(Lima, 1981). En 2016 publicó el poemario Pasos silenciosos entre flores de fuji (Paracaídas Editores).
Playa de Arica Hay cosas que atañen a los dioses como la inmortalidad, el agua, la probidad del espíritu y el cosmos. Otros son asuntos humanos, como el cuerpo. Entonces, tomo aliento antes de decir nada sobre tus cabellos, tu respiración o tus dedos sepultados en la arena. Así, derrotada por un sol líquido, duermes, y nada te vulnera. Ningún secreto se devela en este ejercicio ciego. Pero ante tan poco, divinamente, inevitablemente, salta el poema. 1997 Un pequeño foso en los arenales de Villa El Salvador. El médico forense mide con los ojos el paisaje; ya no excava, sólo apunta con el índice lo que debajo de nosotros se vuelve imperecedero. Se acordona el área pero a poca distancia un grupo de arqueólogos es desalojado por la policía. El forense le pide a su practicante que escriba: «todo en el Perú son cadáveres por descubrir, la misma metáfora desenterrada». El oficial a cargo del levantamiento nos manda a callar con una mueca ridícula: el testimonio de un mototaxista —que casualmente pasaba por ahí— es más importante que los huesos calcinados, todavía humeantes. El practicante vuelve a anotar: «dos pernos en la tibia izquierda de una fractura reciente». Una ligera brisa hace temblar las bolsas de hule. El fiscal firma el acta y se cargan los restos en una camioneta. El forense ve por última vez el horizonte y se pregunta cuándo perdió valor la poesía. No hay nada más que agregar, nada más que agregar.