1. La cubeta de estrés
H. estaba en otro cubetazo de estrés, atrapado en su Triángulo de Las Bermudas personal lleno de la demencia de otros, migraña y cortinas (no pregunten). Acelerador-hasta-el-fondo-sin-límite-de-velocidad-Autobahn: a H. lo llenaba de placer estorbar al máximo al pasear en piloto automático a setenta y nueve kilómetros por hora, rodeado de pitidos de claxon y luces altas. Bochun. Duisburg. Essen. Las mejores treinta cosas que hacer en Essen, Alemania, en Trip Advisor. Ver las mil cuatrocientas setenta reseñas y fotos de Essen y demás atracciones turísticas en Trip Advisor. Encontrar qué hacer hoy, este fin de semana… toda la vida. H. pensó que en días como hoy probablemente debes ser canadiense para ser un verdadero c***; las que no se han ido, pues. Mutti llegó al manos-libres para preguntar si la cubeta de c*** estaba con él, su nombre para su esposa E.
—¡Mutti! —lo reprendió H—. Ya no tienes permitido decir ese tipo de cosas. Apenas puedes pensarlas.
Secretamente deseaba que se le hubiera ocurrido a él.
—¿Cómo está tu pequeña máquina de hacer bebés? ¿Hay acción? —preguntó Mutti.
«Edipo la tenía fácil», pensó H. Se mandó a sí mismo el recordatorio de contactar al Consejo Canadiense de Turistas para el nuevo eslogan: Totalmente c***. Totalmente canadiense. Lo que ellos llamaban de manera irritada «la palabra con C» se había hecho viral. H. llegó al estacionamiento subterráneo seguro para encontrar pintado con tinta indeleble en la ventana del conductor de su Kompressor: «Estacionamiento de c***». Lo cual era injusto, estaba perfectamente dentro del cuadro. A menos de que se refirieran a su persona. Su cuenta de Amazon ahora lo llamaba Estimado C***. Hasta parecía que había adquirido un algoritmo sobre c***. Si te gustó ése, te va a gustar éste. Cuando se conectó se encontró a sí mismo en un desastre de páginas de citas: Lorelei electrónica. No había deshonra ahora, excepto para los pedófilos. La gente ya ni siquiera se daba cuenta de cuando mentía, él incluido. Nadie hablaba en serio cuando decían «hola». Tampoco decían «adiós», sólo «cuídate», hasta cuando el negocio terminaba. ¿Cuidarse de qué?
*
Manejó sola por mucho, entraba en un trance y perdía todo sentido de dirección hasta que se encontraba millas después en un lugar que no reconocía.
Me quedo en los lugares más baratos, viajo eternamente sin propósito, a menos que sea para encontrarme reconociendo algún lugar en el que nunca he estado, con la esperanza de que él me reconozca a mí. Evito que me esperen mientas comemos. Me he convertido en un no-turistas, no-espectadores, evito espacios públicos, teatros y demás. No puedo recordar cuándo acabé un libro por última vez. No es que me disguste la idea de leer; cada vez es más difícil encontrar con quién discutirlo. Sólo miro deportes en vivo en la televisión e incluso ésos hacen lo mejor que pueden para persuadirte de que lo que estás viendo no está sucediendo.
Los grandes supermercados y centros comerciales eliminan los conflictos y apoyan la obediencia. En un ambiente tan controlado es casi imposible no conformarte.
¿Qué auto manejas ahora?
La llegada de gimnasios, restaurantes elegantes, agua mineralizada, la vestimenta formal, eso fue el Acta de Servicios Financieros, lo cual irregularizó el mercado de la demanda y abrió la ciudad a los americanos, japoneses y alemanes, quienes comenzaron la locura por el agua mineral y trotar a medio día. Antes de eso, los chicos de ciudad sólo se emborrachaban y comían. Pagar por sexo se convirtió en otra transacción bancaria. La prostitución fue tratada como una extensión de la industria del entretenimiento con la gente joven (y no tan joven) de la ciudad buscando nuevas maneras de desquitar sus grotescos salarios.
