Nacimos para recordarnos, para persistir

Guillermo Zapata

(Coatzacoalcos, Veracruz, 1965). Compositor. Desde febrero de 2012 su música es parte del acervo de la Fonoteca Nacional. Este capítulo pertenece al libro inédito Las claves armónicas del universo.

Know by heart.

Apprendre par cœur.

En el verbo recordar palpita la palabra corazón, viene del bajo latín recordare, que está compuesto por el prefijo re, «de nuevo», y cordare, de cor, cordis «corazón» y significa «ir de nuevo al corazón».

En portugués, la palabra que se utiliza al momento de abrir los ojos después de dormir es acordar, que significa «ponerse de acuerdo»; la palabra acordar está directamente ligada a la capacidad de recordar porque antiguamente la civilización latina sabía que, al igual que sucedía en la mente, en el corazón residían el pensamiento y el sentimiento. 

Los latinos no estaban equivocados: se ha comprobado que tenemos más de cuarenta mil neuronas en el corazón, además de neurotransmisores y células que soportan todo un sistema de comunicación que, a través del nervio vago, envía más mensajes que el propio cerebro; el corazón aprende, intuye, recuerda, participa de la asimilación de eso que llamamos realidad y toma decisiones de manera autónoma con respecto al cerebro; el corazón envía más información de la que recibe; incluso se ha comprobado mediante experimentos que es capaz de predecir el futuro por segundos. Pero, además, este centro, al producir la hormona anf está armonizándonos homeostáticamente, porque es esta hormona la que garantiza el equilibrio total de nuestro cuerpo. 

La información viaja codificada a través del campo electromagnético del corazón —este campo es el de mayor alcance de todos los órganos: no sólo afecta al cuerpo, sino que, al abarcar varios metros alrededor, incide en los seres que nos rodean—, que modifica sus frecuencias según los acontecimientos: el ritmo es su cifra, su código secreto.

El contacto amoroso suele comenzar con una mirada; la información transita por determinados puntos virtuosos que constituyen los principales ecualizadores entrópicos[1] del cuerpo: el corazón, la glándula pineal y el intestino. Tras el contacto amoroso, dichos puntos entran en sincronía, arropando este circuito con un incremento del flujo sanguíneo proveniente del motor —el primer testimonio de la palabra motor en latín aparece en el poema que Marco Valerio Marcial (siglo i) dedica a su cuidador de la infancia, Charidemo, llamándole motor cunarum mearum, «el que mecía mi cuna»; también le llama su «guardián», consciente de que es el corazón, que además posee su propia red eléctrica particular independiente del cerebro. 

Por mucho tiempo los seres humanos creímos que la información primero se procesaba en el cerebro y que su mensajera, la médula espinal, era la que distribuía las órdenes surgidas de él: ahora sabemos que existe un biocampo en donde está toda la información vibracional del cuerpo; que dicha información es invisible y que en primera instancia es sincronizada por el corazón; también sabemos que el intestino, con todo su microbioma, toma sus propias decisiones, moldeando la fisiología del propio cerebro —tal vez por eso el Quijote aconseja a Sancho: «Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago»—,[2] y que, además, tiene más neuronas que la espina dorsal. 

Más allá, científicos de la Universidad de Harvard han comprobado que hay organismos capaces de pensar, de tomar decisiones sin tener necesariamente un cerebro, e incluso sin tener alguna neurona, como es el caso del moho de limo Physarum polycephalum, que sólo tiene una célula; este organismo logra realizar tal prodigio al detectar señales mecánicas. Por su parte, investigadores de la Universidad de California en San Francisco encontraron que el organismo unicelular llamado Euplotes patella es capaz de realizar cálculos matemáticos para llevar a cabo su desplazamiento, es decir, que en su naturaleza existe alguna clase de computador mecánico: en la naturaleza está la mathema

Buda no le atribuyó una identidad a la mente: para él, eso que llamamos mente era una experiencia. Hume definió al ser humano de la siguiente manera: Un hombre es un conjunto o colección de diferentes percepciones que se suceden con una rapidez inconcebible y están en un flujo y movimiento perpetuos. Por su parte, Descartes aseguraba que sentir no era otra cosa que pensar. Estos planteamientos pueden encontrar consonancia en la «teoría de la conciencia cuántica», propuesta por el físico Roger Penrose y el anestesista Stuart Hameroff, y esto implica que, a nivel cuántico, partículas muy pequeñas están en acción dentro de las neuronas. Penrose y Hameroff aseguran que el patrón que da orden a los microtúbulos contenidos en las neuronas está estructurado de forma fractal, y que esta cualidad es la que provee el acceso a los procesos cuánticos: la conciencia sería el resultado de dicha actividad.[3]

