Rutilo: punto de fusión 2.378,2 K. Soy hermana de leche de Gregorio Samsa: como él, no sé en qué tribunal me condenaste, qué cargos fueron retenidos en mi contra. Y en ebullición, nuestros corazones en la caldera de la madrastra se descomponen para formar sesquióxido de titanio. Me gusta la palabra: sesquióxido, sesquicuadratura. Tú, papá, que fuiste químico, sabes que el rutilo sirve de base azul para colorantes automotrices y vuelve amarilla la joyería artificial. Rutilo amarillo tímido, como un sol que brillara hacia adentro. Sabes que con su red cristalina tetragonal distorsionada, el rutilo exhibe un módulo de tensión de 4,1 TPa/cm2 (y nuestros propios módulos de tensión, Dios santo, ¿quién los veía?), dureza que lo hace útil para los cortadores de vidrio (la madrastra es buena cortadora, corte que corte, nada de mies, ni siembras al volateo). En 1951 (me faltaban ocho años para nacer) el rutilo se utilizó como sustituto del diamante (¿me das un diamante, aunque sea de mentira?) y ahora para gemas de fantasía. Gemas (de gema, fui a fruto; de fruto a pupa; de larva a semilla de algo que ni tú ni yo sabemos para qué sirve, qué criatura saldrá de ahí hirsuta o espinosa). Sea yo, entonces, como el rutilo que resiste al ataque químico (sólo pueden dañarlo el ácido fluorhídrico y el sulfúrico, concentrado y en caliente). De esos ácidos, papá, has recolectado hartos en tu cama en los últimos años, los del amanecer-ocaso, y ni el agua regia te podría disolver. Aguas regias sean nuestro medio de nado, nuestro elemento («regia», de «reyes», de nuestro apellido, Roy, que casi ha dejado de ser mío). Pero el papiro del título de nobleza se va desdibujando con los siglos de convivencia. Y el rutilo, acuérdate, padre, es insoluble en agua.