Misioneros / Francisco Hinojosa

Lo escuchamos, hermano Patricio.
    Hola. Me da gusto volver a verlos. Durante todo este tiempo he reflexionado mucho acerca de la experiencia que vivimos el año pasado en los cursos de Autoestima y Libre Albedrío y creo que soy otro muy distinto. Ahora sí fui tocado por la gracia de los antiguos emisarios. Apenas ayer, el guía Lácides se sorprendió al percibirme tan cambiado. Como recordarán, soy de la Jícara de San Teobaldo de Alba, y hasta ahora vengo a hablar con ustedes para recibir calor, bendiciones y consejos. He iniciado mi vida espiritual en pos de la purificación. Sé que el camino es largo y que al final estarán las extremidades de nuestro dios esperándome.
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    Como parte de mi preparación hacia la vida contemplativa, quisiera compartirles mi decisión de acoplarme con la hermana Sonia.
    ¿Lo sabe ella?
    Quise primero tratarlo en esta sesión para oír sus consejos y luego comunicárselo por los medios estipulados. Supongo que acoplarse por primera vez con alguien no es fácil para nadie, ¿me entienden?
    Hermana Alma, tiene la palabra.
    Hermano Patricio: el año pasado estaba usted muy temeroso, parecía un niño recién regañado. Daba la impresión de que había sido mal informado acerca de nuestra congregación y de que pensaba que éramos unos fanáticos, unos fundamentalistas. Me da también gusto volver a tenerlo entre nosotros, con tanta energía, y saber que ha sido tentado por el misterio de la acoplación. Aunque pertenezco a la Jícara de Santa Eduviges, me he enterado de las dificultades que tienen en San Teobaldo de Alba. No conozco a la hermana Sonia, pero al mirarlo a los ojos sé que usted es digno de ejercer el misterio con autonomía y caridad. La vida que nos espera allá, allá, allá…
    Allá, allá, allá.
    Esa vida futura, hermano Patricio, es el principio de todos nuestros actos.
    Hermano Florencio, tiene la palabra.
    Yo sólo quisiera compartir con el hermano Patricio mi primera experiencia de acoplamiento. En mi jícara, de nombre Santo Patrono de San Antonio Palopó, había sólo tres hermanas con las que podía acoplarme: Enriqueta, Fanny y Martita. La primera estuvo aquí mismo hace tres años. Una que tenía mucho vello por todos lados. La segunda era hija del señor Navolato, que, para aquellos que no lo sepan, es el principal distribuidor de enervantes…
    ¿Drogas?
    Sí, enervantes. Un tipo de cuidado con el que nadie quiere meterse. A pesar de que su hija está en las misiones y de que apenas se hablan, él controla todo lo que sucede en su casa. Podía acoplarme con ella, pero eso significaba poner en riesgo mi vida y la tranquilidad de mi jícara. Y la tercera, Martita, no estaba preparada para un acomplamiento de primer nivel. Gracias a los consejos recibidos por parte del emisario Héctor, el padre Norberto, la madre Ángela y todos mis hermanos decidí acoplarme con la velluda Enriqueta. Y aunque fue difícil y doloroso al principio, ya que ella padecía el mal de Bónix, también conocido como la enfermedad del gallinazo; ahora hemos logrado pasar al tercer nivel, como lo atestiguó el padre Norberto el mes pasado. Sólo he tenido que estar al pendiente de limpiar la pus en la zona de acoplación, pues la he tenido parcialmente sobreseída debido a la enfermedad que padece la hermana Enriqueta. He rezado por ella a nuestro dios.
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    Continúe, hermano Patricio.
