Mi amigo Raúl

Eduardo Santana Castellón

(Placetas, Cuba, 1956). Es director del Museo de Ciencias Ambientales de la UdeG. Fue colaborador de Raúl Padilla López en proyectos de conservación de la naturaleza desde 1985.

Don’t it always seem to go,

that you don’t know what you’ve got ’til it’s gone

Joni Mitchell

Cuando mi amigo Raúl se quitó la vida publiqué varios resúmenes de su legado, pero no compartí mi historia personal con él. La manera en que dio fin a su vida me tocó de cerca: mi abuelo paterno también se suicidó. Lloré la muerte de Raúl como lloré la de mi hijo recién nacido y la de mis padres. Eso me sorprendió. Después de su fallecimiento, personas muy cercanas a él me manifestaron lo mucho que él valoraba mi amistad. También me sorprendió. La muerte puede sacar a la luz lo desconocido.

Conocí a Raúl en 1985 en la recepción que en su honor organizó el reconocido botánico de la Universidad de Wisconsin Hugh Iltis, en su casa en el bosque del Arboretum universitario. Entonces Raúl impulsaba desde el Departamento de Investigación Científica y Superación Académica (DICSA) de la UdeG, la protección de la Sierra de Manantlán y un programa académico sobre la conservación de la naturaleza. Él aprendió mucho de Iltis para crear no sólo el Laboratorio Natural Las Joyas en Manantlán, sino también los laboratorios de Limnología en Chapala, del Bosque La Primavera y otras dependencias. El sistema universitario de Wisconsin fue uno de sus modelos para diseñar la Red Universitaria. Durante esa fiesta me invitó a trabajar en la universidad para crear una reserva de la biósfera. Como en muchas de sus invitaciones posteriores, le dije que no. Tenía que concluir mi tesis de maestría y no la podía interrumpir. Creí que él blofeaba (Este joven habla como si tuviera tanta autoridad, pensé). Con la capacidad que él tenía para leer a las personas se percató de mi incredulidad y, mirándome a los ojos, me dijo: «De veras… de veras… éste es un trabajo seguro». Me olvidé de esa conversación hasta que varios meses después me llamaron de Washington D.C. para ofrecerme el mismo puesto. De forma independiente, el World Wildlife Fund, que apoyaba al proyecto de Manantlán, conoció mi trabajo previo en América Central y el Caribe, y consideró que mi perfil era adecuado. En julio de 1985 tuve mi primera entrevista formal con Raúl en Guadalajara, y en octubre, una vez titulado, me contrató con un compromiso laboral de dos años… que se ha extendido a casi cuatro décadas.

En la universidad me tocó participar en el momento histórico de 1986 cuando nacieron en Casa Jalisco la Feria Internacional del Libro, la restauración del ex-Convento de Santo Tomás (ahora Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz) y la Reserva de la Biósfera Sierra de Manantlán. Ese día Raúl le presentó los tres proyectos al entonces gobernador Enrique Álvarez del Castillo. Conjuntó un grupo de trabajo dentro y fuera de la UdeG, a nivel nacional e internacional, y recaudó financiamiento externo para lograr que, en apenas dos años, se decretara la primera reserva de la biósfera en el Occidente de México. Colaboradores de Raúl de aquellos tiempos me explicaron que, si bien el decreto de Manantlán tuvo su relevancia científico-educativa, también tuvo repercusión política al demostrar la capacidad del joven funcionario para convocar a un presidente de México (Miguel de la Madrid Hurtado) y a un gobernador de Jalisco en torno a la universidad para iniciar un proyecto académico.

El proyecto de Manantlán volvió a ser símbolo de coyunturas políticas a las que era ajeno. En 1989, durante momentos tensos en la transición de la Rectoría, Manantlán fue seleccionada como la carta de presentación universitaria en la primera reunión pública entre Raúl y el gobernador electo, Guillermo Cosío Vidaurri. En 1994, fue símbolo de fortaleza universitaria, cuando otro gobernador, Carlos Rivera Aceves, se vio «obligado» a asistir a un congreso académico con Raúl, justo un día después de la gran marcha de protesta universitaria del 7 de junio. Fue también botín académico en 1994, en la disputa durante el proceso de descentralización y sucesión en la Rectoría General de la universidad. En 2007 el recién nombrado rector general, Carlos Briseño, escogió la Sierra de Manantlán como sede de su primer acuerdo público con el gobernador Emilio González Márquez; símbolo de una nueva alianza política. En 2021, otro proyecto de Raúl vinculado a Manantlán, el Museo de Ciencias Ambientales, fue utilizado por el entonces gobernador de Jalisco en turno para asestar un golpe político a la universidad.

Con el tiempo empecé a medio comprender a Jalisco, la región entre La tierra pródiga y el Llano en llamas donde yo trabajaba, y a la UdeG. Apoyé a Raúl en los análisis sobre las ciencias ambientales para el diseño de la reforma universitaria y de las políticas públicas que él impulsaba desde el Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo. Nuestra amistad se había afianzado cuando en 1992 me casé con Marichuy Hernández Real. Ella había trabajado en los proyectos de Raúl durante catorce años: primero en Desarrollo de la Comunidad en Belenes, luego en DICSA y en la Rectoría. Marichuy estaba a su lado, con una grabadora escondida, cuando en 1989 integrantes de la Federación de Estudiantes de Guadalajara irrumpieron en su oficina durante la toma del edificio. Posteriormente, Raúl fue testigo en nuestra boda civil y de nuevo en nuestra renovación de votos treinta años después.

Él sabía lo que me motivaba. Durante décadas no acepté altos puestos que me ofrecieron en la administración central y en varios centros universitarios. De hecho, me tardé cuatro años en aceptar su invitación para dirigir el Museo de Ciencias Ambientales. Cuando cinco universidades, dependencias de gobierno y asociaciones internacionales me ofrecieron en diferentes momentos que abandonara la Universidad de Guadalajara para irme a trabajar con ellos, fueron los significativos proyectos en los que colaboraba con Raúl los que me retuvieron. Él defendió esos proyectos (me defendió a mí) de intereses madereros, mineros, ganaderos, de funcionarios gubernamentales y hasta de rectores y de gobernadores. Nunca me he arrepentido de haberme quedado.

No siempre estuvimos de acuerdo. Recuerdo una desavenencia cuando me pidió que no publicara una columna periodística criticando la construcción de un centro universitario en el Cerro del Cuatro. Intercambiamos razones y, a pesar de su objeción, la publiqué. El proyecto se canceló. Años después aporté para que se reiniciara dicho centro colaborando con Raúl y con el rector general, Ricardo Villanueva, corrigiendo el planteamiento original para asegurar el respeto a los derechos humanos y la conservación de la naturaleza.

Raúl pugnó para que Jalisco y su amada ciudad de Guadalajara tuvieran una infraestructura y un clima educativo-cultural-ambiental acorde a su importancia y necesidades. Cuando él falleció trabajábamos juntos en cuatro proyectos: el Museo de Ciencias Ambientales, el Jardín Botánico en la Barranca de Huentitán, la Maestría en Salud Global y el Premio Nacional de Periodismo Ambiental. Honrando su compromiso de hacer de México un mejor lugar para vivir y evocando las palabras que dejó para que sus seres queridos las leyeran después de su muerte —«sirvo más yéndome»—, confío que su decisión de «irse» sirva para que estos proyectos, al igual que los anteriores, finalmente beneficien a todos los mexicanos

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