Aunque ella era una ambalavasi (1), Anitha Das se había acostumbrado a comer pescado sin considerarlo algo impuro. Sin embargo, el olor del mar que penetraba por sus fosas nasales mientras acercaba el curri de sardina o el mero frito a su boca era intolerable. Sentía que todo el mar arábigo entraba al comedor y ella estaba sentada en soledad ante él. Le parecía que las incontables creaturas del océano reptaban por su cuerpo, sofocándola. Cuando el sabor salado, el olor de las algas y la pegajosa grasa saturaban sus sentidos, la turbulencia de todos los mares aparecía en su estómago. Entonces se sentía nerviosa y fatigada. No era ninguna alergia al pescado, sino una especie de miedo a mundos desconocidos lo que hacía que la muchacha varasyar (2) vomitara el curri de sardina y los pedazos de mero frito en el lavamanos.
—Si el olor del mar es el problema, ¿cómo pudiste entrar al mar en Kovalam las últimas vacaciones? Hasta te negabas a salir, ¿no tuve que ir a sacarte a la orilla por la fuerza? —le preguntó Firoz Babu, quien era su vecino, íntimo amigo y compañero en la Facultad de Ingeniería de Thrissur.
Lo que decía era cierto. No nada más en Kovalam, sino también Kanyakumari y Marina Beach. El olor del mar no era un problema para Anitha mientras nadaba con sus amigos y se divertía.
—Cuando como pescado, tengo que enfrentarme sola al mar. Ésa debe de ser la razón por la que me cuesta tanto trabajo —le contestó.
—Si es así, no lo hagas sola, come cuando estés a mi lado. Te voy a enseñar a retirar las espinas para comer el pescado sin mayor dificultad —dijo Firoz Babu con voz autoritaria.
Desde entonces, Firoz Babu y Anitha Das comenzaron a almorzar juntos en el comedor universitario. Los dos iban a la caja y compraban las fichas de un plato de curri de pescado y otro de mero frito cada uno.
Cuando ya estaban servidos el arroz y el curri, Firoz movía los platos, dejando de su lado la comida no vegetariana de Anitha. Entonces ella mezclaba el arroz con sambar (3) y Firoz mezclaba su arroz con curri de pescado y cada uno comenzaba a comer de su propio plato. A mitad del almuerzo, él le contaba todos los chistes que había aprendido, no sólo en la facultad y las películas, sino en otros lugares también. Cuando estaba absorta en los chistes y se reía fuertemente, olvidándose de todo, Firoz Babu pasaba el curri de pescado y los pedazos de mero a su plato, y ella ingería esa comida espantosa junto con el arroz. Algunas veces, cuando su jocosa plática se volvía fascinante, él incluso ponía su propio bocado de arroz con pescado en la boca de Anitha.
Las noticias de que un chico mapila (4) enseñaba a una muchacha varasyar a comer pescado se esparció rápidamente en la universidad. Como Firoz era un joven devoto y con buenos modales, y nunca los habían visto abrazándose en alguna esquina del campus como las otras parejas de enamorados lo hacían inmediatamente después de comenzar el noviazgo, todos veían su relación con algo de curiosidad. Hasta los profesores y otros trabajadores los observaban almorzar juntos. No obstante, era una pena que después de mes y medio de hacer el «programa de combinar los platos», Firoz Babu sólo pudiera hacer que ella comiera diez gramos de pescado.
Lo que obligó a Anitha a acostumbrarse a comer pescado fue un problema social y fisiológicamente importante. Empezó a estornudar frecuentemente y a sufrir de escurrimiento nasal; asimismo le brotaron erupciones de sarpullido en la piel, por lo que la llevaron al doctor. Después de un examen detallado, el médico encontró la presencia de químicos nocivos como forato, quinalfose, karate y endosulfán en su cuerpo, lo que había afectado sus funciones físicas y causaba los síntomas.