2. Las incompatibles ansiedades
H. y su esposa sufren ansiedades incompatibles. H. vive en un estado de re-decisión, lo cual significa que, cualquier decisión que tome, necesita volver a ella una y otra y otra vez con una diferente resolución. H. culpa al correo electrónico. Lo que todo mundo recibió como un medio de comunicación instantáneo ahora era un tedioso juego burocrático de pasar la bolita, marcado por la indecisión y andar salvando traseros. Ya nadie dice no, tampoco. La última vez que H. dijo la palabra con N observó cómo el pánico irrumpió en la junta. H. estaba tan enamorado del mundo moderno como lo estaba la persona de al lado, aunque algunas veces se encontraba a sí mismo rezando: «Que vuelva lo análogo». Podía recordar breves periodos de respiro, hace años, cuando no tenía «una preocupación en el mundo». O tal vez sólo era un programa que vio en la tv.
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¿Compartes mi disgusto por los correos que le ponen una tachuela a tu nombre al final de la primera oración?
Por los signos de admiración también, los cuales uso cínicamente para sacar de la regla los correos que ocasionalmente son interpretados como «fríos como el hielo» por la sensibilidad de los administrativos. ¿Alguna vez terminas tus correos con «que tengas un gran día»? Yo sí. Continuamente.
Uso promiscuamente los signos de admiración en el correo y mandaré besos a cualquiera pero nunca le he dicho a nadie que tenga un buen día.
3. La gran negativa (1)
Puertas de cabina a manual, pensó H., divagando sobre si era demasiado tarde para largarse de la vida. Deuda, adicción, crisis nerviosa, enfermedad, pornografía. Eran los fabulosos reinos del neo-paraje, alguna vez juguetones jardines del edén, ahora las Grandes Negativas. Había comido de la manzana, la fruta de todo el conocimiento, y la vio tomar forma de pera. El tic del iPhone, el cerebro conectado, el ebrio zigzagueo del caminante texteando. «Yo no soy misántropo», pensó H. Odiaba a los presentadores de tv, incluyendo a su hija, que encabezaba su propio show. H. era incapaz de ver más allá de la dentadura cosmética, más allá de una alucinatoria impresión del clima viral, cría de ganado y eugenesia. Detestaba a Mutti. Encontró sentimental a Houellebecq. Le disgustaron todas las amantes anteriores, Mercedes, vw, Volvo, Nissan, Kia y el resto. Alfa, alguna vez codiciable, era sólo un set más de Eurowheels. Adiós, Audi. Era bueno despertar de buen humor para variar.
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Trabajo para el Museo de Soledad, identifico y documento bares de chicos solitarios, pero debo añadir que no emplean a gente realmente solitaria.
Pago a directores de compañías líderes aumentó veintiocho por ciento mientras que los salarios semanales promedio, con un ajuste por inflación, cayeron por la mitad.
Te preguntas qué apareció primero, los supermercados gigantes o la gente xxl. Creemos que los xxl son producto de los otros, pero no podemos asegurar. Una teoría, nuevamente incomprobable, es que los xxl destruyeron al mundo comiéndoselo.
Desde mi punto de vista la historia es cíclica, tal vez sólo estemos del otro lado del ciclo. Me gustó tu historia sobre la mujer que tenía una aventura por correo electrónico con un hombre que no se daba cuenta de que era su esposa quien le respondía.
Las grandes negativas (2 & 3)
H. se vio a sí mismo terminando sus días en una pandilla en cadena al terminar el canal Somme-Yangtze. Cinco maneras de no conseguir una panza gorda. Disparo de concentración. El interior de lo que pasó por su cabeza reducido a un parpadeo cerebral, fallas eléctricas y cableado pobre, su reducida personalidad era un producto de conferencias y juntas, viñetas y millas de aire malo, remendadas por una combinación de Hugo Boss y Ralph Lauren Bacall. La vida moderna lo golpeó como algo eternamente fascinante y fundamentalmente estúpido. La regresión al infantilismo universal era una lógica conclusión para la iluminación. Como un niño en una carriola, H. permaneció eternamente entretenido por su propio aburrimiento. El mundo había alcanzado un estado tan bonito que el papel del baño ahora traía instrucciones de uso y los refugiados aparecían en Nike y Adidas.
