, pero admiten esta enumeración mínima:
     La revalorización de la triestinidad como una «identidad de frontera», entendida ésta como matriz literaria.
     La idea misma de «literatura de frontera», aplicable a escritores y obras provenientes de enclaves multiétnicos y multiculturales, cuyo legado no pertenece por necesidad a un solo canon nacional o a una sola historia de la literatura oficial, sino que se encuentra repartido o diseminado entre ciudadanías y lenguas. Es el caso de escritores de Galizia oriental, como Karl-Emil Franzos, Leopold von Sacher-Masoch, Bruno Schulz, Andrzej Kuśniewicz, Joseph Roth, Józef Wittlin, Soma Morgenstern, Stanisław Lem, Hermann Kesten, Stanisław Jerzy Lec y Manès Sperber, entre otros; o el caso mismo de los escritores de Trieste, quienes han compuesto sus obras en italiano, esloveno y diversos dialectos regionales, y para quienes las tensiones entre civilizaciones y lenguas resulta fundamental.
     Haber dado luz, de manera integral, sobre un acervo literario (autores, obras, ideas literarias) poco apreciado de manera homogénea hasta entonces (los años sesenta del siglo pasado).
     Explorar la idea de una totalidad literaria. Dicho de forma más puntual, examinar al imaginario habsbúrguico como una totalidad, una totalidad mítica.
     En este mismo sentido, haber descifrado el andamiaje de la cultura literaria oficial austriaca, haciendo legible cómo el canon literario austrohúngaro ha sido utilizado con fines políticos, en particular por la historia cultural vienesa.
     Ejercitar de manera novedosa una forma de escritura —el ensayo itinerante— que, si bien está muy arraigada en la literatura italiana, no había alcanzado una capacidad expresiva tan seductora.
     Realizar una síntesis prosística entre la literatura de viajes, el ensayo académico y la crónica periodística.
     De este modo, Claudio Magris es hoy un referente ineludible y su obra un asidero permanente. Ha contribuido con sus ensayos, semblanzas y reseñas a la formación del gusto literario de por lo menos tres generaciones de lectores en su país y, en general, en las diversas partes de Occidente donde se le traduce y se le sigue con fruición; ha iluminado amplias zonas de literaturas hasta no hace mucho menospreciadas o ignoradas, y ha logrado fusionar géneros literarios desvinculados entre sí. Sin pretender convertirse en un «clérigo», sin pontificar ni establecer una línea excluyente de pensamiento, ha logrado —a través de su sostenida labor periodística— mantener una opinión inequívoca, firme y crítica en medio de las vergonzosas oscilaciones de la acomodaticia inteligencia italiana de nuestros días, resignada a la depauperación de la vida intelectual en su país.
     Al recibir el Premio fil de Literatura en Lenguas Romances 2014, Claudio Magris regresa a México con una obra establecida como referente de la más alta literatura y convertido él en uno de los grandes maestros del pensamiento y las letras de la Europa de nuestros días. Debemos maravillarnos y sentirnos sumamente afortunados por ser sus contemporáneos.

 

 

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