Los árabes en la máquina de estereotipos de los medios occidentales

Naief Yehya

(Ciudad de México, 1963). Uno de sus libros más recientes es la novela Las cenizas y las cosas (Random House, 2017).

Turco.

Así llamaba la gente, desde los Balcanes y Grecia hasta América Latina, a los inmigrantes árabes por el simple hecho de que provenían de los escombros del Imperio otomano. La mayoría se acostumbraban a ser llamados con el gentilicio de sus enemigos y ocupantes de su tierra, aunque fuera un recordatorio permanente de que el mundo árabe había sido borrado en gran medida. Esto no solamente fue resultado del sometimiento y la colonización por los turcos y sus aliados durante siglos, sino también de una sistemática campaña de propaganda racista que, me atrevería a imaginar, data del tiempo de las cruzadas. Por siglos, todo musulmán y converso al islam, fuera del mundo islámico, era considerado turco. Muy pocos tenían interés de enterarse de que árabes y turcos son grupos histórica, sociológica, étnica (unos son túrquicos de Asia central, los otros semitas del Levante y Medio Oriente) y culturalmente distintos, y que si bien a menudo comparten la religión, rara vez el idioma.

Esto no cambió realmente a la caída del imperio que fue llamado el «Hombre enfermo de Europa», en 1922. En cambio, el mundo árabe prácticamente desapareció desde el siglo XIX, al ser reducido en los medios (principalmente el cine) a estereotipos: villanos, traficantes de mujeres y hachís, servidumbre, torva amenaza traicionera, y eventualmente terroristas desalmados, cuando comienzan los movimientos de independencia levantinos y norafricanos. A mi padre y a buena parte de mi familia les tocó vivir bajo el estigma de ser «turcos» sin serlo. Nunca lo aceptaron, pero tampoco dejaron que eso los definiera. Recuerdo tan sólo que mi padre siempre corregía: «No es café turco, es café árabe».

El mundo árabe, con su población actual de alrededor de 430 millones de habitantes, se extiende desde la Península Arábiga hacia el Mediterráneo y de ahí a Indonesia. En la actualidad hay 22 países en la Liga Árabe, una unión que surgió en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, con la intención de defender la autodeterminación ante el expansionismo colonialista europeo, las luchas por la independencia, así como el sueño de la unificación política en una federación árabe.

La historia del mundo árabe en el siglo XX está marcada por traiciones y catástrofes, así como por la voracidad occidental por apropiarse de los combustibles fósiles. En 1917, poco antes del fin de la Primera Guerra Mundial, Inglaterra aprovechó para capturar Jerusalén y, con un mandato de la Liga de las Naciones, impuso un gobierno, contradiciendo la promesa que se había hecho a los árabes de reconocer su independencia del Imperio otomano. En vez de eso, entre Francia y el Reino Unido se dividieron el Medio Oriente, mientras prometían crear un hogar nacional para el pueblo judío. Después de treinta años de mandato británico en Palestina, se declaró la fundación del Estado de Israel. Debido a la contradicción entre las promesas y el caos creado por la población nativa y los inmigrantes, la nueva Organización de las Naciones Unidas votó por la partición de Palestina. Esto fue el origen de la primera guerra árabe-israelí, en 1948, cuando cinco naciones árabes invadieron la región y fracasaron escandalosamente al enfrentar al joven Estado sionista.

En 1956 tuvo lugar otro importante conflicto, cuando el presidente egipcio Gamal Nasser decidió nacionalizar el canal de Suez, que era controlado por Francia e Inglaterra. Aviones y tropas de ambos países atacaron Egipto, con el apoyo israelí en la península del Sinaí. La presión soviética y una iniciativa estadounidense detuvieron las hostilidades, poniendo en evidencia que en el nuevo orden mundial las viejas potencias europeas habían sido sustituidas por la urss y Estados Unidos. Nasser logró unir a su nación con Siria en 1958 para formar la República Árabe Unida, como primer paso a una unión panárabe. Una unión semejante de dos Estados que habían conquistado su independencia poco antes era obviamente frágil. Un golpe de Estado en Siria, en 1961, destruyó la unión.

En 1962, el Frente de Liberación Nacional Argelino ganó la independencia de su país en contra de Francia. La potencia colonial lanzó una terrible guerra sucia en la que se desataron brutales campañas de violencia y tortura contra los argelinos con el fin de quebrantar el espíritu revolucionario y tratar de destruir a la organización popular. Al revelarse esos crímenes, el régimen francés perdió buena parte del apoyo de su público y del mundo. Finalmente, el presidente Charles de Gaulle reconoció la derrota y retiró las tropas, abandonó a sus colaboradores a su suerte y desató una crisis mayúscula.

