Poemas / Mary Oliver

Hospital Universitario, Boston

Los árboles en el césped del hospital 
están lozanos y en crecimiento. Ellos también
reciben el mejor de los cuidados,
como tú, y tantos cuyos nombres desconozco,
en los cuartos limpios en lo alto de esta ciudad,
donde día y noche los doctores siguen
atendiendo, donde las máquinas intrincadas
dibujan con fría devoción
el murmullo de la sangre,
el lento parchado de los huesos,
la desesperación de la mente.

Cuando vengo de visita y damos un paseo
hacia el interior de un día luminoso de verano,
nos sentamos bajo unos árboles —
un castaño de la India, un sicomoro y un
nogal cavilando
por arriba y sobre un seto de lilas
tan viejo como el edificio de ladrillo rojo
al fondo, el hospital
que originalmente fue edificado antes de la Guerra Civil.
Nos sentamos juntos sobre el césped, tomados de la mano
mientras me dices que estás mejor.

¿Cuántos hombres jóvenes, me pregunto,
llegaron aquí arrastrados por los lentos trenes como camillas
de los rojos y terribles campos de batalla
para echarse todo el verano en las pequeñas y bochornosas cámaras
mientras los doctores hacían lo que podían, implorando
utensilios todavía inimaginables, medicinas todavía inexistentes,
sabiduría todavía no adivinada, y cuántos murieron mientras veían las hojas [de los árboles,
ciegos a los esfuerzos que se hacían a su alrededor para mantenerlos con vida?
Veo en tus ojos

que a veces son verdes y a veces grises,
y a veces están llenos de humor, pero no frecuentemente,
y me digo, tú estás mejor,
porque sin ti mi vida sería
un lugar de árboles secos y quebrados.
Más tarde, andando por los corredores hacia la calle,
me regreso y entro a un cuarto vacío.
Ayer alguien estaba aquí con un rostro jadeante.
Ahora la cama está como nueva,
han sacado rodando las máquinas. El silencio
continuo, profundo y neutral,
mientras estoy aquí de pie, amándote.

 

Singapur

En Singapur, en el aeropuerto,
una sombra fue retirada de mis ojos.
En el cuarto de baño de mujeres, una división estaba abierta.
Una mujer de rodillas lavaba el fondo
   de la taza blanca.

Una desagradable sensación en mi estómago
y toqué mi boleto en el bolsillo.

Un poema siempre debiera tener pájaros.
Un martín pescador, por ejemplo, con ojos audaces y alas relucientes.
Los ríos son placenteros, y por supuesto los árboles.
Una cascada, o si no es posible, una fuente
   que suba y baje.
Una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.

Cuando la mujer me vio no pude interpretar su gesto.
Su belleza y su bochorno se mezclaban, y ninguno de
   los dos ganaba la batalla.  
Ella sonrió y yo sonreí. ¿Tiene algún sentido?
Todos necesitamos un trabajo.

Sí, una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.
Pero antes debemos mirarla ahí abajo mientras atiende su trabajo,
     lo que es en sí aburrido.
Con un trapo azul está lavando la parte superior de los ceniceros del aeropuerto, que son tan
grandes como las tapas de los basureros.
Su pequeña mano voltea el metal, tallando y levantando.
No trabaja con lentitud, tampoco con rapidez, pero como un río.
Su cabello oscuro es como el ala de un pájaro.

No dudo ni un instante que ella ame su vida.
Y quiero que se levante de entre la costra y el agua sucia
   y vuele hacia el río.
Esto probablemente no ocurra.
Pero quizá sí.
Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo apreciaría?

Claro que no lo es.
Tampoco me refiero a algo milagroso, es sólo
la luz que emana de la vida. Me refiero
a la forma en que ella dobla y desdobla el trapo azul,
a la forma en que sonrió para mí; me refiero
a la forma en que este poema está lleno de árboles y pájaros. 

Versiones del inglés de Gabriela Cantú Westendarp

University Hospital, Boston
The trees on the hospital lawn / are lush and thriving. They too / are getting the best of care, / like you, and the anonymous many, / in the clean rooms high above this city, / where day and night the doctors keep / arriving, where intricate machines / chart with cool devotion / the murmur of the blood, / the slow patching-up of bone, / the despair of the mind. // When I come to visit and we walk out / into the light of a summer day, / we seat under the trees— / buckeyes, a sycamore and one / black walnut brooding / high over a hedge of lilacs / as old as the red-brick building / behind them, the original / hospital built before the Civil War. / We sit on the lawn together, holding hands / while you tell me: you are better. // How many young men, I wonder, / came here, wheeled on cots off the slow trains / from the red and hideous battlefields / to lie all summer in the small and stuffy chambers / while doctors did what they could, longing / for tools still unimagined, medicines still unfound, / wisdoms still ungreased at, and how many died / staring at the leaves of the trees, blind / to the terrible effort around them to keep them alive? / I look into your eyes // which are sometimes green and sometimes gray, / and sometimes full of humor, but often not, / and tell myself, you are better, / because my life without you would be / a place of parched and broken trees. / Later, walking the corridors down to the street, / I turn and step inside an empty room. / Yesterday someone was here with a gasping face. / Now the bed is made all new, / the machines have been rolled away. The silence / continues, deep and neutral, / as I stand there, loving you.

Singapore

In Singapore, in the airport, / a darkness was ripped from my eyes. / In the woman restroom, one compartment stood open. / A woman knelt there, washing something / in the white bowl. // Disgust argued in my stomach / and I felt, in my pocket, for my ticket. // A poem should always have birds in it. / Kingfishers, say, with their bold eyes and gaudy wings. / Rivers are pleasant, and of course trees. / A waterfall, or if that is not possible, a fountain / rising and falling. / A person wants to stand in a happy place, in a poem. // When the woman turned I could not answer her face. / Her beauty and her embarrassment struggled together, and / neither could win. / She smiled and smiled. What kind of nonsense is this? / Everybody needs a job. / Yes, a person wants to stand in a happy place, in a poem. / But first we must watch her as she stares down at her labor, / which is dull enough. / She is washing the tops of the airport ashtrays, as big as / hubcaps, with a blue rag. / Her small hands turn the metal, scrubbing and rinsing. / She does not work slowly, nor quickly, but like a river. / Her dark hair is like the wing of a bird. // I don´t doubt for a moment that she loves her life. / And I want her to rise up from the crust and the slop / and fly down to the river. / This probably won´t happen. / But maybe it will. / If the world were only pain and logic, who would want it? // Of course it isn’t. / Neither do I mean anything miraculous, but only / the light that can shine out of a life. I mean / the way she unfolded and refolded the blue cloth, / the way her smile was only for my sake; I mean / the way this poem is filled with trees, and birds.

 

 

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