H. sospechó que viajar, el lugar y el espacio, eran sólo un diorama y los arquitectos trabajaron en un plano abierto idéntico porque una vez dentro de otro vidrio Euroturret encontró lo mismo en todos lados. Los arquitectos habían retrocedido a ser esclavos de los conductos cableados, donde la industria de la construcción había avanzado a ser considerada y cariñosa. Cada calle de la Europa occidental era excavada con alegre abandono. Mutti, delirante, temió que insurgentes musulmanes entraran por los túneles. «Como ese túnel de drogas ilegales mexicanas en Breaking Bad». Mientras H. aliviaba la fiebre en la frente de Mutti, pensó: «Nunca muestran el cableado en esas limpísimas simulaciones de cómo se va a ver el edificio terminado, o el montón de pedazos de cajas de archivo abarrotando la ventana.
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¿Qué propones? Soy muy flexible.
Me gustan los supermercados porque son construidos para no hacerte pensar y prácticamente han eliminado el furor de los carritos. El único momento incómodo viene cuando te preguntan si tienes la tarjeta de lealtad. ¡Al carajo, tarjetas de lealtad!
Los supermercados modifican genéticamente los vegetales para que tengan un tamaño establecido, demostrando cuánto odian la diferencia. ¿Cuánto pasará para que nos modifiquen genéticamente a nosotros?
El desliz de la memoria
H. miró por la ventana de otra torre de oficinas y admiró el paisaje urbano contaminado mientras soñaba despierto durante otra junta. En otro hotel de cinco estrellas idéntico ordenó ennui para cenar y el mesero ni siquiera parpadeó. Su amiga por correspondencia: ¿Quién era ella? ¿Acaso era ahora el reaccionario de la vieja escuela que odiaba que su padre fuera? ¿Se había convertido en su padre? Necesitaba un empujón, un ataque, el rompimiento sináptico; aceptaría el paracaidismo, el bungee, escalada a rapel, autocirugía. Se cortaría el brazo con un abrecartas, dejando el otro libre para soltarlo cuando llegara el momento. Ya no podía recordar qué fue lo que realmente hizo, más allá que consentirse en los periodos de enchulamiento agresivo recreacional de los mayores economistas, aquellos que hablaban en términos masónicos del número coger. H. era un conocedor del arte en cuartos de hotel. Estaba pensando en dejar atrás sus posiciones ejecutivas, cualesquiera que fueran, para poder comprar aquel arte para nuevos hoteles. Futuras generaciones lo considerarían un verdadero curador, y los del tipo de Obrist, un bufón de peso ligero. Después de cortarse un brazo con un abrecartas, se convertiría en el hombre de un brazo de su propio show Fugitivo, en una profunda aventura para redescubrir y reformar los Shangri-Las. Se casaría con las más bonitas y las demás preguntarían el color de sus ojos, para sólo escuchar: «No sé, siempre usa lentes oscuros». Se irían caminando por la arena y citaría a Joyce para el placer de su amada. «Es maravilloso cogerse a una mujer pedorra cuando cada cogida le saca uno fuera». La Nora de Joyce lo hacía un gusto irlandés, por como sonaba, lo cual era más de lo que se podría decir de algunos. H. escuchó a Mutti golpetear. «Algunas cosas no deberías ni siquiera pensarlas, deja tú googlear». Él se negaba a darle crédito a Google o a Dios. ¿Vendrá alguna vez el momento en que la gente niegue la existencia de Google de la manera en que niegan a Dios? Él y su esposa participarían en una sesión de sexo salvaje que involucre armas. Él sería absuelto porque no encontrarían ninguna contramancha en su inmaculado esmoquin blanco.
El Árbol del Conocimiento
—Querrás decir mancha de sangre —dijo Mutti y, a pesar del colador que pasa por su memoria, recita las palabras perfectamente—, contramancha es el patrón de alta velocidad hecho por materia líquida fecal en el reverso del escusado, arriba del límite del agua. Para removerla usualmente se necesita tallar físicamente con un cepillo y Comet.
Después de perder a su amada en el accidente del juego de armar se dejaría crecer una cola de caballo por el pesar, cambiaría su nombre a Mulville y navegaría los siete mares en soledad buscando la Gran Nada.
