Me negarás tres veces / Ricardo Ramírez

Taller Luvinaria-CUCEA

–¡Este cabrón! –dijo Jesús–. Le dije que lo haría y hasta me lloró diciendo que no. Pero ya lo estoy oyendo.
         –A callar –le ordenó uno de los nombrados Armados de San Gabriel, Jalisco, clavándole la mano izquierda en un pesado madero.

–¡No, hombre, yo no lo conozco! –contestó Pedro a la pregunta de uno de los Armados–. Yo acabo de llegar del D.F.
     Con ésta, Pedro había negado conocer a Jesús en dos ocasiones. Después de escapar por segunda vez de la ley municipal, fue a refugiarse al pueblo llamado Alista, donde vivía María Magdalena, dejando solo a su líder en lo que sería su lecho de muerte.
     Magdalena no estaba en casa, pero tenía la mala costumbre de dejar la llave de la puerta debajo de la maceta que estaba en un costado. Ya dentro, Pedro estaba intranquilo, tomó un jugo de naranja de la mesa del comedor, encendió la radio y se sentó a escucharla. Poco después llegó Andrés, hermano de Pedro, súbdito de Jesús, y preguntó por Magdalena.
     –Siéntate a esperarla –le recomendó Pedro–. Yo estoy esperando a Judas para ir por Jesús.
     –No me queda de otra, la invité a salir… me prometió que estaría lista a esta hora. ¿Qué hay en la radio?
     –Nada bueno, mejor juguemos póker tejano, ¿te parece?
     –Anda pues.
     Pasaron dos horas y seguían jugando. En ese momento llegó Judas Iscariote con algunas cervezas y una botella de mezcal.
     –¡Quiúbole! –saludó Judas por la ventana.
     –Pásale a jugar, maestro –contestó Andrés.
     –Les traigo su sagrado líquido –dijo Iscariote entrando a la casa.
     –¡Venga-a-nos su reino! –agregó Pedro sonriendo.
     Judas se sentó y de nuevo pasaron dos horas jugando, divirtiéndose y embriagándose. Pedro sacó una guitarra propiedad de Magdalena y comenzaron a cantar, totalmente borrachos.
     Magdalena llegó entonces, secándose las lágrimas que había llorado por todo el camino, desde el cerro del padre Mota hasta Alista de San Gabriel. Andrés, sin percatarse de la tristeza de Magdalena, la obligó a bailar dos piezas con él, hasta que cayó al suelo inconsciente. (Despertaría hasta el día siguiente.)
     De pronto, Pedro se levantó asustado, incluso tirando la guitarra.
     –¡Judas! Yo tenía algo que pedirte…
     –¿Para qué están los amigos, mi querido Peter?
      –Tenía que ir por un güey, pero no me acuerdo por quién, ni a dónde.
      –¡Por Jesús, tarugo! ¡Córranle, malditos holgazanes! –gritó Magdalena arrojándoles sus zapatillas.
     –¡Cómo no, ahorita lo traemos en chinga! –repuso Judas Iscariote.
     Salieron los dos hombres intentando correr, pero su estado de ebriedad se lo impedía. Con mucho esfuerzo se tambaleaban de lado a lado del camino de terracería, rozando cada vez las catarinas blancas y amarillas que crecían a los costados del camino.  Ya estaba por oscurecer y ellos cada cierto tiempo olvidaban hacía dónde iban.
     Por fin llegaron a su destino.

–¡Qué bonito! ¡Qué bonito! –dijo Jesús desde las alturas.
     –¡Santo Dios! –exclamó Judas.
      –¡Ya te he dicho que Dios no existe! ¡Barbón! –gritó Jesús–, ¿por qué hasta ahora?
     –Es que, como ya sabíamos que no te podías morir, pos hicimos desidia –contestó Pedro.
    –A mí apenas me dijo este cabrón. Ni me mires feo –añadió Judas.
    –Ya bájenme, pues… ¡maricas! ¡Además vienen borrachos!
    –Ese sí fue Judas, pégale a él.
    –Pero te guardé tu parte, allá está, en casa de Magdalena. Ahorita de paso podemos llegar por otras amigas.
    –¿Y la revolución, Pedro? ¿No que querían revolución? –preguntó Jesús.
    –Sí, pero te dije que mejor en Israel, allá está más fácil. Además fallaste, sólo te negué dos veces. Nos debes otro litro de mezcal. Judas ya trae la jarra.
     Jesús rió y ellos lo siguieron. Los tres fueron a buscar a las amigas de Judas.

 

 

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