Si queremos tener un panorama de la música popular argentina, un buen vehículo puede ser Encuentro en el Estudio, la serie de televisión que, con un atractivo formato y una producción impecable, se ha vuelto un referente desde 2009. En cada emisión, el popular conductor Lalo Mir presenta a un artista importante en una charla sabrosa alternada con un concierto íntimo sonorizado por el experimentado ingeniero Jorge Portugués Da Silva. Si bien no he encontrado ningún programa con el impredecible Charly García ni con Andrés Calamaro, los hay con casi todo mundo, desde Teresa Parodi hasta Lisandro Aristimuño, pasando por Fito Páez, Susana Rinaldi, León Gieco, Divididos, Ataque 77, Bersuit o Vicentico, hasta otros menos conocidos como Fabiana Cantilo, Jaime Torres o Amelita Baltar. Muchos géneros, diversos estilos, orígenes diferentes, generaciones contrastantes y la constante de la riqueza musical. Sin duda un verdadero mapa con veredas, cruces de caminos y geografías escarpadas.
La nominación de Argentina como Invitado de Honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014 nos da la oportunidad de acercarnos también a esa rica tradición musical del país. Una tradición representada en Guadalajara con los homenajes a Aníbal Troilo, Mercedes Sosa, Spinetta o Cerati, con guiños a otros como Gardel, Piazzola o Yupanqui.
La música popular argentina ha tenido grandes exponentes de exportación que en ocasiones han sido verdaderos fenómenos más allá de las fronteras del país. Casos como el del recientemente fallecido Gustavo Cerati, o antes los de Charly García, León Gieco o Fito Páez, y más recientemente los de Kevin Johansen o Juana Molina. Pero también hay que decir que mucha de la música argentina ha sido consumida al interior del país con limitada exposición internacional. Si bien en los ochenta hubo un boom de bandas de rock con presencia foránea, muchas otras no han sonado tanto afuera.
Luego de investigar un poco y de conversar con amigos que están al tanto de lo que ocurre, me percato de que acaso se está dando un fenómeno de cierta «introspección» en la música argentina actual. Hay incluso quien me ha dicho con convicción que las mejores músicas del sur se están haciendo hoy mismo en Uruguay y no en Argentina, donde lo cierto es que mucha de la música proviene en estos días de diversas provincias y no solamente de la capital porteña, y es frecuente que las influencias vengan de raíces folclóricas aderezadas con todo aquello de lo que en estos días es posible abrevar.
No me parece casual que, para la creación del Ministerio de Cultura, el 7 de mayo de 2014, se haya pensado en una compositora y cantante de amplias raíces folclóricas como quien hoy ostenta el cargo, Teresa Parodi: una mujer que cantó en el quinteto de Astor Piazzolla, que luego emprendió una carrera solista de amplio reconocimiento en la música popular y que nunca negó el compromiso social implicado en el acto de cantar. Hoy tiene la posibilidad de ejercer otro tipo de compromiso, desde la trinchera de la administración pública.
Por supuesto que el rock aún sigue teniendo presencia y vigor y no son pocas las propuestas jóvenes que surgen: el grupo cordobés Paris Paris Musique; los bonaerenses de Superfluo; el grupo de tendencia indie llamado Él Mató a un Policía Motorizado; el proyecto neopsicodélico del hijo de Cerati, Benito, Zero Kill; el ruidoso Atrás Hay Truenos, proveniente de la provincia de Río Negro; los también cordobeses Eruca Sativa o la porteñaBanda de Turistas, con un sonido más bien pop. En todos ellos se perciben influencias diversas, tanto de los maestros del país como de la música anglosajona, y van caminando hacia su propia identidad —¿cuántos la conseguirán?. Aunque acaso sea Rayos Láser, trío también de Córdoba, con una propuesta de fino electro pop, el que más entusiasmo provocó entre quienes hice mis pesquisas: una joven promesa del rock argentino que ya ha recibido algunos reconocimientos externos.
