(Guadalajara, 1987). Es hija de Raúl Padilla López.
Mi daddy, mi «Huevito», mi máximo, mi protector, mi compañero, mi papá, mi todo. Mi mejor amigo, mi más grande héroe, el más inteligente y el más paciente y el más simpático y el más honesto. Para mí siempre serás el más bonito amor. Yo aquí quiero hablar de lo magnífico que eras como ser humano. ¡Ya todos sabemos todo lo que lograste!, pero ¿cuántos saben de ese ser humano tan extraordinario que eres? Porque tu energía sigue y seguirá entre nosotros; porque vives dentro de mí. Una luz brillante y siempre luz en la oscuridad.
Padre de muchos, te caracterizaba tu instinto protector. Fuiste padre de tu mamá y de tu papá y de tus hermanos ¡y mío, mío para siempre! Eras el balance entre valentía y templanza, con una paciencia infinita. He llegado a pensar que no sabía lo que tenía; pero sí lo sabía y temía tanto tu ausencia. Sabio padre mío, la persona más sabia e inteligente que yo he conocido, qué manera de aguantarme y ayudarme a controlar mi carácter. Siempre con sabiduría, amabilidad, respeto y esa forma tan tuya de todo hacerlo con finura. Qué hermoso era ser la niña de tus ojos. Ese brillo en tu mirada siempre al verme. Sé que frenabas el mundo por mí. Me enseñaste que nadie está realmente muy ocupado cuando ama a alguien. Agradezco cada momento que pasamos juntos, cada enseñanza. Agradezco ese amor incondicional que tuve el privilegio de conocer. No creo que nadie en este mundo se pueda sentir más amado que yo por ti.
Descansaba en la certeza de que nada nunca podría pasarme porque mi «Huevito» estaba para protegerme y para cacharme siempre. Sabía que siempre tendría un lugar en tu casa. Tu corazón es mío. Una vez alguien me dijo que las hijas son una cosa que se te mete por los ojos y te roba el alma. Así era. Yo sé que podías estar enojadísimo y, si te entraba una llamada mía, sólo conmigo se te endulzaba la voz de inmediato. Daddy, me compartiste todo de ti y me hiciste una extensión de todo lo tuyo. Creo que nadie se puede sentir más querido de lo que yo me sentía por ti. Tu princesa. Amaba que me echaras carrilla y me molestaras, así eras cuando más de buenas estabas.
Me enseñaste que la verdadera belleza emana del interior y se refleja al exterior. Qué fan eras de Los Miserables. Sobre todo de ese pasaje donde Victor Hugo explica esto en voz de Cosette. Me enseñaste también a amar el teatro, contigo lo disfruté tanto. En mis cumpleaños íbamos a Nueva York y veíamos una obra por día, ¡tanto nos gustaba! Casi siempre llorábamos y nos reíamos. En tu dedicatoria en Crimen y castigo, que leí gracias a ti, me pones que es un libro que en tu adolescencia te enseñó que la vida vale la pena y que hay que vencer la adversidad. Tú eres el mejor ejemplo de vencedor y el ser más valiente. Cómo llorabas al contar la historia del Rey Lear y sus tres hijas. Que no te quiere quien te dice que más te quiere, sino quien realmente te quiere. Y se quiere como se quiere, se ama de verdad como se ama de verdad, ni más ni menos. Tú sabías amar tan sinceramente. Sabías tanto de la naturaleza humana, la comprendías, aunque te dolía la entendías. El pasado te dolía pero siempre supiste darle su lugar, fue tu maestro pero no vivías en él. Estabas absolutamente consciente de que no se podía hacer nada para cambiarlo, pero ponías todo de ti para hacer un mejor futuro. Qué frase más sabia la tuya de «los rencores que no sirven déjalos ir». Utilizabas todo para aprender, pero no te enganchabas con nada ni con nadie, eras demasiado inteligente para eso.
No necesitabas exaltarte para demostrar autoridad, no imponías. Quien realmente te conocía sabía lo bondadoso que eras. Yo que estuve tan cerca de ti, me consta cómo se hicieron tantos mitos en torno a tu persona. Eso sí, eras hermético y no dejabas entrar a todos a tu corazón, para que no te lastimaran, porque habías sido muy lastimado. Sin embargo no te quejabas de esto, mejor eras precavido; una vez que se cruzaba esa línea de tu cautela se podía descubrir que eras el más bueno y noble. Siempre tratabas a todo el mundo con educación y respeto, y tenías un humor tan tuyo de reírte de las cosas. No te gustaba desilusionar a nadie. Si la comida estaba mala en un restaurante preferías no decir nada aunque no conocieras al chef. Dabas sin esperar nada a cambio y estabas consciente de que la gente no era agradecida, pero eso no quitaba tu buena voluntad. Papá… siempre pensando en todos. Siempre pensando en mí hasta el último momento. No eras religioso pero creías en principios y no entendías por qué las personas no podían basar su vida en éstos. Porque «los mochis», decías, eran los más peligrosos. En el nombre de Dios hacían las peores atrocidades, como en toda la historia. Fuiste el mejor hijo que yo he visto. Tuviste a tu mami viviendo contigo los últimos quince años o más. No sólo le diste una casa, le dabas también tu tiempo. Te sentabas a ver las noticias con ella e incluso hacías todo lo posible por regresar de tus viajes para comer con ella los domingos.
Sí, aunque suene trillado para mí, tu hija, ¡tú eres el mejor de todos! Éstas son las memorias de mi padre. ¡Nunca acabaría de escribir sobre ti! ¡Te amo y te extraño todos los días, mi «Huevito» de mi corazón! ¡Hasta Andrómeda!