Luego bajé las dos maletas despacio por la escalera y salí a la calle.
Juntas pesaban tanto como un hombre.
Paul Auster, La trilogía de Nueva York
tus manos me deshacen
entre líneas
insomnes
me susurran
secretos
me conocen y me afirman
vienen van
entre lágrimas robadas
y yo callo
me arrimo a tu paréntesis
me agarro al clavo ardiendo de tu carne
rescatada
me inclino ante lo oscuro
me aferro al súcubo admirable
al ángel
que socorre la tierra derramada
al inmenso dolor reconfortante
de atravesarte a ciegas
inconsciente
trascendido de ciencia y alegría
solo instante
capaz de penetrar
noche
vacío
espera
dotarlos de humildad y contención
porque esta es la poesía expresa nada
y este el alto silencio de tu cuerpo
sueño
y siempre es tu cuerpo
el que mis alas rompen
y gimes a mi lado
como una catedral de teca indómita
recinto consagrado
fuente lúbrica
si despierto arderá tu roce de algas
ese dédalo oscuro
que amuralla y condensa
dos mundos frente a frente labio a labio
cuerpo a cuerpo
dos orbes que se observan
dos planetas en celo
y su catástrofe
despierta y asumida
deseada
(teoría y práctica del desasosiego)
no importa que sonría
he perdido la luz
llevo sobre los hombros
un ángel que mastica su caída
si al menos derrotado
pero no
suspensa la mirada mansa del leopardo
no he sufrido el desgarro de la piedra
ni la persecución del fuego
ni el desahucio
errante es el dolor del que habla solo
pero no vagabundo ni fugaz
permanente el delirio el hierro anclado
periplo circular silencio absorto
parece que dijera que parece
(dijera que perece y pereciera)
Ulises se detuvo a decidir
si Circe o bien Calipso
ni un momento
dudó
dio media vuelta
y se arrojó
por la borda al encuentro de la más
dulce muerte entre dientes de sirena
Penélope yacía desatada
hace días en brazos del aedo
que eternizó su nombre y sus destrezas
ejemplo de mujer fiel a sí misma