Por favor, hagamos el intento / Daniel Centeno

 

a la memoria de María Isabel

Primera página. Carta del padre
          Mucho antes de tu nacimiento, tu madre comenzó a robar juguetes de otras casas para que tuvieras con qué jugar. Decía que un juguete sin uso es un crimen, así que entraba a los hogares de los vecinos y se llevaba sus animales de peluche. Tus favoritos, esa pareja de leones y de elefantes blancos, los tomó de una casa abandonada que ella debía cuidar. Se suponía que encendiera la luz por las noches, los domingos, pero a veces pasaba todo el fin de semana leyendo algún libro de poesía o escribiéndote en su máquina de escribir. Al principio guardaba ahí los juguetes, porque no quería que yo me percatara de los hurtos.
          Si te decía, ibas a pensar que estoy loca, me dijo cuando la descubrí. Para entonces, ya había conseguido cinco parejas de animales de juguete.
          Mejor que estés loca y yo no me entere.
          Sí, justo así, contestó. Una locura silenciosa.
          La había visto a través de la ventana, una silueta oscura dándole la espalda a la luz. Toqué la puerta hasta que me dejó pasar, de mala gana, y así, con el mismo genio, esperó a que me fuera de ahí . Ya en casa me dijo que no esperaba mi visita y que no le gustan los imprevistos de ninguna clase.
          Perdón por importunarte mientras les robabas peluches a los vecinos, le dije a tu madre.
          Te perdono.                                                                                
          Se había llevado la máquina de escribir a la casa donde se ocultaba, su refugio. Ésa no se la robó a nadie. Se la dio su padre cuando ella se marchó de casa, como un regalo.
          Para que le escribas historias a mi nieto, le dijo tu abuelo. Claro que el abuelo, como yo, no sabía aún si serías niño o niña. No lo culpes. Tampoco nosotros lo sabíamos.
          Tu madre discutía mucho conmigo. Insistía en que debíamos darnos prisa. Faltaba sólo un año para que se cumpliera el límite de edad pero ella quería hacerlo entonces, sin esperar ni un solo segundo. Tu madre tenía veintisiete. Habíamos pasado dos años decidiendo cómo te ibas a llamar, especulando si serías niño o niña, y también quién de los dos se haría cargo cuando el otro no estuviera.
          Ella dijo que debía ser yo.

Primera página. Carta de la madre
          Con cuán poco puede una contentarse. Miro los peluches junto al escritorio, puestos encima de cajas que forman un altar. Qué hermosos resultan juntitos, en parejas, absortos de este mundo, con sus botones y sus hilos en lugar de ojos. Disculpa si divago, no sé hacer otra cosa.
          Comencé a tomarlos de sus casas cuando no pude más soportar su tristeza. Muchos de sus dueños ni siquiera dejaban fotografías, con tal de que nadie supiera de su fracaso. Sentían desde el inicio que todo podía salir mal, así que construían un hogar sin fotos, con apenas recuerdos suficientes para no olvidar quiénes eran los dos, cómo nombrar al que se fuera. Sólo nombres. No me atrevo a decirlos, cuando encuentro los documentos. Veo las letras, pero mi cerebro se rehúsa a darles forma. Si lo hiciera, si recordara quiénes eran, no podría escribirte esto hoy y no podría esperar ansiosa tenerte conmigo.
          Tu padre espera en casa luego de irrumpir mientras te escribía esta carta. Va a regañarme por los peluches, y por no habérselo dicho. Dice que soy una loca. Loco le he dicho yo, muchas veces, cuando está viciado en sus videojuegos y pasa la tarde entera en pijama sin apartar sus ojos de la televisión.
          Espero que no lleves a nuestro hijo al vicio de los juegos, le solté una tarde, como una amenaza juguetona.
          No necesitará que lo lleven a ningún lado, respondió tu padre, muy seguro de que tú tendrías tus propias herramientas para acabar igual que él.
          Cuando le dije que quería darte a luz, él tenía veintiséis. Él es un año más joven que yo. ¿No te parece que es muy guapo, tu padre ?