Pero ¿cómo podían haber entrado semejantes sustancias en el cuerpo de una estudiante de ingeniería, especialmente siendo una chica de Paderi variyam? (5)
Por esas fechas, el diario Mathrubhumi publicó un reportaje respecto a varios pesticidas encontrados en vegetales de venta en Kerala, como coles, calabazas agrias y coliflores. Como Anitha Das solía comer gobi manchurian y thoran de col dos o tres veces al día, se había descubierto el misterio de estos químicos en su cuerpo. Después les explicaron que los pesticidas afectan muy poco la salud de la gente común, debido a su mejor sistema inmune; no obstante, en personas muy sensibles los síntomas de los males que causaban aparecían rápidamente.
—Para que los niveles de I. G. E. en la sangre bajen, mejor acostúmbrate a comer pescado paulatinamente. Es muy difícil conseguir verduras orgánicas en Thrissur —le recomendó el alergólogo a su lista y bella paciente después de recetarle dos medicamentos antialergias y tres ungüentos. El extraño tratamiento, que jamás se hubiera imaginado, y el rostro alegre del doctor la hicieron reír.
El médico había dicho la verdad: era muy complicado conseguir vegetales libres de toxinas en lugares como Thrissur. Sólo tenían acceso a las mercancías contaminadas que llegaban de Tamil Nadu y Karnataka. A pesar de que le preparaban comida especial usando col y coliflor traídas de la tienda orgánica de Kalavara, tanto en el comedor universitario como en casa, sus niveles de I. G. E. en la sangre no habían cambiado. Bajo estas circunstancias fue que tuvo la conversación con su compañero Firoz Babu, quien además se había vuelto su vecino al rentar uno de los anexos a Paderi variyam. Cuando él le dio la misma opinión que el médico, ella le pidió ayuda para afrontar una tarea casi imposible de cumplir sola.
Anitha Das tenía veinte años y vivía con su tía en la noble Paderi variyam de su infancia. No porque sus padres hubieran muerto, sino porque, cuando Anitha tenía cuatro años, la hermana menor y única de su padre, Malathy Varasyar, perdió a su esposo. La mujer había pasado por mucha tensión y estrés mientras veía a su marido retorciéndose por un dolor en el pecho, así como por un aborto espontáneo.
Inmediatamente después de la ceremonia del palakuli (6), Malathy Varasyar hizo saber su decisión de regalar todas las propiedades que tenía con su esposo a la hija mayor de su hermano, Anitha, y de llevar una vida ascética en el tempo de Sarada Mutt. No obstante, los bondadosos consejos que le dieron otros miembros de su familia durante la noche la hicieron cambiar de decisión y aceptó vivir en Paderi variyam con una condición: que debían dejarle a la pequeña Anitha como hija adoptiva.
Fue entonces que la vida de esa pequeña niña dio un giro inesperado y comenzó a vivir con su tía. Tuvo una vida sin complicaciones… Rentaban un taxi con tarifa mensual que la llevaba de la casa al colegio de monjas, para el beneplácito y la comodidad de la pequeña de Singapur… La tía era exageradamente celosa de darle a su hija adoptiva todo lo que quisiera… Anitha tenía consideraciones especiales de las hermanas en la escuela, al ser una niña que no vivía en su tierra natal lejos de sus padres y su hermana menor, que estaban en Singapur… Tenía malos hábitos, como su asco por ciertas comidas, y se le olvidaba hacer las tareas debido al exceso de indulgencia en casa y por no recibir castigos corporales en el colegio. Viajes en avión a Singapur cada temporada de vacaciones para ver a sus padres… Viajes de placer con ellos a países como Malasia, Indonesia y Hong Kong… Las travesuras, rebeldía y protestas contra su tía durante el bachillerato y la facultad… Las reacciones tranquilas y conciliadoras de la tía… Reconciliación entre las dos que acabó en besos y abrazos… La aparición de síntomas alérgicos como estornudar, problemas respiratorios e inflamación en la piel de Anithakkutty. No había sufrido de ninguna enfermedad desde entonces, salvo por pequeños dolores de cabeza durante sus periodos… La ansiedad, el miedo y el insomnio que sufría la tía como resultado de permanecer velando el extraño mal de su querida hija… La valentía de Anitha al continuar comiendo pescado después de descubrir que eran las sustancias tóxicas en las verduras lo que le causaba problemas, aunque perteneciera a una familia estrictamente vegetariana.
