Reírse, carcajearse, sonreírse o desternillarse. Graduaciones de una experiencia común, las cuatro conjugaciones verbales toman a la risa como un asunto de suma seriedad. No obstante sus pesadillas y desastres, aventuro que el siglo xx ha sido el periodo de la civilización donde se alcanzaron los mayores decibeles producto del humor y la ironía. ¿Reían los hombres de las cavernas? ¿Se carcajeaban los vikingos? ¿Se desternillaban los cruzados camino a Tierra Santa? Hay fundamentos para afirmar que la obra canónica de Henri Bergson, La risa (1899), inició —en un sentido eminentemente ritual y herético— a los movimientos artísticos de vanguardia que habrían de aparecer en las décadas posteriores a su publicación. ¿Se entendería a Dadá o al Surrealismo sin la pimienta y la dinamita de la boutade ingenua y cáustica?
Por supuesto, seguramente los lectores de El asno de oro y del Satiricón se daban tremendos banquetes de humor con esas dos piezas excepcionales donde la decadencia romana se recrea con liviandad y delicuescencia. ¿Se sonreían las señoritas victorianas al toparse con los impúdicos dioses griegos del Museo Británico? En 1905 Sigmund Freud pone en circulación El chiste y su relación con lo inconsciente, otro referente de peso para situar y validar teóricamente «la osadía» de Marcel Duchamp a la hora de añadir bigotes y perilla a la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci, en uno de sus famosos ready-made de1919; y, claro, semejante irreverencia vanguardista no era obra de la casualidad, puesto que atentaba —más allá del prestigio y de la historia del cuadro— contra la risa más emblemática y misteriosa del arte de todos los tiempos. Por si fuera poco, Duchamp escribió en la parte inferior de la reproducción intervenida estas siglas: lhooq, nada crípticas, a decir verdad, ya que contenían en su esbozo escritural la siguiente frase: «Ella tiene el culo caliente», es decir que la graciosa y enigmática expresión de la dama italiana no era otra cosa que una sonrisa cachonda.
En uno de sus ensayos, Xavier Villaurrutia reflexiona sobre el tono menor e introspectivo de la poesía mexicana, herencia del espíritu adusto y meditabundo de las culturas prehispánicas. No comparto del todo esa visión del poeta a la horade divertirme con los llamados versos de ocasión de Sor Juana Inés de la Cruz, ora graciosos y mordaces, ora bufos y de seductora jiribilla. Hay algunos romances de Guillermo Prieto, ágiles y punzantes, que se desmarcan del tono asordinado y mustio y se resuelven en pregón y broma callejera. ¿Y qué decir de «La Duquesa Job», de Manuel Gutiérrez Nájera? ¿Y del humor cosmopolita de José Juan Tablada? ¿Y del instinto suspicaz y lúbrico de Ramón López Velarde? ¿Y de la autobiografía lírica de un siempre risueño Alfonso Reyes? Y puesto a palear del cajón de arena de la prosa mexicana al de la poesía —que en varias figuras es la misma materia incandescente—, arrojo a la picota de la ironía los nombres de Carlos Díaz Dufoo Jr. y de Julio Torri, fundadores del relato ensayístico en México, escrito con el cuidado y el rigor de un ebanista que aprendió el oficio gracias a su oído musical.
Después vendría una lista de autores que han otorgado al Homo ridens un lugar trascendente, sin importar sus dudosas aportaciones al orden y al progreso de la civilización. ¿Cómo tasar una risa maliciosa en la Bolsa de Valores? Reírse, incluso de uno mismo, es sano -—opinión compartida por todas las instituciones de salud. ¿Entrará en este mismo apartado la risa nerviosa y la sonrisa hipócrita de la clase política? Personalmente conjugo los verbos de la risa al leer y releer los poemas de Salvador Novo y de Renato Leduc, los poemínimos de Efraín Huerta y los divertimentos de Gerardo Deniz, Eduardo Lizalde y Gabriel Zaid. Incluso, llegando a mis contemporáneos, el descrédito del Homo sapiens —ridiculizado en alianza con el Homo ludens— alcanzaen mi ocio de lector in fabula momentos memorables en los poemas de Juan Carlos Bautista, José Eugenio Sánchez, Ángel Ortuño y Julián Herbert.
Decía al principio que la risa es tema serio. El riesgo de ahogo, de reventar un aneurisma o romper los cartílagos del esternón es real. Esa lista de inconvenientes también la encontramos en el orgasmo y la natación. ¿Se reirán los alienígenas en el año 3400 cuando desciendan a la Tierra y se encuentren, entre las ruinas, con millones de calaveras muertas de la risa?