Pero junto a esos sonidos plenamente rockeros que le deben tanto a los bien conocidos de ayer y de antier —Almendra, Serú Girán, Divididos, Los Cadillacs, Los Redonditos de Ricota, Los Rodríguez, Rata Blanca, Soda Stereo— conviven otras expresiones que acaso provengan de raíces profundas.
Hay nombres que causan especial admiración en ese sentido:
Chango Spaciuk, por ejemplo, acordeonista virtuoso originario de la provincia de Misiones, en el noreste del país, que basa sus composiciones en el género del chamamé, aunque también conviven en su música polkas y valses que no niegan las influencias de Europa del Este ni los antecedentes ucranianos del músico. Un artista que ha llevado por el mundo su acordeón y ha causado impacto en festivales de jazz como el de Montreal.
Por su parte, el Negro Carlos Aguirre, pianista, multinstrumentista, arreglista y compositor de formación académica pero raigambre popular, originario de Entre Ríos, no es precisamente un novato, pues desde hace 25 años compone una música profunda en la que hay ingredientes del jazz, la música clásica, el folclor, y los expresa lo mismo con canciones que con piezas instrumentales. Su nombre suele aparecer junto al de otros artistas muy respetados en la Argentina, como Juan Quintero, Juan Falú o Hugo Fattoruso, y en sus discos siempre hay una búsqueda que, aunque con frecuencia permite asomarse a zambas, chacareras y ritmos similares, siempre lleva por caminos impredecibles.
En una vertiente similar están el nativo de Santa Fe Jorge Fandermole, guitarrista y autor de canciones con quien el Negro Aguirre ha tenido intensas colaboraciones, y el dueto Orozco-Barrientos, que en clave folk recurre a géneros como el gato, la cueca y otros más.
A medio camino entre el folclor y muchas otras cosas podemos citar también al peculiar dueto femenino Perotá Chingó,integrado por dos chicas conocidas como Dolo y Maju, cuya variedad de influencias incluye la zamba, el candombe, el joropo, el reggae y mil músicas más lanzadas con aire desenfadado y divertido.
Una mención especial merece el compositor originario de la Patagonia —de la provincia de Río Negro, para más señas— Lisandro Aristimuño, quien a sus treinta y cinco años y con cinco discos a cuestas ha sido una especie de renovador de la música argentina. En su trabajo conviven el folclor con la electrónica, es posible encontrar percusiones diversas, cantos aborígenes, zapateos, guitarras eléctricas, violines, chelos y toda clase de recursos. Su disco de 2012 Mundo Anfibio es una colección asombrosa de influencias y hallazgos que ya se prefiguraban en sus producciones anteriores.
Otro lugar especial lo tiene sin duda la compositora Juana Molina, quien, estirando los límites y echando mano de recursos como una loop station —que le permite sobregrabarse en escena para crear capas y capas de sonido—, se ha ido ganando un sitio internacional que la ha llevado a compartir escenario con Feist o David Byrne, y a que uno de sus discos haya sido considerado por The New York Times como uno de los mejores del año. Juana fue actriz exitosa y un buen día lo dejó todo para concentrarse en lo que descubrió que era lo suyo: la música. Es autora de canciones extrañas, que hablan de asuntos muy cotidianos y simples en apariencia y poseedora de una voz aniñada que, sin embargo, casa perfectamente con el ambiente general de los arreglos. Eso sí, sus canciones no se parecen a otras, son únicas, y la experiencia de verla en escena, también puede serlo.
En otro territorio está el sexteto Scalandrum, del baterista Daniel Pipi Piazzolla, nieto de esa cumbre inalcanzable y legendaria llamada Astor. Este grupo se ha dado a la tarea de mezclar ingredientes de jazz con tintes de tango, folclor y texturas varias y con la visita frecuente a la música siempre inspiradora de Piazzolla.
Como siempre, cualquier lista o recuento se queda a medias. Ésta es apenas una mirada tímida a lo que ocurre en el extremo continental. Habrá que hurgar con más detenimiento y descubrir todo lo que, escondido o no, ofrece la rica tradición musical inagotable de la Argentina.