Poemas / Medha Singh

Cómo un hombre aprende a querer de nuevo

¿Qué se dice de los hombres de tu edad?
Que tienen dolores que aumentan, viejas cargas.
La sombra de la decepción amorosa, amantes
que huyen. Amigos que mueren.
¿Quién eras entonces?
                  Siluetas solitarias en la bruma invernal.          
Como un mechón de ella
         en el aire blanco de la tarde, enroscado en el piso del baño.
¿Qué más? Tu voluntad que disminuye hora tras hora. Flor de la memoria     
que golpea la puerta de la recámara. El cristal de la ventana,
¿Qué
pasó?

Nada. Quédate quieto bajo la regadera. Siente el frío chubasco
en tu cara.    Aún sueñas con los días en los que reposas
durante horas, como nube, en espera de una mano. ¿Esperas una mano
         para emerger? ¿Para que te saque de esta niebla?
¿Para que apague el estéreo en el que suena ese canto fúnebre? Canta viejas canciones.
La niebla se disipa, se vuelve fuerza.
Ven, desatado, desplegado. Té y bulliciosas pinzas para el azúcar. ¿Cederás?

Sal a la superficie, más allá de la neblina gris. Un muchacho, que deambula entre matorrales,
que corre sin control, radiante hacia el mes de mayo.
         Su voz, rápida como el fuego, suave como la luz,
brillante, grito silvestre. Estudia
la chimenea, viviente para él con negrura
y misterio, en el verano. Algo se cierne: gozo.
         No escasean las preguntas, audaz franqueza.
Que roba los nidos de los pájaros del jardín vecino. La garganta a punto de resquebrajarse.
Su dedo en la
boca de ella mientras la besa, le sujeta la barbilla, le levanta la falda.
Que aprovecha el tiempo. Que aún pregunta: «¿qué
         significa ser viejo y morir?». Valiente hijo encara la noche,
se dobla en silencio, comienza a invernar, concuerda
con las respuestas            con los cuentos de hadas.

 

En espera

¿Cuánto de nuestra vida gastamos en esperar? Esa mujer que respira junto a la ventana,  la cabeza vuelta hacia el cristal, las manos entrelazadas sobre la mesa de madera, el pelo enmarañado, redondeado en un nudo sobre su cráneo, una yoguini a punto de cruzarse con un monje. Me acerco a ella, con la mayor gracia que puedo, me siento, incapaz de decir mucho; ella me habla sobre el Buda, el Mahayana, Theravada, Vajrayana. Las pérdidas que llegamos a poseer y dejar atrás, como el aroma de nuestros cuerpos. El aroma del café y la carne de cerdo crece y se asienta alrededor de mi cabeza, el residuo de un deseo olvidado.

Sikkim, M.G. Road, 2018.

Edición de genes

El cuerpo es algo que anhela y se descompone.

La pausa entre el impulso y la acción, siempre será una especie de poema de amor.

Si no te conociera de una vida pasada, me fijaría antes de tropezar contigo.

Te me apareciste en un poema, antes que en el lobby del hotel.

No puedo editar tus átomos, genes. Nunca llegué a elegir nada de ti. Nunca una hace eso.

La luz esmeralda que mira los lirios en la ventana del vecino se irá antes de que amanezca.

Estaba soleado el día en que nos dimos la mano. Hola, y hola. Los dos somos extranjeros aquí.

Mira ahora, cuán gris, el gris del cielo. Nunca el pasado donde debiera estar.

Hombres y mujeres que caminan cercanos en el invierno. Sin miedo, mientras se aproximan a la luz.

Versiones del inglés de Víctor Ortiz Partida

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