1
Adiós, adiós, las niñas me agitan sus brazos.
No, no hace falta que te internes
es nomás una ola remolcándonos del mar
espumeante, cadenciosa. Entiende
todo pasa adelante—
Adiós —reverberan las niñas, no hay tiempo libre.
Desde aquí ya no podemos verte más.
En frente una ola multipisos se nos acerca, se dobla, devora,
y tú no puedes ayudar nada,
nada, como siempre.
Con tus navíos hechos de papel de libro
sal a la orilla, muévete.
La revolución francesa no fue sobre ti, mamá.
Por fin serás tú el público, nos mirarás a nosotras
me gritan ellas de los Estados Unidos de América.
Estamos todos sanos: los niños, el presidente
todos toman tapioca.
Shhh, soy yo en lengua extranjera
y quizás no me puedan oír
hay ruido en los Estados Unidos de América.
Shhh arrulla el mar.
¿Soy acaso San Francisco para predicar
a gaviotas, caracolas y bagres.
Un litoral desnudo se extiende frente a mí—
será que el Nuevo Mundo llegó a mí?
2
Hubo una o dos razones
por las cuales no descubrí América
salvo tempestades, miedo a las aguas profundas
y unos cuantos marineros que huyeron a las islas,
salvo los ratones corriendo sobre la cubierta
los llamados roedores en la literatura realista—
salvo estos pequeños detalles
siempre sentí que el navío se hundía.
Quizás por eso haya apoyado a
los indios, a los españoles
y distribuido chocolate a las prisioneras en la sección inferior.
Pero en el fondo de mi alma yo también codicié el oro de Cajamarca
yo también soñé con descubrir los países maravillosos
tal como descubrí lo descubierto—
ya tarde—
y yo aquí.
Versión del hebreo de Tal Goldfajn