    Muchas gracias por sus palabras, hermana Alma y hermano Florencio. Como les decía, he decidido ejercer el sagrado misterio de la acoplación con la hermana Sonia. Antes de comunicarle mis intenciones quisiera que primero ustedes me iluminen el camino a seguir. Lo que sé de ella es lo siguiente: no tiene ninguna enfermedad conocida, sus padres aceptan sin mucho entusiasmo que su hija se dedique a las misiones y sea el contacto carnal con las jícaras de la zona, no tiene impedimento físico para la realización del misterio, al menos durante los primeros cuatro niveles, y su transubstanciación ha sido avalada por el emisario Héctor. La última revisión corporal auscultativa y correctora que tuvo se le practicó con la presencia del padre Norberto y la madre Ángela. Y aunque tuvo un pequeño contratiempo en la revisión de sus segmentos orgásmico-transmisores, todo indica que no hay impedimento para la acoplación.
Hermana Alma, tiene la palabra.
    Como le decía, hermano Patricio, lo veo con mucha energía. Sus ojos hablan de un ser piadoso, caritativo y digno. Sin embargo no nos ha dicho todavía si se ha transubstanciado y si le han hecho la revisión.
    La revisión será practicada aquí, en presencia de todos nosotros. Ya está avisado el equipo ausculto-corrector, que llegará de un momento a otro. Si el tiempo alcanza, podrá transubstanciarse para nosotros. ¿Está preparado, hermano Patricio?
    Lo estoy, confiado en que seré bendecido en todo momento por nuestro dios.
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    Y que tengo mi alma perfilada hacia la vida que nos espera allá, allá, allá…
    Allá, allá, allá.
    ¿Alguien más quiere hacer un comentario o dar un consejo? Hable usted, hermana Arcadia.
    Yo tuve un acoplamiento doble: con el hermano Onésimo, de la Jícara de Mándelstam, y el hermano Jacobo, de la Jícara de Santa Concha. Al principio lo hacíamos por turnos, con eventuales intervenciones del emisario Héctor, que nos ayudaba a facilitar el tránsito. Cuando entramos al nivel dos, avalados por el guía Lácides, decidimos hacerlo simultáneamente. Y todo salió bien los primeros cuatro meses, hasta que al hermano Onésimo le dio el mal de Fátima y tuvo que ser desposeído de su miembro acoplativo. Luego de la intervención del equipo ausculto-corrector, fue enviado a una de las jícaras de Estados Unidos que acepta a misioneros inhabilitados. Como ya me había acostumbrado a que la práctica del misterio fuera múltiple, quise invitar al hermano Gustavo a participar en el acoplamiento simultáneo con el hermano Jacobo, pero el padre Norberto se opuso, o más bien se propuso a sí mismo como reemplazante del desposeído. Yo nunca había escuchado que un padre pudiera acoplarse con una misionera. Sin embargo, él me mostró una carta del emisario Héctor en la que permitía una relación heterodoxa. Esa misma noche fui a verlo personalmente para que me autorizara de voz propia el acoplamiento mixto. Se sorprendió de mí. Me dijo que yo debí haber creído desde el principio en la palabra del padre Norberto, y para ayudarme a expiar mi culpa y quitarme lo incrédula me aplicó el suplicio vulcanizador de Bernardette durante casi quince minutos, que a mí me parecieron horas. Luego, él mismo se acopló conmigo al tiempo que me preguntaba con insistencia: «¿Quiere que apruebe por escrito este misterio que le estoy propinando, hermana?». No podía creer en lo que estaba pasando. Fui educada en el conocimiento de las jerarquías e intuía que algo andaba mal en ese acto. Me sentí avergonzada. Además, como consecuencia de la punción, quedé muy maltrecha de mi zona de acoplación. Mientras tanto, el hermano Jacobo me esperaba en el área de los acoplamientos. Percibió al instante el olor a azufre de la vulcanizada y presintió que mi zona había sufrido algún daño. Me hinqué ante él y
lo invité a rezar y después a cantar un himno. Aun así, llenos de alabanzas a nuestro dios…
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    …aun así, como decía, el hermano Jacobo tomó el camino de la separación y la renuncia. Nunca más ha vuelto a poner los pies en su jícara. Y yo, sin más alternativa que aceptar la bendición que me dio el emisario para acoplarme con el padre Norberto, vivo en la incertidumbre. Los misioneros no se acercan a mí, nuestros padres me ven como extraña, el guía Héctor no me dirige la palabra y he sido desjicarada. En fin, quise platicarle mi historia, hermano Patricio, por si le es de alguna utilidad en el futuro. Acoplarse o no acoplarse, ésa es la cuestión.
