Poemas

Kenia Cano

(Ciudad de México, 1972). Autora de Diario de poemas incómodos (Universidad Autónoma de Querétaro, 2017). Este texto forma parte de su libro Austria no tiene salida al mar, de próxima aparición.

Dulces a los pies del Pacífico

                               1

Tu primera madre regresa en cenizas al mar
con el que ahora lavas tus pies.
Tu segunda madre con un dolor en la rodilla
escribe un poema desde un altar pequeño.
Tu tercera y única 
           explora todo el silencio que aquí se lee.
El poema tal vez dice algo así:
Dulces para el recién nacido
y borregos de juguete,
un billete de veinte pesos en su cuna,
ofrenda de piloncillo y maíz,
un vaso de albahaca para el niño.
                —Que beba del olor que abre el entrecejo.
Sonrisa que asoma su primer diente.
El primer hijo con su traje azul de franela mira la bóveda estrellada
como si el calor no ardiera y las doce del día no importaran.
Otro escarba un agujero frente al mar.
Su espalda constelada no arde e importa con su quieta tarea.

El poema tal vez continúa así:

Un rifle de juguete amarillo circundado por hormigas,
caramelos para el pequeño dios,
dulces de limón y naranja,
nombres de estrellas no conocidas,
sabores que sólo trae el último día del año.

La madre de puntitas sobre el obstáculo sonríe.

Otra mira uno de los letreros que abandonan los políticos y lee:
            Firmeza y honestidad.
La única se manifiesta y dice:
                Entrega el silencio y no la intromisión.
                Híncate sobre el tallo elevado de las palmeras.
                Ningún mar azota en esta casa reverencial.
                El sol nunca arde en vano.

                                                               2

En dísticos se canta a la madre
desde los almendros que su voz parió.

En verdades de dos en dos
la madre envuelve el cuerpo del hijo.

En el silbido insistente de la gaita
se honra la partida precoz.

Música del mar primigenio.  

Embates que desde tierras europeas
acaban con un silbido en costa mexicana.          

A costa de qué reparte la madre hijos
mientras trabajan industriosas las hormigas.

Una obra que aún no se escribe,
conchas que no han sido incrustadas en el altar. 

             Firmeza y honestidad, reza el frágil cartel.

                               3

Fragmentos de arena en la espalda del niño huérfano.
Piquetes de insectos celosos.
Tu debilidad envuelta en un caramelo y tu dureza.
Las veces en que tus tercos ojos no ven
y tus oídos no escuchan.
                En el atolondrado caminar de las hormigas, escúchame.
                Hormigas sin rodillas, llenas de devoción,
                en su labor rodean los caramelos del pequeño.
                Cálculos alrededor de las estrellas.
                Fórmulas que sólo sus ojos leen sobre la arena.

Maleta cósmica

Transportas todo en tu pequeña maleta.
La portada por ángeles.
El ángel de la incertidumbre y el de la confianza súbita.

Dejas zapatos, calzones y un dragón con boca aguerrida.
(Un alarido que sólo se dio en el juego).

Vas con la maleta vacía para despedir la casa de los abuelos
y la regresas llena de preguntas,
de historias a punto de aparecer.

Estábamos en una tierra aún sin nombre.
La sala aún no era cuarto,
el cuarto no tenía paredes,
las paredes silenciosas sin tus trabajos del colegio.

Y luego:                               ¡Un cartel con tortugas!

La lentitud con la que todo se iría acomodando.
Un ropero rojo, tu cama de barco, un tlacuache al que nombraste Sam.

Letras en la puerta de tu habitación:

Toc toc
Estamos aquí     en fila
Objetos, 
             olivos para la nueva cama
                      ostras para abrir los sueño
                                  oleaje azul.
Mudanza de tus primeras piyamas consteladas.
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