Poemas

Jesús de la Garza

(Montemorelos, México, 1994). Autor del libro de poesía Óxido silvestre (Cuadrivio, 2019).

Carta abierta a Pedro Almodóvar

Querido Pedro:
la película favorita de mi mamá
es Mujeres al borde de un ataque de nervios.
A mí también me gusta mucho, pero prefiero
Tacones lejanos, porque ahí está
la chica Almodóvar que más admiro:
Miguel Bosé. Oronda. Radiante toda ella,
dueña, con teta postiza, pelucón, y hermosos
y brillantes pendientes.

Un hombre al que quise mucho
interpretaba el monólogo de La Agrado,
no te miento, letra por letra. 
Así lo imaginaba yo también
a él, a mi muy querido,
con un telón rojo de fondo,
una nariz operada,
y el orgullo de vivir
como una mujer auténtica.

Tú dices que el rojo
es el color de lo exagerado, lo extremo,
la muerte, la pasión, el fuego, el deseo.
También, Pedro, el rojo es el color
del sueño de un pájaro carpintero
que taladra sin parar
el recuerdo de mi amante.

Uno de mis amigos escribe
una novela, y su argumento me recuerda
bastante a La piel que habito.
Algo hay ahí, en los contrastes,
de los grandes pintores barrocos.
Si Caravaggio hubiera sido un cineasta,
quizá te hubiera envidiado, o quizá
tú lo hubieras envidiado a él. ¿De qué se
hubieran tratado las películas de Rubens?

Imagina que existe un nuevo color:
Rojo Almodóvar. Amado, admirado rojo.
¿Has soñado en rojo, Pedro?
Yo no.
Aunque lo adoro en tus películas,
el rojo me inquieta mucho. Incluso me llega
a doler la cabeza
después de verlo. 



Cosas que serían más bellas si fuesen de color azul pero que de momento no lo son ni pretenden 
serlo pronto

Las paredes de mi cuarto. Las albercas del
balneario municipal. Las plantas del jardín
abandonado de mi abuela. Los perros que duermen
afuera de las cantinas.

La sangre de José José. El trago de
José José. El traje de José José en su último
concierto. La nariz de José José después
de un pase de cocaína. Mi abuela
mientras escucha «El triste»
en el último concierto. 

El cabello de los policías, un poco como
el jefe Gorgory. También el cabello
de los niños miopes con padres
divorciados y un empleo
en la fábrica de galletas.

La pantalla vacía de
la televisión, aunque creo
que algunas televisiones
todavía muestran el azul.

El radio de transistores
de mi abuelo. Las canciones
de Los Cadetes de Linares en
ese mismo radio.

La cama en la que
nos echábamos mi papá y yo a ver
la miseria de una familia
amarilla. Es justo decir que
los pantalones de Homero
son perfectamente azules.

Y por último, los pollitos
que venden afuera del
Mercado Juárez.
Los pollitos que dicen:
	pío, pío, pío.
Cuando tienen
hambre, cuando tienen
frío. 



Yo era la chica de los plumones

Todas íbamos a ser reinas,

de cuatro reinos sobre el mar.

Gabriela Mistral

A mí me gustaba
hacer títulos coloridos.
Variar las tipografías.
Personalizar mis apuntes
para que las maestras dijeran:
Dios mío, cuánta jotería.
Pobrecito niño, tiene la manita rota,
se le hace agua la canoa,
se come el arroz con popote,
pero qué bonito se ve
el margen de color morado.

Y esa era mi marca:
la jota de los plumones,
la jota de los prismacolor
siempre con punta,
la jota que sabía
hundir bien el color de palo,
sombrear las figuras
en la clase de geometría.

Ahora reviso los apuntes de mis alumnas,
y siento una auténtica envidia.

Sus títulos son más hermosos que los míos.
Sus márgenes no están chuecos
como patitas de Bambi, sus márgenes
parecen rascacielos de colores
sus ilustraciones deberían
ir a algún museo del arte infantil.

Conjunción del azar y el deseo:
la maestra ha derramado el café
sobre los apuntes del día.
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