Poesía / Luis Paniagua

Constancia de vecindad

A veces, cuando no puedo dormir,
pongo atención a los ruidos
que me quitan el sueño
y escucho el ajetreo de mis vecinos:
chancletean las pantuflas, barren a deshoras,
arrastran improbables objetos contundentes,
chirriantes…

En ocasiones pensaba en ellos como en fantasmas:
almas en pena que arrastraban tras de sí
las invisibles pero sonoras, pero estridentes
cadenas de sus culpas.

Alguien me dijo que era macabro.

Ahora prefiero imaginarlos,
vivos aún,
hechos un manojo de angustia,
balando, pues, de miedo,
encañonados por implacables, inefables,
insensibles, siniestros sicarios,
y que esos ruidos
no son más que las paletadas rápidas
que logran
al cavar sus propias tumbas.

Son así, pues, los blancos corderitos
que convocan mi sueño.

Mas me temo que van,
desde mi corazón,
sin más al matadero.

 

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