Segunda página. Carta del padre
          Habíamos acordado que te llamarías David si eras niño y Ana si eras niña. Nos tomó tanto decidir eso que apenas quedó tiempo para los preparativos del ritual. Según ella, el altar de peluches, que no tardaría en llevar a nuestra casa, era su ofrenda a la diosa del amor. Esperaba que nosotros fuésemos los elegidos de alguna clase de selección bendita. Que la suerte estuviera de nuestro lado. 
          Según tu madre, la diosa del amor nos observaba con un detalle digno de espionaje furtivo. Estaba atenta a nosotros porque ya no quedaba nadie cerca. Los vecinos junto a la casa, los de enfrente y los de espaldas, todos ellos habían fracasado.
          Ella no tiene nadie más a quién mirar sino a nosotros, me dijo, orgullosa de sobrevivir y avergonzada de no haber intentado aún eso que podría matarla.
          Tu madre perdía la cordura cuando se trataba de ti. No soportaba la posibilidad de no tenerte, así que miraba el calendario como si fuera una sentencia. Como si le hubiesen dicho que en su cumpleaños veintiocho se le iba a terminar la felicidad.
          Por eso no me sorprendió que se pusiera a practicar todas las noches, en un agujero que acabó por convertir en un pozo. Se metía ahí y miraba desde el agua hacia el cielo. Respiraba con fuerza y luego permanecía sumergida por un minuto, a veces dos. Los primeros meses no sobrepasó su marca y sólo hasta mediados del año, en mayo, casi junio, descubrió el secreto para aguantar por más tiempo la respiración.
          Me ponía tan tensa que jamás se me ocurrió que sólo hacía falta relajarme.
          ¿Y ya ?
          Sí, y ya. Si me relajo, puedo pasar más tiempo sumergida. Mírame.
          No me gustaría entrar en detalles, pero eventualmente tendrás que saberlo. Tu madre se lanzaba desnuda al pozo y ahí permanecía flotando hasta que su respiración volvía a la normalidad, como si no hubiese saltado, o como si no temiera no tenerte . Entonces se sumergía.
          Por favor, obsérvame mientras lo hago, me diría tu madre muchas veces, cuando yo apartaba la vista. No quería verla practicar porque yo también sentía temor.
          Tu madre quería que fuera yo quien se quedara contigo. Estaba decidida a enseñarme cómo aguantar la respiración en aquel pozo, para eventualmente aguantar en el mar.
          Tu madre es perfecta.

Segunda página. Carta de la madre
          Cuerpos bellos como rosas que descansan espléndidas, así tu padre y yo nos recostábamos junto al pozo en el que practicábamos el arte de sobrevivir. Él soportaba cada día más el peso de lo que yo le impuse: el alba luminosa del día en que te sostendría, saliendo del mar.
          Espero que no pienses que soy pesimista por pensar lo peor, aunque resulte sencillo. Espero, también, que entiendas que quizá yo no esté aquí cuando leas esto. Puede que sea tu padre quien se haya ido, pero desearía que no. Es tu madre quien debe irse, si todo sale mal, porque la juventud le dará lo que, espero, tengas de sobra: segundas oportunidades . Él no debe hundirse conmigo. Espero que no seas tú quien lo juzgue por querer intentarlo una vez más, si lo desea. Confío en que tu padre retendrá esta carta para entonces, y tú serás capaz de mirarlo no sólo como a tu padre sino como el hombre que es, y velarás por que, igual que tú, sea feliz.
          Él puede intentarlo otra vez, y yo quiero que lo intente.

Tercera página. Carta del padre
          Formalmente no tienes tíos, pero los amigos de mamá y los míos comenzaron a darnos regalos cuando supieron que pensábamos tenerte. Al principio temieron, pero sabían que era lo mejor, que no podían exigirnos que desistiéramos de traerte al mundo.
          Nosotros la cuidaremos si algo sale mal, dijo uno de tus tíos, mi mejor amigo. Él me organizó una fiesta antes de casarme con tu madre y me visitaba todos los sábados antes de tenerte. No es que apruebe el alcohol, pero verlo aparecer con un montón de cerveza ponía a tu padre muy feliz. Tú no bebas. No hasta que seas lo suficientemente mayor para decir al menos quince dígitos de Pi, o recitar la historia completa de los rituales de la diosa del amor (dudo que tu madre o yo te dejemos leer sobre eso hasta que hayas pasado la mayoría de edad).
          Él me ayudó a pintar las paredes y tu madre se lo agradeció con abrazos largos y tendidos.
          Cuando crezca, dijo tu madre, le voy a decir que te lleve algún regalo por el favor que le hiciste al decorar su habitación.
          Me conformo con que no se parezca a su padre, respondió tu tío.
          Los tres reímos mientras la pintura se secaba y acomodábamos los regalos que los otros trajeron. Tu tío me preguntó que cuándo lo haría, cuándo llevaríamos a cabo el ritual tu madre y yo. Le dije:
          La próxima semana, antes de octubre.
          Se van a morir de frío, contestó temeroso. ¿Por qué no lo hicieron en abril? Debieron intentar en primavera.
          Lo que tu tío no sabía era que habíamos practicado en el pozo, lleno de agua fría. Si lo hacíamos en primavera, tu madre acabaría por sofocarse y yo no soportaría verla así, soltando burbujas hacia la superficie. Tú no existirías. Quizá ninguno de los tres existiría .

