(Guadalajara, 1990). Ha participado en revistas y antologías nacionales, como Catedrales de arena (Gerifalte, 2015).
«Cualquiera pudo haberlo hecho», piensa en una de las páginas el protagonista de El compañero imaginario de Marek Kotsky, y parece la respuesta a una pregunta inevitable a lo largo de la novela: ¿quién asesinó a esas mujeres? A través de Raúl seremos habitantes de una Guadalajara llena de música, homicidios y calles ideales para caminar: Guadalajara de antes y hoy. Junto con él y otros inquilinos de una casona para estudiantes nos sumergiremos en una misa, en un poema de Marek Kotsky y en una película de horror. Todo el arte y todos los sentimientos parecen caber en esta novela, caber en una vieja casona, en el puño de Mario Heredia.
Pero en este libro también se habitan las personas. Raúl es estudiante de música y compañero de Gustavo, quien sufrirá un accidente relacionado con un instrumento musical. Raymundo es el interés homoerótico de Raúl, huele a axilas y le gusta pasearse en calzones por los pasillos. Marcos el justiciero colecciona de todo y amedrenta a los automovilistas que se pasan los altos. Darío siempre trae una bufanda. Raúl los habitará como a esa casona húmeda, entrará a sus cuartos y hurgará en sus interiores. En ellos aprenderá sobre el odio, el arte, la amistad, la muerte y el sexo.
De telón de fondo, los asesinatos de mujeres. Y digo de telón de fondo porque eso parecen ser los feminicidios en esta novela: un fondo muy presente en las noticias, en las pláticas cotidianas, en las redes sociales, pero al fin y al cabo un fondo. Los personajes deambulan por los horrores sin saber qué hacer, sin saber qué pensar: «¿eso habrán sentido?», se pregunta el protagonista tras pedirle a Raymundo que lo ahorque con una media, acción que parece una medida desesperada para experimentar lo que sintieron las víctimas, para empatizar de alguna forma. Los personajes en esta historia no son ejemplos de moralidad, y tal vez por eso se parecen tanto a nosotros.
En esta novela «cualquiera pudo haberlo hecho» porque no hay límites, porque la ciudad agoniza como sus habitantes, como el viejo que sobre la camilla es sostenido, irónicamente, por dos camilleros jóvenes y hermosos. El arte es lo más puro. Tal vez por eso las referencias a distintas disciplinas artísticas son una constante. La música es Chopin, Mozart y, al final, como si escucháramos una misa al revés, el Kyrie. Mario Heredia nos mueve más a través de una composición musical que de una obra anclada a la lógica del relato. Y eso se agradece. Pero también hay cine, referencias a Mariel Hemingway, a Libertad Lamarque, al cine de Woody Allen: «sale de la tienda, son las doce de la noche y camina en blanco y negro, Dios es Woody Allen». Y pinturas, cuadros de Turner, los más rojos, los más tormentosos.
Las referencias literarias también son un acierto en esta obra, y al igual que Raúl y Marcos el justiciero conoceremos a Marek Kotsky, poeta polaco del que se conoce poco salvo algunos poemas que ambos atesoran con devoción. Junto a ellos esperaremos ansiosamente los hallazgos que nos lleven a Marek Kotsky, aunque tal vez él nos halló en nombre de Mario Heredia desde que abrimos el libro. En esta novela Mario se vuelve nuestro compañero imaginario. Y es una compañía muy grata.
El libro puede encontrarse en Impronta (calle Penitenciaría 414, colonia Americana, Guadalajara), en una cuidada edición a cargo de Atípica Editorial, en la que resalta su puesta en página y un fino diseño de portada en pasta dura. La librería de Impronta hace envíos a toda la república y cuenta con otro título de Mario Heredia, también del catálogo de Atípica Editorial, la compilación de cuentos La geometría absoluta