Fondos del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid
Madrid es una aglomeración sólo superada por la Isla de Francia y el Gran Londres. Es una ciudad moderna que comenzó a desarrollarse en 1561, cuando Felipe II decidió instalar la sede de la corte en esta ciudad.
España tuvo, aunque fuera durante poco tiempo y como en un festival de pirotecnia, sus instantes estelares que están marcados por
la Movida Madrileña.
La estética de los años ochenta en España, y de forma más acentuada en Madrid, se revela como hibridismo cultural: «Eclecticismo, imposibilidad de difundir normas estéticas válidas de forma absoluta e intemporal, fin de las grandes narraciones, pluralidad de estilos y lenguajes, una cultura tradicionalmente concebida como elitista que se difundía con el gusto por el folk y el flujo comunicativo de regusto kitsch propiciado por los mass media», apunta Giulia Quaggio.
Se trataba de una versión de lo postmoderno en clave acrítica, esto es, entregada al hedonismo narcisista y consumista, con una tendencia a confirmar las obras de arte y los productos culturales como pastiches.
La imagen internacional de la cultura española ha perdido, no cabe duda, su poder de fascinación y todo ha cambiado desde la Movida a la movilización, del arte de colocarse al antagonismo en las plazas.
«Yo no soy capaz de descubrir en el artista español —en el escritor en particular—, del siglo xvi en adelante, una absoluta compenetración con su país», declaró Juan Benet en 1965.
Si la Movida era una estética del presentismo, lo que hoy parece dominar es el postureo; de aquella ruptura de la barrera entre alta y baja cultura, hemos derivado a un tortuoso debate sobre la cuestión de lo popular.
La cultura ya no es, en ningún sentido, una fiesta y no tenemos, como recordaba Rafael Sánchez Ferlosio, ni el elitismo barato (defendido en el Juan de Mairena de Machado) ni tampoco puede mantenerse el vértigo del faraonismo institucional-cultural. De aquel postmodernismo español (en buena medida marcado por las dinámicas madrileñas) sólo quedan la nostalgia y la ruina, con la certeza de que nuestro tiempo desquiciado favorece más la opacidad que la transparencia.
Pongamos que hablo de Madrid plantea una revisión del arte madrileño a partir de las colecciones del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid.
En esta muestra se presentan pinturas, fotografías, dibujos y obra gráfica de artistas de reconocido prestigio. Son seis secciones las que la articulan: El mapa y el territorio, La estética de los esquizos, Los años de la Movida, Instantáneas metropolitanas, La ciudad hiperreal y Visiones singulares.
Con el comisariado de Fernando Castro Flórez se plantea una revisión, a través de medio centenar de obras, de lo que ha sucedido en el arte contemporáneo, concretamente focalizando la cuestión en la ciudad de Madrid, en las últimas cuatro décadas.
Aquella beatería artística que pretendía impulsar un cambio cultural tiene que asumir la precariedad presente y tratar de ofrecer una imagen digna de Madrid, en un momento en el que la de Europa no puede estar más descompuesta.
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