Tercera página. Carta de la madre
          Heme aquí, quieta y desesperándome. Fernando, si eres tú quien lee esta carta, si fracasamos, por favor, haz el intento una vez más. Si obtenemos lo que buscábamos y quien sostendrá esta carta es la luz de los dos, dale la primera página y la segunda página. Rompe ésta .
          No necesita saber nada excepto cuánto le amamos, aunque yo necesite escribir otras cosas.
          Haz que mi nombre suene formidable en sus labios. Enséñaselo desde joven. Que me llame en la casa, mientras juegue, aunque yo no esté.
          Por favor.

Cuarta y última página. Carta del padre
          Que tu madre te amaba antes de que existieras es tan cierto como que la mayoría muere al buscar la paternidad. Te encontrarás con un mundo en el que los autos pueden pasar semanas sin moverse de su sitio, porque han sido abandonados. Los vecinos nos hacemos cargo de limpiarles el polvo porque secretamente no soportamos ver cómo se acumula sobre los cristales.
          También es cierto que encontrarás un mundo en donde escucharás decir que la diosa del amor es una maldita, por pedirles a los hombres sacrificar tanto sólo para traer vidas al mundo. Cuando escuches algo así, no olvides que tu madre y tu padre no sienten que hayan sacrificado nada. Sólo se sacrifica algo cuando se siente como una pérdida, y ninguno de los dos perdió nada, si se trata de hacerte vivir.
          Cuando crezcas, alguien te dirá que tienes una brecha de diez años para que seas padre o madre. Insistirán en eso. Te dirán que pasados los veintiocho ya no serás capaz. Debes saber que mucha gente vive de señalarles a los otros cómo deben vivir sus vidas, y eso incluye la paternidad.
          Hijo. Hija. Cuando leas esto, yo ya no estaré aquí. No te hablo de mí en esta carta porque, cualquier cosa que yo pudiera decir, tu madre lo dirá mejor. Ella me recuerda con los ojos de la diosa del amor; dicen que sólo cuando es así uno puede crear vida. Y estoy convencido de que tú estás leyendo esto, de que no son palabras al aire abandonadas en ningún sitio esperando ser borradas por el tiempo .
          Que leas esto significa que ganamos. Tu madre y yo, también la humanidad.
          Ganamos.

Cuarta y última página. Carta de la madre
          Estoy preparada. Iré al mar. Iremos juntos. Tu padre me ayudó a cerrar la casa. Apagar las luces es insoportable cuando eres quien vivía de encenderlas .
          Mi trabajo era pasar de casa en casa, quitando el polvo y encendiendo las luces los domingos. Nuestros vecinos y amigos, todos los que se fueron antes de nosotros, habían guardado sus esperanzas de volver. Al pasar en la noche afuera de sus casas, lo menos que podía hacer era asegurarme de que otros pudieran transitar con un camino entre la oscuridad.
          Ni tu padre ni yo entendemos del todo por qué el mundo funciona como lo hace. Eso es algo que no podremos explicarte ni aquí ni en ningún otro lugar. Él ya no juega videojuegos ni yo enciendo luces, porque sólo podemos pensar en ti. Nadamos todo el día, y por la noche descansamos en la cama, que de tanto estar en el agua, nos resultaba como de metal.
          Hoy es el día. Te escribo esto mientras tu padre se encarga de cerrar todo. Está esperando a que yo me ponga de pie y lo siga. No arruinaremos allá nuestra vida, como dicen los otros. Nunca les creas, pase lo que pase.
          Iremos a encontrarte.
          Con amor, tu madre.

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