Abrió sus ojos de golpe. Otra chingada junta. Los deslumbra con su sonrisa y dice: «Con un índice de crecimiento proyectado de 14.7%. Lee mi cerebro, amigablemente».
Todos ellos se ven exactamente iguales, hasta las mujeres, incluyéndolo a él, al grado de pensar que estaba teniendo simultáneas experiencias fuera de sí, y tal vez era una mujer. Todos ellos habían comido del Árbol del Conocimiento, etcétera. Era el nuevo 1984, un juego de tronos entre Google, Amazon, Facebook, Expedia, Nike y todo el temeroso resto. H. se limpió una lágrima de autocompasión.
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Lo que desconcierta de comprar por internet es esa cansada doble-adivinanza. Ahora has comprado que quizá te haya gustado comprar esto. ¿Cada cuánto lo hacen bien? No lo suficiente para preocuparme de que sea predecible. La semana pasada me recomendó puros libros escritos por mí.
H. ladrando
H. se puso de pie para dar su discurso. «Si tuviera que comparar nuestra metodología tendría que ser con el gran artista refugiado alemán Kurt Schwitters, quien juntó chatarra tirada y cualquier cosa inconsiderada que él juzgara de relevancia, y las acomodó en composiciones altamente ordenadas. Él escribió que su arte era acerca de la forma caída de la inhibición. Así como nuestro oficio».
H. ladra, agitando sus brazos para que todos se unan a él hasta que todo el salón está aullando, sin contar una malhumorada mujer en el centro. Él les ordena que guarden silencio, y comienza de nuevo. «Herr Schwitters era conocido por ladrar hasta dormir y por conversar con otro por medio de ladridos. Su propio ladrido tenía el tono de un perro salchicha». H. brevemente imita a uno antes de aparecer sutilmente grave. «Ordenar el desperdicio de la vida moderna en una composición altamente ordenada, como lo hacemos, es genial y está bien si no estás tratando con ciento diecisiete tipos de mierda líquida como nosotros lo hacemos». Pausa para efecto. «Mi propio aullido era más propio de un solitario coyote aullándole a la luna. ¡Auuuuuuu!». Pausa para mayor efecto. «Warren Zeavon, hombres lobo de Londres. 1978, lanzado como un single 45 que cayó justo afuera del Top 20. Gracias». H. se sienta para un sostenido aullido y aplauso.
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El Museo de la Soledad ha intentado pensar en palabras específicas a su tiempo, en términos de cambiar significado. Seguridad incluida, para el cambio de alejar el énfasis de algo sólido y reconfortante hacia un sentido de frío control. Un contenedor solía ser algo muy pequeño, ahora significa una caja enorme en la que puedes meter lo que sea, incluyendo cargamento humano. Sin contenedor, sin globalización. El tráfico solía ser sobre caos en vez de sexo y drogas.
El Bombardero
Ella tenía un extraño y problemático sueño acerca de masturbar a un regatista de un brazo. Oleaje pesado, vientos del noroeste, el horizonte ladeado, semen y espuma. Durante el anclado día su mente estaba invadida por bizarras y perturbadas imágenes, al punto de que algunas veces experimentó segundos del teleprompter congelado. Un asesino serial conocido como el Bombardero (por su forma de dejar caer grandes objetos sobre la cabeza de sus víctimas, después de conseguir su horrible objetivo) estaba libre pero sin ser reportado por las obvias razones de que las ventas del periódico y los ratings subían cuando se sabía que había noticias que no se habían dicho. El internet fue inundado de reporteros vigilantes, pagados en pocos euros, rastreando los asesinatos, que estaban llegando a proporciones mexicanas, dejando a Mutti preocupado por lo que ella llamaba el cartel Mexicano/Musulmán. Ella reprendió a todos diciendo: «Es terriblemente importante que entiendan la conspiración de hbo al promocionar Breaking Bad como un drama cuando en realidad era un reality show, Walter White está ahora viviendo en Travemünde con su perra mexicana y están conspirando para corromper a nuestra juventud con su inmundicia».