Cuando el alergólogo le dijo que comer sólo unos cuantos bocados de pescado no era sustituto suficiente para los vegetales a los que había renunciado, Anitha decidió intensificar su entrenamiento consumiendo comida no vegetariana. En lugar de comer unos cuantos bocaditos de pescado de su plato, decidió consumir el total de lo que se les servía a ambos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, además de los chistes de Firoz, había algo que le transmitían sus dedos que ayudaba a que pudiera tolerar mejor el pescado. Sí, era el sabor a aceite que provenía de su piel clara, la calidez agradable de los dedos del joven mapila y la fragancia que desprendía su cuerpo. A partir de ahí, su «práctica no-vegetariana» en el comedor cambió, de ser un par de travesuras ocasionales de Firoz Babu en las que ponía pescado en la boca, de ella a ser una práctica cotidiana. Un día le pareció a ella que los labios de Firoz tenían más «química» que sus dedos. Anitha acercó el rostro a su delicado bigote, oliendo el trozo de pescado entre sus labios, y lo besó en un impulso inesperado. Entre la escandalosa risa que siguió al acto, ella logró extraer el pedazo de caballa frita de su boca.
Desde ese día, sus almuerzos juntos se daban de tal manera que era difícil saber si estaban comiendo pescado o besándose. Firoz Babu, rebosando de energía, y la sonrosada Anitha Das solían llegar al comedor antes de que los platillos estuvieran listos, compraban las fichas y se acomodaban en una esquina escondida del comedor. Anitha Das llegó a consumir algunos días hasta dos curris picantes de pescado y tres caballas fritas.
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Firoz Babu se encontraba aún sentado en el tapete de oración después de rezar el subahi namaaz (7). Podía sentir la fresca brisa matutina entrando en la casa. La rítmica recitación del thakbeer (8) se escuchaba desde la mezquita cercana. Era el día de Eid al-Fitr. Toda la atmósfera cambió con tanta piedad que su mente se puso alerta. De repente, las profundas implicaciones de lo que había estado haciendo con Anitha Das en el comedor universitario golpearon su alma. A continuación comenzó a andar de un lado al otro sobre el frío piso de mármol, entre el tapete de oración y la pared. Bebió agua de la jarra, fue al baño, orinó, limpió su pene y volvió. Vació la jarra nuevamente en su boca, regresó al baño una vez más a revisar si la punta de su pene estaba limpia. Posando su cabeza en las manos y frunciendo el ceño pensó por largo rato. Entonces golpeó ligeramente su pecho con la mano izquierda, hizo abluciones y repitió el namaaz.
Al día siguiente, inmediatamente después de llegar a la universidad, llamó a Anitha para ir a la biblioteca y hablarle en una voz extremadamente grave del mal que habían estado haciendo, por supuesto en un mar de llanto y gestos enérgicos.
Al escuchar estas palabras, Anitha Das se puso pálida como una figura de cera y comenzó a sollozar. Aunque trató de argumentar, sus palabras no surtían efecto ante las de él, duras cual vigas de metal. Al final se alejaron como barcos que levan anclas en el océano turbulento, borrascoso y oscuro. Las fichas que el dependiente había apartado para Firoz y Anitha revolotearon bajo el ventilador aquella tarde. Algunos granujas comieron sus platos sentados en la esquina que los antiguos amantes habían dejado vacía. Mientras estaban sentados, uno preguntó:
—¿Por qué nuestros tortolitos no se aparecieron hoy?
Los huesos y espinas de pescado se amontonaban en la mesa durante el almuerzo, como símbolo de las obscenidades que salían de sus bocas.
Fue hasta ese momento, cuando Firoz y Anitha dejaron de comer juntos y comenzaron a andar como viajeros solitarios, que el escándalo se esparció por la universidad, todo en la forma de varias conjeturas: «Aunque Firoz es un hombre devoto, parece que la dejó embarazada…»; «El papá de Anitha, que vive en Singapur, debió de haber amenazado a Firoz enviando matones…»; «El padre de Firoz es empresario, de seguro tiene el plan de vender a su hijo por una dote grande».
Mientras los días pasaban, ambos se sentían hundidos en las sombras y estaban exhaustos. Aunque ella tenía ganas de tomar la mano del joven mapila y llevarlo al comedor en varias ocasiones, el rostro atormentado de él la disuadía. Ninguno respondió a las preguntas y los comentarios de los otros compañeros. Cuando ella dejó el pescado y volvió a comer gobi manchurian y calabaza agria de thoran, comenzó a sentirse sofocada y nuevamente tuvo irritaciones. Su tos y su apariencia desmejorada le rompían el corazón a Firoz Babu, y él sólo podía llorar en silencio.
Cuando Anitha estaba en casa, hacía como si nada hubiera pasado. Intentaba alejar las penas de su tía. No obstante, Malathy sabía que algo iba mal en la vida de su hija adoptiva. Le comentó por teléfono a su hermano en Singapur sobre el cambio que había tenido la chica.
—¿Qué pasa, hija? ¿Estás ocultándole algo a tu padre? ¿No hasta te di permiso de comer pescado en secreto? —le preguntó su padre, quien orientaba la administración de templos hindúes en Singapur.
Dos o tres semanas después de que «prefiriera un comportamiento pío», Firoz Babu fue citado a la oficina del F. I. M. por Abdul Shah. Un estudiante de informática llamado Sadique lo había presentado con él. En la oficina del F. I. M., Shah le dio una amistosa bienvenida a Firoz, lo invitó a sentarse justo frente a él y lo sermoneó por largo rato sobre la grandeza del amor. Sostuvo que el primer matrimonio del Profeta podría ser considerado un matrimonio por amor. Al final le dijo que podría ser un crimen de su parte rechazar a Anitha Das, y quizás iba a desaprovechar la oportunidad de cumplir su deber como musulmán.
Cuando los miembros del Bharatiya Vichar Manch se enteraron de que los activistas del F. I. M. estaban intentando intervenir en el problema de Firoz Babu y Anitha Das, se hicieron cargo de la protección de todas las chicas hinduistas. Después, la organización de estudiantes de izquierdas llevó a cabo un seminario sobre «La gran comunión entre estudiantes» en el complejo universitario. A los intelectuales invitados a hablar se les dieron viáticos muy robustos.
Los padres de Firoz Babu estaban angustiados porque los chismes contra su hijo y la chica de la familia Variyath habían llegado a sus oídos. Ellos sabían que Malathy Varasyar era una mujer ultra ortodoxa y muy estricta al seguir las tradiciones hinduistas. Había puesto láminas de fibra de vidrio sobre la barda perimetral para protegerse del olor a pescado que venía de la casa de los vecinos, aunque decía que era para evitar la molestia de los cuervos. Por ello suponían que la relación de Anitha con un chico musulmán sería imposible de aceptar para ella. Al mismo tiempo, había muchas señales que probaban el amor y la buena voluntad de esta santa mujer con sus vecinos musulmanes. No dudó en lo más mínimo en alquilar uno de los anexos de su casa a la familia de Firoz y otro a la de Abdulá Koya. Además, estaba de acuerdo en abrir las esquinas de la barda del recinto para que los inquilinos pudieran bajar sus muebles y pertenencias de los camiones. Aunque el olor a pescado le parecía asqueroso, ella detenía a los vendedores ambulantes cuando los encontraba caminando junto al camino para que así los vecinos pudieran comprar su pescado. Cuando se interrumpía el suministro del agua por parte de la municipalidad, ella les daba de su propia casa. El joven Firoz Babu, de veintiún años, tenía permiso de entrar al variyam cuando quisiera, incluso cuando una chica joven vivía ahí.
La idea de que la travesura de su hijo y Anithakkutty pudiera ser vista como un abuso de confianza por Malathy Varasyar le preocupaba al padre de Firoz. Pasaba los dedos por los callos oscuros resultado del namaaz y recitaba los hadiths del Profeta: «No es un creyente quien llena su estómago estando el vecino hambriento»; «Un vecino tiene el mayor derecho a reclamar la casa y la tierra de su vecino».
«No, no he hecho nada a mis vecinos que vaya en contra de las enseñanzas del Profeta», se dijo a sí mismo.
Cuando la oficina del F. I. M. llamó al padre de Firoz sugiriendo que debería unírseles para tratar el caso de su hijo con la chica hinduista, él estalló, derribando todas las barreras del autocontrol, no sólo contra el demonio al otro lado de la línea, sino contra su hijo, que estaba desanimado en casa.
Fue en ese momento, cuando todo el mundo sabía sobre la relación entre Firoz Babu y Anitha Das, menos Malathy Varasyar, que el padre de Anitha decidió hacer un viaje a casa desde Singapur. Su viaje a Kerala siempre era como el festival de pooram del templo de Uthralikkave, que comienza con la explosión de un barril-cohete… Antes que nada, una llamada telefónica a su hermana mayor con el dramático anuncio: «¡Papá viene a casa!», seguido del correr del dinero (recordando el aflujo de ofrendas de los devotos al templo) requerido para rentar cuartos en los hoteles en Chavakkad Beach, la Sreevalsam Guest House en Guruvayur y el Hotel Le Meridien en Kochi. Ella recibiría una carta preguntándole la lista de cosas que quería que le llevaran, como brazaletes, collares y cosméticos. Finalmente, su salida de la terminal internacional del aeropuerto Nedumbassery, como si viniera en la espalda de un elefante, a su izquierda la esposa y su hija, quien era adorada con todo tipo de ornamentos.
En esta ocasión, la respuesta de Anitha ante la noticia del viaje de su padre fue fría como la tierra empapada por una lluvia inoportuna.
Cuando su padre le preguntó: «¿Por qué estás de tan mal humor, Ani?», ella sólo le dijo: «¡Ven a casa, papá!, ¡ven!».
Durante esos días, la impaciencia y la esperanza cruzaban la mente de Anitha como relámpagos por las nubes. Para ese entonces, Firoz Babu se había dado por vencido ante su propia restricción y comenzó a acercase a ella hablando de cualquier cosa. Fueron vistos conversando por los rincones del comedor.
En esta ocasión, sólo venía el padre de Anitha desde Singapur, porque su madre debía dirigir la ceremonia de Gita Jnana Yajna (9) y la hermana estaba preparándose para los exámenes. Como había algunos problemas administrativos en los dos templos de Bhagavati bajo el fideicomiso de Paderi variyam, él decidió ir a los templos primero y, debido a que la tía Malathy debía hacer algunos arreglos para que pintaran la fachada, Anitha fue al aeropuerto para recibir a su padre y acompañarlo a los templos. Enviaron el equipaje a casa y fueron directo al templo Nallesweri, en Poonkunnam. Anitha había decidido no sacar su angustia de inmediato; sin embargo, cuando él le preguntó: «Escuché que tu alergia empeoró. ¿Abandonaste el tratamiento de pescado?», ella sintió que su mente se salía de control. Pero intentó esconder una tormenta interna riéndose fuertemente y mirando con sus ojos húmedos directo al sol. Su padre lo notó, pero no pudo desentrañar sus pensamientos, pues estaba preso del teléfono con muchas personas por los problemas relacionados con los templos. El templo de Nallesweri era manejado en conjunto por un comité y la familia del poojari (10). De hecho, ambas partes competían entre ellas por el desfalco de las finanzas del templo. El padre de Anitha ya estaba al tanto gracias a los locales que le habían informado; no obstante, fue hasta que observó todo personalmente que se dio cuenta de la gravedad de la situación. Los miembros del comité estaban vendiendo los árboles y la tierra de los terrenos del templo. El administrador había hurtado montones de dinero emitiendo falsas recetas a los devotos a cambio de sus ofrendas. El poojari pedía abiertamente a los fieles que le dieran dakshina (11) directamente a él en lugar de pagar en la oficina del templo. Diría poojas (12) recitando sólo la mitad de los mantras o sin recitar nada en absoluto. La pasta de sándalo y kalabham (13) elaborada para un día se usaba por cuatro días y la adulteraban con antibióticos.
El padre de Anitha organizó una reunión con todas las personas involucradas y les advirtió que serían denunciadas y el poojari despedido. Escucharon sus palabras coléricas con falsa humildad. Mas cuando vio lo ojos ardientes del poojari y se percató del lenguaje corporal del administrador, quien parecía gritarle en silencio: «Te voy a mostrar quién soy», el ingenuo variyar que venía de Singapur se dio cuenta de que no iba a poder arreglar nada. Al final le confió todo a Nalleswariamma y se postró en la entrada del templo. Después de un rato se levantó y sin siquiera quitarse el polvo salió del santuario, subió a su automóvil y condujo con Anitha al templo de Ambikapuram.
A pesar de que el padre de Anitha aprendió de su abuela el dicho malabar «La serpiente que yace en su hoyo es más venenosa que la que te ha mordido» cuando tenía ocho años, ya casi lo había olvidado. Pero en ese momento, a sus cincuenta y cuatro años, la frase estaba en su mente como una cobra que extiende su capucha. Descubrió que las autoridades del templo de Ambikapuram habían superado a los de Nalleswari en corrupción y dirigiendo falsas poojas. Lo más increíble, incluso, era que el poojari mayor era el responsable principal en el desvío de fondos del templo. Además, hacía brujería y hechizos a las mujeres para aquellos que se lo pedían. Si una mujer que había sido seducida con brujería quedaba embarazada, el poojari ayudaría a terminar con el embarazo. Hasta dejaba de lado sus deberes sagrados como preparar el nivedyam (14) si alguien se le acercaba para realizar semejantes rituales nefastos.
Cuando el padre de Anitha se dio cuenta del terrible estado en el que se encontraba el templo, pensó en salir caminando de ahí, dado que no era necesaria ninguna reunión o debate, y que los demandaría. Entonces, un hombre que vivía cerca del templo y estaba orgulloso de las tradiciones culturales de la India, se le acercó como mediador.
Comenzó citando mal la línea que empieza con «Sindooraruna…» en el Lalitha Sahasranamam (15). Entonces pasó su mano por los hilos del cordón de rudraksha que portaba en su cuello y espetó acusaciones contra el padre de Anitha, conteniendo una sonrisa. Luego le dio un valioso consejo: que gente de la misma comunidad, los hinduistas, no deberían luchar entre ellos por trivialidades, como dice Mahavishnu en el Markandeya Purana. Describió a los musulmanes como búfalos y a los cristianos como zorros. Tras tolerar esa conversación venenosa por un tiempo, el padre de Anitha se alejó del pórtico del templo y entró al santuario, golpeó su cabeza varias veces en el sopanam (16) de Ambikapurathmma y salió disparado del templo.
La distancia desde el templo de Ambikapuram a su variyam en Thrissur era de sesenta y cinco kilómetros. En el camino, la cajita de plástico con prasadam (17) que alguien le había dado a Anitha salió de su bolsa. Su padre miró la orilla teñida de azul con sospecha y le susurró:
—No. No te lo vayas a comer, hija.
En el momento en que articulaba estas palabras, la cara triste de Ambikapurathamma, quien había sido su salvadora, varadayini (diosa que bendice y regala sus favores) y mangalakarini (quien da paz y prosperidad), en su infancia, vino a su mente y comenzó a llorar, ignorando la presencia del conductor.
Cuando notó las inflamaciones alérgicas en la mano de su hija, comenzó a indagar a qué restaurante deberían ir a tomar el almuerzo. La col contiene quinalfos… la coliflor, karate… la calabaza agria y las hojas de curri tienen endusolfán…
Finalmente, le pidió al conductor parar frente al hotel Thalassery.
—Comerás pescado, hija.
Al escuchar esas palabras saliendo de la boca de su padre, Anitha hundió la cabeza en su pecho. A pesar de que su padre pasó la mayor parte del tiempo inmerso en sus pensamientos acerca del futuro de los dos templos familiares y consultando gente para buscar soluciones y medidas efectivas para protegerlos de los administradores corruptos, pudo darse tiempo suficiente para escuchar a su hija cuando ella le abrió su corazón. El dolor de Anitha llovió tormentosamente en los oídos de su padre.
