(Filadelfia, 1960). Es escritora bilingüe y traductora del español al inglés. Sus textos se publican en The Sewanee Review, Exile Quarterly, Two Lines Journal y World Literature Today, entre otros medios.
Cuando Virginia Woolf se preparaba para escribir el extenso ensayo Tres guineas (1938), decidió redefinir algunas palabras: el heroísmo, escribió, es botulismo; el héroe, por tanto, es botella. Medio siglo después, Ursula K. Le Guin explicó en La teoría de la bolsa de transporte de la ficción que la tecnología más importante del humano primitivo no era el arma, sino la bolsa, y dio la vuelta a la definición de Woolf, al declarar que la botella es héroe porque, como recipiente, contiene asuntos cruciales para la vida: comida y agua, por ejemplo. O mensajes.
La novela es una botella para guardar la memoria, los personajes y las emociones, un espacio delimitado donde los elementos narrativos se someten a la presión del argumento. A veces, suele pasar, una novela aparece en el preciso momento cuando se necesita para recordarnos quiénes somos. Y quiénes podríamos ser.
Tal es el caso de Cada oscura tumba, del colombiano Octavio Escobar Giraldo, ganador del Premio Nacional de Novela de Colombia 2016 por Después y antes de Dios.Un proyecto de memoria, esta última obra aborda el trágico destino de las víctimas del macrofenómeno criminal: los «falsos positivos». Durante la guerra del gobierno contra las guerrillas y organizaciones criminales, seis mil cuatrocientos dos colombianos fueron asesinados por los militares para cumplir las cuotas impuestas por sus jefes. Estos asesinatos extrajudiciales fueron otra hecatombe después de sucesivos períodos de extrema violencia en el país. Sin embargo, el tema es escaso en la literatura nacional: «La literatura colombiana ha sido muy tímida con nuestra violencia», afirma el escritor manizaleño.
Anderson, un joven con el desarrollo mental de un niño, es secuestrado por unos soldados, vestido de guerrillero y matado a sangre fría. Necesitan un cuerpo, no les importa de quién. Este sobrecogedor primer capítulo prepara el terreno para los dilemas que agobiarán a los demás personajes. En su lucha por conseguir justicia para él, su hermana Melva Lucy se enfrenta a una decisión: ¿seguirá siendo la víctima o se convertirá en la victimaria? En una narración paralela, el abogado de derechos humanos Cuadrado encara amenazas contra él y su familia y pierde su matrimonio en el proceso: ¿seguirá luchando por la justicia en un sistema que parece irremediablemente roto, o se rendirá? La novela está poblada de personajes menores que también sufren crisis de identidad. La corrupción y la violencia envenenan la cotidianidad de todos y por lo tanto las identidades se forman, se deforman, se imponen y fracasan.
El lenguaje preocupa a Escobar Giraldo, cómo el expolio del lenguaje desestabiliza el significado de las palabras y ocasiona la complicidad de todos frente a la injusticia. Quien pronuncie el término falso positivo reviste de respetabilidad lo horrendo; el uso de legalizar para describir el hecho de hacer pasar a una víctima inocente por criminal es tan obsceno como cuando un racista virulento e intolerante grita Make America great again!
Giraldo Escobar realizó una amplia investigación sobre las víctimas y la ley de derechos humanos relacionada con estas ejecuciones extrajudiciales. Sin embargo, una novela no es un informe periodístico, sino el motivo para revelar la interioridad en una determinada realidad. La gran ficción nos proporciona la lente perfecta para ver: la del corazón.
El corazón que late más fuerte es el de Melva Lucy, un personaje de Saide, la primera novela de la trilogía; su lucha por conseguir justicia para Anderson es el motor que impulsa la trama. Una buena mujer decepcionada en el amor, ella es camarera y lavaplatos en Donde Heidi, «una cafetería administrada con descuido». No quiere ser guerrera, las circunstancias la obligan. Nos encontramos con ella llorando porque, tras una lucha de seis años, hay más retrasos en el caso de su hermano. «Es el sistema», declara su jefe, Hildebrando; «Pues el sistema es hijoeputa», repela ella.
Melva Lucy no es un héroe, como en el monomito masculino descrito por Joseph Campbell, ese ya manido ciclo en el que los conflictos se resuelven a punta de espada y el héroe siempre vuelve a casa vencedor. ¡Ojalá existiera en la vida real esa previsibilidad de reloj! Nos gustan las novelas porque, en lugar de héroes, nos cuentan sobre personas. Melva Lucy y Cuadrado son vulnerables, imperfectos y movidos por lo moral en lugar de lo mercenario. Sus historias, contadas en capítulos intercalados, son lentes a través de las cuales vemos la búsqueda de un pueblo de su camino. Con la toma de posesión, en agosto de 2022, del primer presidente progresista de la historia de su país, los colombianos hicieron una declaración sobre su identidad, no como es, sino como podría ser. Tales identidades imaginadas se realizan a través de las decisiones éticas de personas como Melva Lucy. Como Cuadrado. Como un autor que escribe por la indignación.
Cada oscura tumba es una botella que aparece en la orilla justo cuando se necesita. Nos incumbe leer el mensaje que hay dentro.