    Gracias, hermana Arcadia, puede abandonar el recinto, y no la quiero ver otra vez en el templo. Voy a tramitar su expulsión inmediata ante nuestras autoridades y su excomunión con el obispo. ¿Alguien más desea hacer uso de la palabra? ¿Hermano Epifanio?
    Lo dicho por la hermana Arcadia me ha hecho recapacitar y me ha aliviado de una fuerte opresión que sentía en el alma. No había querido decir nada antes porque sentía que callar era mi deber y que la prudencia era mi destino. Sin embargo ahora percibo una fuerza que emerge en mí desde las profundidades de mi espíritu y que me dice que es hora de dejar a un lado el silencio. Pertenezco a la Jícara de Santa Tecla, tengo más de once años en la congregación y el mes que entra, si nuestro dios quiere…
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    …seré ordenado sacerdote y tendré a mi cargo el templo de Lencero. Y ahora, cuando están a punto de cumplirse mis sueños sacerdotales, con la fiesta que han preparado los misioneros de mi jícara para celebrar el momento, lleno de mí, ahíto por la supuesta confianza que me han depositado nuestros guías, he decidido decir las cosas con sus nombres y adjetivos. Y todo gracias a que la hermana Arcadia me destapó. He de decirles, en primer término, que yo también padezco el mal de Fátima desde hace seis años y, a diferencia del hermano Onésimo, conservo hasta ahora intacto mi miembro acoplativo y no vivo como vegetal en una de esas jícaras de Estados Unidos propias para los desvalidos y desjicarados. Sé que se preguntarán cómo es posible que un misionero, aspirante a sacerdote, haya evadido en esas circunstancias al equipo ausculto-corrector y así se burle de los preceptos que rigen nuestra congregación. El día en el que el guía Lácides me llamó a su oficina para informarme que los miembros de la junta directiva habían sembrado en mí el mal de Fátima para crearme la conciencia del sacrificio, ese día, en el tren que me llevaba de regreso a Santa Tecla, me dije para mis adentros: «Hermano Epifanio, si lo que te ha hecho tomar la decisión de hacerte sacerdote ha sido la posibilidad de acoplarte con todas las feligresas de tu templo, y si una junta directiva quiere desposeerte de tu mejor instrumento de comunicación con el prójimo para crearte la conciencia del sacrificio que no tenías, y si el mal de Fátima duele pero no castra, y si tu autoestima te lo dicta, y si sabes ejercer tu libre albedrío, entonces debes luchar por tus ideales, no importa cuál sea el costo». Regresé al día siguiente para entrevistarme con el guía Lácides y sin mediar palabra le hice un desinhibido acoplamiento del nivel seis, el que está reservado a los obispos por mandato de nuestro dios…
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    Al término del santo misterio acoplativo, con los ojos re-orbitados, la saliva en plena recuperación de su liquidez y sabor, las cuatro extremidades de nuevo en su sitio y la sangre aún con algunos destellos de frescura, el guía Lácides juró distraer para siempre al equipo ausculto-corrector, darme un pasaporte para acceder al banco de feligresas pro acoplativas, solapar mis eventos mixtos en el salón Pío XXIX y tener un manejo discrecional de los fondos del templo. A cambio, juré visitarlo una vez por semana, los martes, para darle probaditas de paraíso.
    Hermano Epifanio, ¿está consciente de sus confesiones? ¿Quisiera corregir el camino y no tentar más al flagelo? Lo conmino, hermano, a que dé marcha atrás. Su conducta no será bien recibida por las altas autoridades.
    Prefiero continuar, y no estoy lejos del fin de mi aportación a los cuestionamientos del hermano Patricio. Unos cuantos meses después el emisario Héctor nos llamó a su oficina al guía Lácides y a mí. Había descubierto nuestros actos acoplativos gracias a una cámara oculta que nos grabó en el baño del Templo de Santo Domingo. Sentimos que nos aplicaría, al menos, el suplicio vulcanizador de Bernardette, si no es que el punzo-tormento de Abimael. Pero no fue así. Fuimos los tres al templo a sellar con rezos a nuestro dios…
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.