Si el tratamiento de las percepciones, el tratamiento de la información, antes de llegar al cerebro primero se da en cada parte de nuestro cuerpo, y dicha información es armonizada por el corazón, entonces el inicio de ese proceso que llamamos conciencia se ubica justamente ahí, convirtiendo al corazón en una ventana del ser y del conocimiento: si la conciencia es un acuerdo entre partes, el papel que juega el cerebro es el de un incansable procesador. Dicho procesador no es invulnerable, puede ser atacado por el cuerpo: una muestra de esto es el caso de la periodista Susannah Calahan, quien sufrió la enfermedad autoinmune conocida como encefalitis anti-NMDAR.

Samá o Sema es la «audición espiritual», práctica que llevan a cabo los sufíes, una meditación en movimiento en la que el giro se lleva a cabo de derecha a izquierda,[4] específicamente hacia el corazón, en busca del momento en que el ser fue una conciencia con el Todo. Interocepción se llama a la capacidad de sentir y entender lo que nos sucede internamente; está demostrado que, como en el caso de los derviches, las personas que danzan tienen más desarrollada esta capacidad que el promedio. 

La ciencia todavía no se decide a dejar de llamar «inconscientes» a los procesos emocionales, a los procesos intuitivos, pero hay que hacerlo porque ahora sabemos que en los momentos de crisis la intuición y la emoción juegan un papel mucho más importante que lo que llamamos razonamiento y eso ha derivado en una mayor capacidad de supervivencia del ser humano. Tenemos que dejar de llamarle «inconciencia», porque el corazón sí sabe y el intestino también; otra cosa es que nuestro nivel de razonamiento no entienda lo que el corazón y el intestino, junto con la médula espinal y cada célula de nosotros, saben: en la época del Renacimiento, Leonardo da Vinci escribió en el Codice Trivulzianus: «Todo nuestro saber procede de lo que sentimos». 

¿Qué dice el poeta, el otro florentino, que va en busca de la iluminación con respecto a que el corazón tiene la capacidad de almacenar y al mismo tiempo procesar emociones? En los versos 19, 20 y 21 del Canto i del Infierno, cuando se dispone a sostener la guerra que implica la búsqueda dentro de sí mismo, Dante dice: 

Allor fu la paura un poco queta,        19

que nel lago del cor m’era durata     20

la notte ch’i’ passai con tanta pieta. 21

Entonces se quedó un poco quieto el miedo

que en el lago de mi corazón había permanecido

la noche que pasé con tanta angustia. 

Es claro que el miedo no se va, sino se queda un poco quieto, un poco callado en el corazón del poetael miedo permanece reunido en el lago del corazón, pero no sin moverse, porque esa información es parte del proceso que significa la actividad del órgano cardiaco que tiene que buscar una salida a esa emoción —el latín emotioemotionis viene del verbo emovere, «hacer mover», «realizar el movimiento»— y decirle al cuerpo, cerebro incluido: «Aquí hay un problema por resolver, hagámoslo, salgamos juntos del atolladero». 

¿Se puede preparar, entrenar al corazón? En El principito, mediante el diálogo entre el niño y el zorro, Antoine de Saint-Exupéry expone la necesidad de hacerlo: cuando el zorro le dice al Principito que no puede jugar con él porque no está domesticado, que antes de jugar deben domesticarse mutuamente, y el niño le pregunta qué significa «domesticar»: Responde el zorro que es algo demasiado olvidado, que «domesticar» significa «crear lazos». Crear lazos: ésa fue la intención del autor al utilizar el verbo apprivoiser, que ha sido traducido como «domesticar» pero que también, según el escritor Nuccio Ordine, significa «familiarizarse».  

El término incordio provino del bajo latín antecordium: un tumor fue surgiendo en la zona pectoral del caballo frente al corazón; conforme crecía el dolor, el tumor poco a poco fue impidiendo que el animal respirara hasta dejarlo inmovilizado; entonces el término antecordium trotó dolorosamente hacia «encordio», saltando al corazón del jinete, y así penetró en el ser humano convertido en «incordio», cuya raíz, ya instalada a sus anchas, contuvo las partículas in «adentro» y corcordis «corazón». 

En la vida diaria, cuando los seres humanos despojamos de sus principales funciones al corazón —una de ellas es el procesamiento de las emociones, porque literalmente éstas tienen la función de sacarnos de nuestro estado habitual—, cuando rompemos el acuerdo entre las partes, comienza a formarse nuestro incordio. 

El corazón es el único órgano que establece un acuerdo a muerte, es decir a vida, con nuestro ser al mismo tiempo que lo crea, porque es el primero de todos en funcionar apenas a los dieciséis días de la concepción, y es el último en dejar de hacerlo cuando morimos. Esto, entre otras cosas, significa que es el primer motor de la conciencia que se activa. Este acuerdo es armonioso, es decir, sus frecuencias cardiacas son estables y ordenadas, depende de nosotros y nuestra circunstancia que el acuerdo se rompa o no, que las ondas de dichas frecuencias cardiacas sean estables o caóticas durante el transcurso de nuestra vida. Esta asociación abre la posibilidad de mayores logros, como el de aumentar la capacidad de predicción e influencia armónica en el espacio-tiempo donde, según la Teoría de la Relatividad, se llevan a cabo todos los sucesos del universo. 

Al entrar a ciegas a la habitación de los recuerdos permitimos que éstos nos tomen prisioneros y nos conviertan en sus esclavos: «Aprovecha los recuerdos, pero no permitas que te utilicen», dice la medicina ayurveda.

La diferencia entre despertarse y recordarse está en que, al tener en mente la palabra despertar, nos disponemos a capturar nuestras percepciones y dirigirlas a través del cerebro, porque la palabra despertarestá compuesta del prefijo ex y de per y regere («dirigir, regir, poner derecho») que generaron el latín vulgar expertus, el cual dio el término despierto, y esta misma idea nos ha llevado a creer que la persona «experta» es una persona consciente de sí: noción que no es exacta, porque una persona experta puede estar despierta y al mismo tiempo no recordarse a sí misma. 

En cambio, si nos recordamos lo que estamos haciendo, es renovar el acuerdo absoluto establecido desde los primeros días de nuestra gestación, nos estamos poniendo en sintonía al abrir conscientemente el corazón, dejando entrar la luz por la ventana que nos lleva al intus, «interior», retomando así el acuerdo armónico con nuestro ser: el inicial microsegundo que reúne pasado, presente y futuro en nosotros: en uno está el recuerdo universal del primer acorde.

Cuando, en El principito, Antoine de Saint-Exupéry nos invita a crear lazos entre corazones, se adelanta y nos dice lo que la ciencia tiempo después comprobaría: el biocampo es la parte vibracional provista de información que no se ve: la sabiduría del zorro no deja ninguna duda al respecto: «sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos».

La comunicación de un acorde musical va directamente al corazón y después al cerebro; por eso el ser humano, por más que lo intente, no logrará jamás precisar qué cosa es la música y qué siente al percibirla. La historia nos dice que alguna vez, en Grecia, un hombre llamado Pitágoras de Samos, al hacer vibrar una cuerda y descubrir la armonía emanada de ésta, dio origen a la posibilidad vibratoria, a la posibilidad física de la palabra acorde, que significa «ir hacia el corazón». 

Y aunque el origen de la palabra cuerda es distinto a cordis, me gusta la idea de que a través del tiempo estos dos conceptos sigan vibrando juntos, como en la jerga marinera en que la acción de «recordar» llegó a significar «elevar la cuerda del ancla» para que el barco se dispusiera una vez más a surcar el mar. Así nosotros, al recordarnos, estaremos listos para avanzar un día más de manera consciente por el mar de la vida.


[1] Se define la entropía como la medida del caos, la magnitud de desorden en un sistema; sin embargo, la entropía es más parecida al concepto que tenemos de probabilidad.

[2] Después de ingerir alimentos en abundancia, la agudeza auditiva disminuye de manera importante.

[3] La biología cuántica ha confirmado que el efecto túnel, el espín y el quiral tienen que ver con la conexión entre neuronas.

[4] En el espacio no existe arriba ni abajo; sin embargo, desde nuestro punto de vista, la Tierra gira sobre su eje de derecha a izquierda y de igual manera orbita alrededor del Sol.

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