Lo que ella le dijo, más los problemas de los templos, hicieron que el variyar que había vivido desde hace más de dos décadas y media en Singapur estuviera consciente de la misión a la que estaba predestinado. Respecto a los templos, implementaría medidas estrictas. En cuanto al futuro de su hija, decidió ser un testigo lejano de las decisiones que ella tomara y los planes que hiciera. Aunque trató de consolarse pensando que «son ideas igual de adorables», también una cultura adorable debía jugar su rol «en lugares donde la aflicción se comienza a propagar». Cada vez se sentía más nervioso.
Ambos templos serían entregados a un nuevo fideicomiso bajo el liderazgo de Brahmandattan Namboodiri, a quien el padre de Anitha tenía en muy alta estima, y Rama Pisharody, un experto en administración de templos. La reunión para tratar el asunto se celebró en Paderi variyam. Él había decretado que ninguno de los antiguos integrantes sería parte del nuevo fideicomiso; sin embargo, Rama Pisharody le pidió admitirlos aunque fuera como miembros ordinarios. El padre de Anitha hizo como si no hubiera escuchado las palabras de Pisharody. Cuando Pisharody repitió su petición con un matiz de despecho en su voz, el padre de Anitha fue al baño. No obstante, Pisharody volvió a sacar el tema y fue cuando el padre de Anitha aflojó los dientes y dijo:
—No, Pisharody. Algunas especies tienen bajas defensas. No sólo es la comida, sino asuntos como el culto están hoy día llenos de veneno. Habrás escuchado de la enfermedad de mi hija; pues yo tampoco puedo tolerar la cepa. En vista de que ustedes tienen una inmunidad más fuerte, podrán arreglar el asunto. Entonces…
El padre de Anitha salió rumbo al aeropuerto Nedumvasseri con su hermana Malathy Varasyar para tomar el avión a Singapur. Cuando pasaban por Mathimoola, la suv sedán entró en el terreno accidentado en lugar de ir derecho por la autopista nacional y se detuvo frente a una mezquita cercana y un salón comunitario. Malathy Varasyar esperó cabizbaja y con ojos llenos de lágrimas adentro del automóvil. El padre de Anitha descendió y caminó al salón. Al llegar a la puerta escuchó que alguien dirigía la khutba (18) desde el estrado. Sólo había cincuenta o sesenta personas en la asamblea. Pudo ver a Anithakutty sentada a la izquierda del estrado entre varias mujeres, vistiendo un sari y un muftha (19). Firoz Babu estaba sentado del lado derecho, con su ropa de boda y un pañuelo en su cabeza. Su padre y el khazi (20) también estaban sentados junto a él. El matrimonio entre Anitha y Firoz Babu estaba por celebrarse. El padre de Anitha la observó por un tiempo, pidiéndole en silencio que continuara con lo que había decidido. Después de unos segundos salió del salón, antes de que su hija o alguien más se diera cuenta. Al entrar al auto, sus ojos estaban llenos de lágrimas. En el momento en que cerró la puerta, el vehículo arrancó rumbo al aeropuerto como un traidor que huía con su vida entre las manos.
Traducción de Carlos Ponce Velasco, a partir de la traducción
del malabar al inglés de Aboobacker Kappad.
2 Femenino de variyar, un grupo dentro de los ambalavasi.
3 Un guiso de vegetales.
4 Un grupo especial de musulmanes malabar.
5 Paderi es el apellido de la familia, variyam es la casa de un variyar.
6 Baño que se toma para retirar la supuesta contaminación que causa la muerte de un pariente cercano.
7 Oración de la mañana.
8 Proclamación de la grandeza de Dios.
9 Programa de cantos gita.
10 El sacerdote del templo.
11 Tarifa por dirigir las poojas.
12 Rituales en honor a una deidad.
13 Pasta de sándalo con ingredientes aromáticos.
14 Comida preparada a una deidad hinduista como parte del culto.
15 Un texto sagrado de los hindúes tomado del Brahmanda Purana.
16 Escalones que llevan a la plataforma elevada sobre la cual se ha puesto al ídolo.
17 Restos de la ofrenda a la deidad.
18 Oración.
19 Velo que cubre el cabello.
20 Persona principal de la congregación de una mezquita.