Poemas

Sandra Lorenzano

(Buenos Aires, 1960). El día que no fue (Alfaguara, 2019) es su obra más reciente.

Mapas, pensé

Mapas, pensé
o quizá lo dije en voz alta.
Alguien me miró
como si no entendiera.
Disculpe:
quise decir distancia, recorridos,
grietas que quedan flotando.
Quise decir abismos.
Podría recordar cada baldosa
del camino que me llevaba a la escuela.
Las ramas de los paraísos, el olor de los cardales y el hinojo.
Decíamos potrero. Vagoneta. Linyera.
Palabras casi borradas.
Al salir: la sorpresa de ver la sonrisa de mamá.
Era la más joven, la más linda,
y se vestía de negro —porque leía a Simone—,
en ese pueblo de calles de tierra y tardes de bicicleta.
En el fondo de casa crecía una planta de laurel.
Disculpe, es que soy de mapas pequeñitos,
tinta china y manchas en los dedos.
Mapas que caben en cualquier rincón.
Los guardo aunque sepa que el tesoro se ha esfumado,
y que se han encimado otros y otros,
a cual más frágil.
Quise decir esquirlas.
Tatuajes que se ven sólo cuando me hundo en el río.
Tumbas de agua.
Abrazos de ceniza.
Vestigios, quise decir.

Acanalado

A veces es sólo una palabra que da vueltas:
«acanalado» es hoy la que aparece
y yo pienso en los techos de mi pueblo
que no era pueblo sino suburbio abandonado a su suerte,
calles de tierra en el verano,
polvareda levantada a fuerza de pedalear.
Si llovía era percusión el agua en la chapa.
«Acanalado», pienso, y es la imagen de mi abuela que teje
los pulóveres del invierno.
Color maíz dijo alguien y yo lo lucía muy oronda aunque me picara.
Era una buena chica que quería ser maestra
—cuenta mi padre cada tanto como disculpándose—,
casarse, tener hijos, construir una vida ahí en medio de la pampa.
De ser posible: feliz. Digo, si alguien le hubiera preguntado.
Guardapolvo blanco, le daban besos pegajosos de caramelo.
Y ella se dejaba querer.
También por nosotros.
Y tejía sin parar mientras charlaba con mi madre.
Color maíz el pulóver de los diez años.
Quién le iba a decir en ese entonces el exilio.
Quién le iba a decir las despedidas.
Los años lejos. Los que no volvieron.
Era una buena chica que quería ser maestra,
construir una vida: feliz, de ser posible.
Hablaba, divertida, de las cartas que llegaban de Italia.
La nonna lloraba, nos decía. Todas eran siempre malas noticias.
Nadie escribía para contar la primavera
o la dulzura del pan casero.
Ella y las hermanas se reían. El melodrama estaba lejos.
Como las heroínas de las óperas del nonno.
Aquí el paisaje era infinito y serían todas felices.
Quién le iba a decir en ese entonces el exilio.
Las cartas que ahora eran las nuestras. Dibujos.
Flores secas. Y ella nos contestaba con poemas.
El pulóver quedó en algún cajón.
Como las fotos de la infancia.
Seguro ya te lo había dicho.
Pero es que todo volvió a aparecer
junto con la palabra «acanalado».
Será que el frío tiene olor a sur.
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