Palo de Brasil
Siete años la planta al lado
de la ventana: alborozo en silencio y más bien sordo
de hojas verdes,
desmelenadas, con una línea
cada una amarilla
cruzándolas en medio,
y sin ningún olor,
sobre todo sin ningún olor;
tenía que haberme llamado la atención
ya entonces el contraste
con su apellido fragante, en el que aroma ya la Dracaena
fragrans, pero ni siquiera
me detuve a pensarlo;
y un día, lo inesperado;
tres brotes simultáneos
nacidos de la prolongación del centro mismo de las ramas,
me descubren de pronto tres guirnaldas
de cuatro o cinco pares
de flores cada una, antes de una semana
escandalosamente
aromadas.
Parada en Ocuituco
No pensaba parar
en Ocuituco, en el templo agustino
y su convento,
aunque esta vez no viera
la famosa fuente de cinco siglos;
y ahora, solamente unos minutos
más tarde, me alegro
de haberlo hecho:
en el patio del claustro,
a la vista de un cielo azul
con cirros
desflecados y largos
en el que brilla un sol
todo menos de invierno,
sin razón aparente
un instante me siento
complacido y sereno;
las paredes
del claustro deslavadas, gruesos los muros
con sus arcos
de medio punto,
y en el centro del patio
aquella fuente de quinientos años,
sin agua, con tres pares
de leones de piedra,
y ese eco
concéntrico de nada
del silencio perfecto
que asciende
por los muros y los contrafuertes del patio,
extendiéndose luego por la bóveda
de cañón corrido
de los pasillos
del claustro bajo, todavía
con rastros de su pintura de su siglo;
un silencio perfecto,
quiero decir, en cuya superficie
me reconozco,
y a cuya hondura
bajo a beber para sentirme,
súbita, extrañamente complacido,
sereno,
pleno.