    …un trato justo para todos: el guía Lácides conservaría su trabajo y no sería denigrado a cambio de su silencio y su honesta complacencia; el emisario Héctor pasaría a presidir los actos del misterio conmigo; el padre Locadio, jefe en turno del equipo ausculto-corrector, seguiría haciéndose de la vista gorda para no desposeerme de mi amado miembro acoplativo y mi carrera ascendente hacia el sacerdocio continuaría hasta alcanzar, en unos cuantos años más, el grado máximo de obispo, que corresponde, por cierto, al elevado nivel de acoplamiento que he logrado. He dicho.
    Hermano Epifanio, no creo que nada de lo que ha expuesto pueda ser de utilidad al hermano Patricio. Ergo: su vocación de ayuda se ve ahora cuestionada por este ministerio. Pase mañana a mi oficina para tramitar su llamado a la reconciliación y la paz interna. ¿Alguien más quiere hablar? Quedan doce minutos para concluir esta sesión. La escuchamos, hermana Soledad.
    Como muchos de los hermanos y hermanas que estamos aquí reunidos para atender las demandas del hermano Patricio y darle consejos en esta nueva vida que comienza, estoy profundamente consternada ante lo que mis oídos han dejado pasar a mis interiores espirituales. Quiero ser congruente conmigo misma y no permitir que el pecado allane mi esencia religiosa. Soy, en el buen sentido de la palabra, artífice de mi propio porvenir. En este tránsito que nos une, y que pronto habrá de reunirnos allá, allá, allá…
    Allá, allá, allá.
    …hay palabras que no pueden ser pospuestas. Eso es lo que conocemos como el principio de la confesión. Al igual que el hermano Epifanio, pertenezco a la Jícara de Santa Tecla. Y también quiero confesarme ante ustedes, si me lo permiten. Me he acoplado con él más de cien veces, casi siempre en el nivel dos, sin haber nunca informado a la congregación de nuestros encuentros clandestinos. He visto tres videos en los que se acopla con el emisario Héctor: sus gritos ensordecedores los tengo clavados en el cerebro y me persiguen en pesadillas. Hemos recorrido juntos varias veces el directorio completo de feligreses y feligresas sin una sola denuncia: no ha habido uno o una que se haya resistido ante nuestros devaneos, y hemos ejercido con ellos la autoridad moral que representamos para bien de nuestros placeres y sus almas. Cerramos la boca después de haber visto al guía Lácides matar a los niños de la Jícara de Buenavista y ayudamos a la madre Ángela a transubstanciar el cadáver del hermano Ligio con el fin de alimentar a los más desvalidos de la Jícara del Rosario ese martes dos de julio en el que hubo la intoxicación masiva. Con tal de que el equipo ausculto-corrector no se enterara del mal de Fátima padecido por el hermano Epifanio, cambié varias veces los documentos de campo que lo ponían en evidencia. Con ello, perdieron sus miembros acoplativos treinta y dos misioneros, incluido el hermano Alcestes, que hubiera llegado fácilmente al nivel seis de no haber sido desposeído. La hermana Alma, aquí presente, que fue atacada en su intimidad por tres encapuchados aquel sábado de Gloria, nunca sospechó que fuimos nosotros y el emisario Héctor quienes gozamos de sus gritos desesperados, de sus súplicas, de sus jugos y, al fin, fiel a la congregación, de sus perdones. Y para terminar, hermano Patricio, no hubiera querido ser yo la que le transmitiera la fatal noticia de que su presunta acoplativa, la hermana Sonia, está siendo vulcanizada en estos momentos para que nos ayude a expiar nuestros pecados y así poder ser admitidos en el reino de nuestro dios.
    Alabado sea nuestro dios.
    Alabado.

 

 

Comparte este texto: