Tan lejos, tan cerca. Una ciudad que es una vena entre montañas. La vigilancia de Los Andes. La niebla, la luz, lo que no se ve, lo que se alcanza a ver. Y la poesía que se escribe allá, ahora, es una confirmación. ¿De qué? En principio, hace pensar en el dínamo. Este dínamo es un pulso, una generación de enigmas que oscilan entre el silencio y la diáspora, entre la confirmación y el sarcasmo. ¿Tradición y ruptura? Mejor será advertir los enlaces, intercambios, transformaciones de una poesía que se quiere mutante, cosa diaria y, como tal, cargada de misterio.
Estuve, por invitación de Antonio Correa Losada, unos pocos días en Quito —esa ciudad con nombre de cuchillo— y escuché, pude palpar, así fuera por un instante, su pulso. Me obsequiaron, entre la lluvia incesante y la amistad naciente, una antología: Tempestad secreta. Muestra de poesía ecuatoriana contemporánea (2010), realizada por Luis Carlos Mussó y Juan José Rodríguez. Buena parte de los poemas que aparecen ahora en Luvina están tomados de esta selección. No está de más anotar que todos ellos publican por primera vez en México. Componen una mínima delegación, una mano que se tiende, una invitación a escuchar, a continuar esa conversación que comenzó con César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum, y que bien puede reanudarse ahora.