Mientras tanto, la situación en Palestina siguió deteriorándose ante el avance israelí sistemático sobre los territorios árabes. La tercera guerra, conocida como la Guerra de los Seis Días, fue determinante, ya que Israel llevó a cabo un «ataque preventivo» en contra de una supuesta movilización egipcia y siria. De esta manera, Israel dejó a ambos países vulnerables, lo que permitió que tomara la franja de Gaza y la península del Sinaí. Esto marcó el comienzo de una nueva era de tensiones y de violencia creciente. No solamente se veían cada vez más remotos los sueños de un Estado palestino, sino que los pueblos árabes se fueron hundiendo en el desconsuelo al verse derrotados por un enemigo inmensamente mejor armado, pero también al reconocer que casi todo el mundo árabe estaba en manos de gobiernos dictatoriales, autoritarios e incompetentes. Así, desde Marruecos hasta Yemen, la población tan sólo podía contemplar cómo sus recursos naturales eran explotados al tiempo que su nivel de vida seguía deteriorándose.

La crisis siguió extendiéndose con la guerra civil en Líbano en 1975. Los refugiados palestinos en ese país, musulmanes en su gran mayoría, rompieron el frágil equilibrio social y político que había dejado la ocupación francesa, que consistía en dividir los puestos del poder político entre cristianos y musulmanes. Los palestinos, además, estaban organizados en milicias y lanzaban ataques a través de la frontera en contra de Israel, lo cual provocaba represalias israelíes indiscriminadas sobre Líbano. Esta guerra duró oficialmente hasta 1990, pero en realidad no ha terminado. En 1979, después del derrocamiento del shah de Irán, tuvo lugar la crisis de los rehenes, cuando milicianos islámicos tuvieron cautivos a cincuenta y dos estadounidenses por más de un año. Si bien no se trata de un país árabe, la república islámica se insertó en los conflictos regionales y mundiales como una poderosa fuerza disruptiva. Por un lado, influenció a muchos que buscaban nuevas alternativas a la organización y la militancia de izquierda, que hasta entonces no habían logrado objetivos relevantes; por el otro, demostraron que la religión sumada al nacionalismo podía ser empleada para movilizar a los inconformes en contra del orden imperante. Irán se volvió un contrapeso al poder religioso de Arabia Saudita, lo cual creó otro cisma que ha seguido complicándose y dividiendo a las naciones de la zona. Uno de los grupos influenciados por el éxito de la revolución de los ayatolas fue la Hermandad Musulmana, que creó capítulos en varios países árabes, incluido Egipto, y que sería el origen de grupos más radicales como Al-Qaeda y el Estado Islámico o Daesh. En 1981, después de los acuerdos de paz de Camp David, firmados entre Egipto e Israel, el presidente Anwar el-Sadat fue asesinado durante un desfile militar.

La fase más reciente del deterioro del mundo árabe comenzó con la Primera Guerra del Golfo Pérsico, en 1990. Irak, bajo el liderazgo de Saddam Hussein, invadió Kuwait en represalia porque este emirato utilizó supuestamente tecnología de explotación petrolera horizontal para extraer petróleo iraquí a través de la frontera. La guerra fue un golpe severo contra el régimen dictatorial y autocrático de Hussein, que, sin embargo, se mantuvo en el poder. Tres años más tarde se firmaron los acuerdos de Oslo, esta vez entre la Organización para la Liberación de Palestina, dirigida por Yasser Arafat, y el gobierno israelí. Estos acuerdos no trajeron la paz que se esperaba, pero representaban un reconocimiento mutuo de las partes, la creación de un parlamento palestino y de fuerzas del orden. Lamentablemente, la mayoría de los logros se han colapsado ante el repunte de la violencia en el siglo XXI.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 destruyeron cualquier posibilidad de paz a corto plazo. Estados Unidos optó por responder a un acto criminal con una guerra eterna que los llevó primero a atacar, devastar e invadir Afganistán. Más tarde, sin ninguna justificación más allá de carretadas de propaganda ridícula, invadieron Irak y la guerra siguió extendiéndose por Asia y África, al tiempo que los ataques terroristas cobraban vidas desde París hasta Bombay. Durante dos décadas, Estados Unidos y sus aliados han bombardeado regularmente a los afganos e iraquíes, así como las regiones tribales de Paquistán, Somalia, Yemen y Libia. La intervención directa de tropas estadounidenses en tierra árabe vino a acrecentar la rabia y el estado de indefensión de la población, que por un lado admira los ideales democráticos, la opulencia y el «sueño americano», pero por el otro desprecia la arbitrariedad, el racismo y la impunidad. Hoy, parte de las poblaciones de los países ocupados y agredidos en el mundo árabe y Asia central vive aterrorizada bajo el zumbido de los drones.

Al recorrer la desventurada historia reciente del mundo árabe, queda claro que la propaganda y la deshumanización masiva y mediática (propagada por numerosos filmes, como Rules of Engagement, y series como 24 y Homeland), lograron, en menos de un siglo, convertir a una población diversa en todos sentidos en una masa homogénea y violenta, en oportunos villanos y bárbaros hollywoodenses, en turcos crueles, sediciosos y desechables.

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