Mutti era su abuela, loca pero llena de ideas, con un mapa secreto que mostraba el rastro de asesinatos. Cincuenta y tres según algunos reportes, sesenta y seis de acuerdo a otros, yéndose hasta ciento dieciséis en algunas de las cuentas más tenaces. Todas mujeres, entre dieciséis y treinta y cinco, algunas marginales errantes, no siempre. El Bombardero era conocido por entrar a casas acaudaladas cuando los padres estaban fuera, trabajando su camino a través del país, sobre las fronteras y bajo la costa. Y ni un solo reportaje en las noticias.
S. había llegado a no creer lo obvio, que ella iba a ser la siguiente víctima, pero de hecho ella era el Bombardero. Viajaba por trabajo. Sus notas de gatos confirmaban que había estado en todas las locaciones del mapa asesino. No tenía sentido en cuanto a género, identidad, trasfondo, conocimiento, etcétera, pero ella no se podía quitar de encima el apabullante pensamiento de que era una transformadora, como en los cómics norteamericanos, y su terrible destino involucraba convertirse en un hombre por la cantidad de tiempo que le tomó encargarse de la imperativa tarea que revelaría al Grandioso Despertar.
También sospechó que H. y E., quienes parecían el matrimonio más improbable del mundo, habían ciertamente asesinado a sus verdaderos padres y la habían secuestrado, para así entrenarla a través de autosugestión para su misión como el Bombardero. Todo era altamente improbable, pero no podía deshacerse de la noción de que sus dos identidades estaban a punto de conjugarse y de que despertaría en la playa de St. Peter-Oding, como un hermafrodita, gritando por la sangre que caía de sus manos.
Y no había nadie con quien sintiera que podía compartir este terrible secreto, a menos de que se alejara del teleprompter y le contara al mundo (o bueno, al menos a Alemania) de su terrible secreto.
Una vez al mes el show salía en vivo desde Días de Amor Conejo, con hospital animal móvil al cual los dueños llevaban sus mascotas, usualmente demasiado heridas para ser salvadas, para discutir cirugías radicales con expertos. La audiencia donaba y el animal que juntara más dinero conseguía la operación semanal. «¡Un perro que antes sólo tenía tres patas ahora estaba completo con sus cuatro patas!». Era frecuente que corrieran lágrimas. Había un escándalo creciendo acerca de donaciones sin reembolsar. S. compartiría su secreto con la nación, ¿pero qué tan lejos y cuánto? Se atrevería a deletrear las temidas palabras: «Yo soy el Bombardero». Claro que sus padres —sus «falsos» padres— no veían el programa y se deleitaba con la idea de que fueran informados de segunda mano por las redes sociales. Dirían que enloqueció, la presión del trabajo. Pero S. jamás se había sentido tan sana… diecisiete días para el siguiente programa en vivo. Su corazón se arrugó cuando supo dónde sería… St. Peter-Ording.
El Efecto Placebo
Hermann pasó mucho tiempo tratando las enfermedades de otras gentes, con mucho pensar invertido al efecto placebo y si existía algún equivalente económico. ¿Acaso las economías sufrían de desorden psicosomático? ¿Debería aplicarse el feng-shui al mercado monetario? Mutti desestimó: «Se llama astrología». Ella a su vez era ávida funcionaria de la caridad, como el compañero silencioso de las economías devastadoras y la enfermedad del Tercer Mundo. La caridad era el nuevo colonialismo. Hermann se preguntó si las revueltas comerciales del 2011 eran un temprano ejemplo de «la gente» mostrando el camino. Mutti, misteriosa: «¿Por qué crees que tengo un Blackberry?». Mutti le dice a H. que tanto el Reichsführer como Goebbels y Goering eran hombres devotos del iPhone. «¿Cuál es la opción práctica del dictador?», reflexionaba Mutti retóricamente.
La Samsung Mugabe… podría funcionar, pensó H. «Mi Blackberry Putin». Tal vez una edición especial, asociada con YouTube, de la Blackberry «Blueberry» Putin, tras la rendición del gran líder del dominó gordo, con un timbre apropiado (Club Killers Tramp Remix) de la improvisada versión de la gran P de Blueberry Hill en la recaudación de fondos 2010.